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Viernes 19/04/2024  

Una feminista en la cocina

Renovaciones y otras marsupialidades

El hedonismo es muy griego, pero también muy ajeno a nuestra costumbre patria de que nadie nos hace la puñeta mejor que nosotros mismos.

Publicado: 05/11/2021 ·
09:35
· Actualizado: 09/11/2021 · 13:39
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Antigona

Tenemos el sacrificio demasiado metido en los huesos. El hedonismo es muy griego, pero también muy ajeno a nuestra costumbre patria de que nadie nos hace la puñeta mejor que nosotros mismos. Así que si llamamos a nuestro médico de Atención Primaria con esta sarta de maledicencias  nos convida a antidepresivos y calmantes que no hacen más que recordarnos lo muy triste que es nuestra vida solo abrimos los ojos a la realidad imperante. Lo de hacerme vieja lo llevo mal, ya me conocen. La verdad es que solo llevé bien el hacerme mujer y a ratos, porque no me digan (las que lo han padecido) que los cólicos dolorosos por la menstruación no son un peñazo. Crecer está bien cuando se tiene la edad de mi hija (15), incluso con todas sus dudas sin método a cualquier hora del día,  con el hermanamiento irracional al perfume más intenso y con el culto al cuerpo presente.

Con todo lo prefiero a mi madurez -llamémosle tumbada a la ancianidad- de paseadora de perros, habladora con las amigas, convidadora de un café criticando lo que sea, y poco más que ser chofer de tus hijos y voyerista de la vida de los demás. Los libros están bien, pero no nutren más que a ratos. Ya las pilas acumuladas de ellos no me dan la vida, ni paz espiritual y en cambio, a lo Kondo, me inspiran a mandarlos a tomar el polvo en la estantería de otro cualquiera. Escribir es otra actividad que tampoco nutre cuando estás de bajón y te duelen hasta las pestañas porque la petarda de la madurez no entiende de metabolismos activos, sino que reserva para joderte la vida engordando tus esperanzas de convidarte a un infarto. Le decía yo a mi Sombra que escribiera un diario cuando comenzó la enfermedad que lo quitó de mi lado, más que nada para contarse a sí mismo lo mal que lo estaba pasando. Negaba con la cabeza a modo muy suyo de decir en silencio, el pobre mío, que no iba con él eso que yo consideraba tan esencial.

La vida es putañera y esquiva y solo te besa en la boca cuando le da la gana, nunca cuando se lo suplicas. También hay que decir que nosotros le ayudamos porque no me dirán que no jalamos de la cuerda hasta casi ahorcarnos. Qué necesidad tenemos de dar tantas vueltas en el laberinto para llegar a ningún lado. Pero claro el amigo Ulises nos hizo ver que el Camino era lo mejor, sin que nos empapáramos que en el de Delibes el muerto no llega a Secundaria y hasta los pájaros son mera corona funeraria. Más bien al modo griego nuestro laberinto es de Minos y el toro embestidor nos está esperando para fagocitarnos las ganas, las esperanzas y los encomiables esfuerzos que solo con la magia del sacrificio -como norma- podemos superarlo.  Qué le den al sacrificio, a los dolores, a los idiotas que nos embarran la vida y a las meditaciones profundas. Jamás he podido meditar con los ojos cerrados ni cinco segundos. Si lo hago bien me duermo y si no miro a los demás pensando qué puñeta estarán haciendo. Soy nerviosa, ansiosa, desnortada, entusiasta y deprimida, contestona, furibunda y muy leal con quien me entiende hasta la médula. Más allá de eso debería importarme todo una pera, pero me sigue importando supongo que porque yo soy así dentro de este video juego tridimensional e ingrato en el que nacemos para oxidarnos y hacernos pellas toreras. En mi próxima renovación voy a pedir ser hedonista de montera. Me levantaré cuando me dé la gana. Mis perros se pasearán montados en bicicleta y mis hijos no se harán mayores porque el beso de un bebé o su risa burbujeante es el mejor presente que te pueden hacer. No perderé a mi amor porque lo amarraré a mis caderas y nunca envejeceremos porque los que se aman a muerte nunca pierden la vida. No tendré descerebrados cerca que me corten la leche agriándomela, sino que los amigos conformarán ejército de almas buenas rodeándome a todas horas. Lo mismo les parece una marsupialidad, pero a mí me convida de esperanzas.

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