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A(Em)prendiendo

Miedo

El miedo es útil como mecanismo de protección, ya que permite aumentar las probabilidades de supervivencia al identificar y reaccionar rápidamente

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El miedo se considera una emoción básica, desagradable e intensa ante la percepción de un peligro o un riesgo, ya sea real o imaginario, que desencadena una reacción instintiva de supervivencia que nos prepara para huir, defendernos o estar alerta ante posibles amenazas. El miedo es útil como mecanismo de protección, ya que permite aumentar las probabilidades de supervivencia al identificar y reaccionar rápidamente ante amenazas en el entorno. Permite desencadenar una respuesta fisiológica y conductual inmediata y adaptativa, liberando hormonas que preparan al cuerpo para huir, defenderse, esconderse o paralizarse. Actúa de forma automática, permitiendo que los individuos tomen decisiones instintivas, sin necesidad de un razonamiento consciente.

Aplicando un enfoque evolutivo, si los que sobreviven son los que huyen ante los peligros, no es de extrañar que cada vez seamos más cobardes y nos cueste más defender valores, ideas y posiciones. Generaciones que han sobrevivido huyendo y escondiéndose difícilmente van a arriesgarse a defender algo. Los que realmente mandan lo saben. Simplemente les basta con generar y agitar algún miedo, real o imaginario, para que la respuesta instintiva del rebaño sea huir o dejarse guiar. No les interesan las respuestas razonadas y conscientes, no hay tiempo que perder.

Estamos rodeados de miedos. El miedo a perder el trabajo lleva a no decir lo que creemos que no funciona bien. El miedo a no encontrar otro empleo lleva a quemarse en algo que ya no nos llena. El miedo a que los compañeros o los jefes la tomen con nosotros lleva a mimetizarse con el grupo, a no señalarse y seguir de forma gregaria al conjunto. El miedo a no saber o a equivocarse lleva a no intentar cosas que podríamos aprender. El miedo a fracasar lleva a no emprender. El miedo a no encajar lleva a aislarse. El miedo a comprometerse lleva a no pensar a largo plazo, ni a construir relaciones duraderas. El miedo a que lo que digas pueda ser manipulado o utilizado en tu contra lleva a guardar silencio. El miedo a decir lo que se piensa, o a ser cancelado socialmente, lleva a la autocensura. Hay infinidad de miedos, tanto propios como otros ajenos que nos contagian. Prometen protegernos, pero muchas veces nos limitan y paralizan. Aunque todo esto no es nuevo. La frase más repetida en la Biblia (se estima que unas 365 veces) es “no temas” o “no tengas miedo”. Hay que tener precaución, pero siempre es buen momento para recuperar la confianza y la esperanza frente a tanto miedo.

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