Es obispo de Asidonia-Jerez desde el pasado 31 de julio, convirtiéndose así en el cuarto prelado de una diócesis erigida en 1980. Natural de Granada, se formó en Toledo y ejerció como obispo auxiliar de Getafe entre entre septiembre de 2012 y su llegada a Jerez. Es además responsable del Área de Catecumenado de la Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
¿Cómo han transcurrido estos primeros meses como obispo de Asidonia-Jerez?
–Gracias a Dios sin descanso. Han sido meses muy intensos y eso es señal de la vitalidad que tiene esta diócesis. Cada vez me sorprende más las raíces cristianas que encuentro.
¿Cómo le ha cambiado su día a día en estos poco más de cinco meses?
–Pasar de obispo auxiliar a obispo residencial implica asumir la responsabilidad del cuidado inmediato de los fieles. Siendo obispo auxiliar se está al servicio del residencial y la tarea es ayudarle en todo aquello que precise. Ahora la responsabilidad es mía. Me corresponde la toma de decisiones, y eso implica mayor consulta, estar atento, escuchar a las personas interesadas. Me he dado como plazo este primer curso para conocer las diferentes realidades de la diócesis. Estoy en modo aprendizaje y eso me está deparando muchos momentos de acción de gracias a Dios por la buena siembra que se ha hecho aquí durante muchos años.
Entiendo que también es distinto vivir en Getafe que hacerlo en Jerez...
–Siendo las dos diócesis jóvenes, su origen es muy diferente, porque Jerez tiene raíces que se remontan al siglo XIII y eso se aprecia en su patrimonio, en la riqueza de las hermandades y cofradías, la presencia de la religiosidad popular, la raigambre de las parroquias... Getafe se ha configurado al ritmo del crecimiento desproporcionado de Madrid de los últimos cincuenta años motivado por el traslado de personas desde otras regiones de España que todavía tienen sus raíces en sus lugares de origen, de tal manera que cuesta hacer parroquia y comunidad. La Diócesis de Getafe tiene 1,7 millones de habitantes, pero parroquias donde el índice de participación no llega al 1 por ciento, algo que es impensable en casi toda Andalucía.
¿Qué ha encontrado en Asidonia-Jerez que no le habían contado antes de su llegada?
–Me ha sorprendido positivamente la hospitalidad y el carácter cariñoso y entrañable de todas las personas que voy conociendo, ya sean religiosas o no. Es algo que percibo incluso por la calle. Esto se echa de menos en la zona sur de Madrid, donde la gente apenas se saluda. Aquí hay un trato humano que hace que vivir aquí resulte muy agradable.
¿Qué fortalezas ha percibido en las parroquias que ha tenido ocasión de visitar?
–Las fortalezas las percibo en la piedad popular y especialmente en las hermandades, que permiten la transmisión de la fe porque los hijos van tomando el relevo de los padres. Cuando algún colegio ha venido al Obispado he visto cómo los niños me hacían las mismas preguntas que me podrían hacer los mayores y eso es señal de que viven ese ambiente en sus casas. El delegado diocesano de Enseñanza me decía que en estos últimos dos cursos las profesoras que reciben a los niños que se incorporan a clase con dos o tres años habían notado que los pequeños carecían de espontaneidad para reconocer los símbolos sagrados y han deducido que se trata de que llevan dos años sin ver procesiones en la calle. Antes de aprender a hablar muchos niños aprenden a reconocer la imagen de la Virgen y le dan un beso espontáneo, porque han visto hacerlo a sus padres o abuelos.
Hablemos ahora de las debilidades...
–No somos ajenos a una situación que se está padeciendo en todo Occidente... Hemos tenido que preparar un informe de la situación de la diócesis respondiendo a un cuestionario muy extenso que envía la Santa Sede. Un dato doloroso y muy preocupante es la caída en picado del número de matrimonios. La suma de matrimonios canónicos y civiles es inferior a la de parejas de hecho. ¿Por qué los jóvenes prefieren juntarse a casarse? El Papa daba una respuesta, y es que quizá muchos jóvenes tengan miedo al fracaso, porque experimentan en familiares o personas cercanas el dolor que provocan las roturas, un dolor que llega también a los hijos. La Iglesia tiene que transmitir confianza a los jóvenes para que sepan que en su ejercicio de libertad tienen la capacidad de comprometerse establemente. Esa dificultad para asumir compromisos estables se traduce también en caída de vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal. Puestos a darnos una nota, en nuestra diócesis nos daríamos un notable bajo en el tema vocacional. Tenemos un seminario con un grupo importante de jóvenes, la mayoría de ellos procedentes del mundo de las hermandades. De los once conventos de clausura he podido comprobar con gran alegría que en ocho de ellos ya se ha producido un relevo generacional que da cierta estabilidad para los próximos años y otros tres están necesitados de un refuerzo de vocaciones más jóvenes. Tenemos que seguir trabajando...
¿Habrá mucho movimiento de párrocos cuando llegue el momento?
–No sé si mucho o poco, depende de que este año lo aproveche bien en el conocimiento de los sacerdotes. Alguno ha comunicado espontáneamente su deseo de ser relevado en su responsabilidad. Ya al obispo anterior le habían propuesto un cambio y permanecían, es normal que pidan ese relevo. Luego hay otros que quizá interese relevar pensando a medio y largo plazo. Mover a los sacerdotes siempre provoca desconcierto en los feligreses, que con todo derecho reclaman estabilidad. No siempre es fácil hacer ver a una comunidad parroquial que se debe atender al conjunto de la diócesis.
Lo lógico es que esos nuevos nombramientos se hagan en verano...
–Sí, lo suyo es que en julio se publiquen nuevos nombramientos para que el curso pastoral se inicie con las personas que tienen que asumir la responsabilidad en sus nuevos cargos.
Desde este lunes estará en Roma acompañado de otros 17 obispos del sur de España en una visita Ad limina al Papa Francisco. ¿Qué espera?
-Llevamos una agenda bastante apretada, que incluye un encuentro con el Santo Padre. También visitamos las congregaciones y dicasterios pontificios que responden al informe que cada diócesis ha debido enviar con anterioridad. Ahí nos darán las orientaciones que debemos seguir en los próximos años. ¿Qué espero del Papa? Su función es ser principio y fundamento de unidad entre los obispos y todos los fieles y eso es lo que le pedimos: que nos confirme en la fe, que nos encienda en la caridad y que nos ensanche la esperanza para que vivamos la alegría de pertenecer a la comunión de la Iglesia.
Ha visitado numerosas parroquias y congregaciones, pero también ha tenido ocasión de reunirse con alcaldes y alcaldesas de los municipios diocesanos. ¿Cómo han sido esos encuentros?
–Gracias a Dios todos esos encuentros han sido de exquisita cordialidad, con independencia de los colores políticos, que se manifiesta ahora en una disponibilidad mutua a colaborar en lo que sea posible desde su propia competencia. Esto forma parte de la hospitalidad que estoy encontrando en toda la diócesis.
¿Qué puede aportar la Iglesia a la sociedad jerezana en esa política de colaboración mutua?
–Realidades que ya están funcionando y que tendrían un alcance mayor con el respaldo de las instituciones. Pienso por ejemplo en el ejercicio de la caridad. A los dos días de llegar a la diócesis estuve con las Hermanas de la Cruz y me abrieron los ojos de un modo que después he ido contrastando, y es que hay una pobreza creciente y de nuevos rasgos. Los propios enfermos a los que visitan les invitan a interesarse por vecinos que creen que llevan varios días sin comer porque no se atreven a pedir ayuda a ningún sitio. Estas hermanas, que llegan donde otros no lo hacen, nos abren los ojos a una realidad creciente pero oculta por vergonzante, y ahí es necesaria la colaboración entre todas las instituciones, para llegar a estas personas.
La diócesis cuenta con un patrimonio bastante rico, pero que necesita de un mantenimiento. En los últimos años hemos asistido a la recuperación de templos, como los de San Mateo o Santiago, que estaban en serio riesgo de desaparición. ¿Qué objetivos se marca en este sentido?
–La limpieza cotidiana garantiza ya un mantenimiento. Muchas de las actuaciones que deben acometerse cuando ya no hay más remedio porque hay peligro de derrumbamiento podrían evitarse si se hubieran evitado filtraciones a través de los tejados. Eso es algo que se está consiguiendo. En otros casos si no es con la ayuda civil es imposible mantener, porque supera la capacidad de los fieles o de las hermandades que de buena fe están dispuestas a colaborar en cuanto pueden. Debemos caer en la cuenta de que el patrimonio es el resultado de las aportaciones de muchas generaciones. Es responsabilidad de todos que eso se vaya manteniendo. Venimos de un par de años complicados donde ha habido menos ingresos de lo habitual y los gastos han sido mayores.
¿Cómo se encuentran a día de hoy las cuentas de la diócesis?
–Estamos afrontando el pago de las cuotas de una serie de préstamos que estaban comprometidos. No estamos para gastos superfluos, pero tampoco dejamos de hacer frente a esos pagos. El balance está más o menos equilibrado a pesar de que este último año terminamos con un pequeño saldo negativo, pero que vamos a solventar con relativa facilidad. Lo que se ingresa es lo que se gasta. No andamos para grandes proyectos, pero tampoco hay angustia y eso es posible gracias a la aportación de los fieles.
Ha dado mucha importancia a la religiosidad popular incluso antes de que aterrizara en la propia diócesis. ¿Por qué ese especial interés?
–Porque ofrece el caldo de cultivo necesario para que la semilla del evangelio pueda crecer. Las hermandades han de buscar siempre su referencia al origen. Son ámbitos de fraternidad en torno a una devoción que tiene como objetivo fortalecer la piedad de sus miembros, de una piedad que cuida además el ejercicio de caridad. En una hermandad las alegrías de unos son las de todos y también los sufrimientos. En el momento presente la piedad popular cultiva una dimensión para la que hoy somos más sensibles, que es la dimensión afectiva de la vida. Hoy estamos más abiertos a la atención que se expresa mediante sentimientos que a un discurso racional o normativo. Hemos sido dotados de entendimiento, voluntad y belleza. Las cofradías cultivan una capacidad de asombro hacia la belleza. Hoy hay una facilidad mayor para abrir el conocimiento de Dios a través de la belleza, más que a través del entendimiento o de la bondad y este es un campo que cuando lo cultivan las hermandades hace mucho bien.
Ha dicho que las cofradías son ámbitos de fraternidad, pero en ocasiones también de enfrentamiento entre los propios hermanos que se traducen en impugnaciones o recursos...
–Por eso es fundamental volver al origen. Da pena que lo que vemos en otros ámbitos de la vida social se reproduzca también en el ámbito de las hermandades. Cuanto más hermanos nos sabemos más nos hemos de tratar con una delicadeza que no es la que vemos en otros espacios de la sociedad. Es legítimo que busquemos siempre la defensa del Derecho y de la rectitud, y este Derecho debe ser siempre protegido y custodiado, pero el estilo en el que se hace, la búsqueda de esa rectitud en el funcionamiento, debe estar caracterizado también por la fraternidad. Cuando los enfrentamientos se prolongan en el tiempo mi preocupación mayor no es que se resuelva tal situación, sino las heridas que quedan, que son muy difíciles de curar. Se pueden presentar recursos, pero al final lo que hay que preguntarse es si ese recurso suscita en quienes lo promueven un mayor deseo de entrega y servicio o un deseo de mayor protagonismo o cultivo del ego, porque si es así, eso tiene poco que ver con el Evangelio. Nuestra competición tendría que ser por ser más servidores y ocupar con mayor prontitud los últimos puestos, no querer destacar. Si al final mi nombre no aparece, bendito sea Dios si he entregado mi vida al servicio del Evangelio. Debemos recuperar esa capacidad de desgastarnos por los demás sin que se den cuenta, en la sombra, no queriendo ser reconocidos ni aplaudidos. Ese es el estilo propio de San José que necesitamos en las hermandades y en el resto de la Iglesia.
No han faltado procesiones y salidas extraordinarias en estos últimos meses incluso a pesar de la crisis sanitaria. ¿Esta va a ser la ‘norma de la casa’ a partir de ahora o ha sido algo también extraordinario?
–Una situación extraordinaria como la que vivimos requiere también de medidas extraordinarias. Si hay que seguir multiplicando las acciones extraordinarias que nos permitan mantener viva esa llama que garantiza la transmisión de la fe y no abandonar el espacio público, que esto es algo fundamental para que la fe crezca normalmente no tendré inconveniente. Jesús dice: vosotros sois la luz del mundo, y esa luz no se enciende para ocultarla, sino para que nos alumbre a todos desde un lugar alto de la casa. Las hermandades nos ayudan a expresar en la vida publica la grandeza y la riqueza de la fe. Si de manera extraordinaria hay que conceder salidas porque estamos en una situación extraordinaria, pues bendito sea Dios y si recuperamos pronto la normalidad pues recuperaremos también ese ritmo ordinario en el que las salidas procesionales acontecerán en su momento.