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Hablillas

Mateo

Esperemos que no esté contando los días que lo separan de la segunda dosis

Publicado: 23/01/2022 ·
21:52
· Actualizado: 23/01/2022 · 21:52
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Es posible que cuando estas líneas caminen acompañando a un par de ojos curiosos o aburridos, el levante aún gamberree por nuestras calles. La Isla es su rincón, su lugar favorito, donde siempre vuelve como el guerrero, a reponer fuerzas después de echar el resto y quedarse exhausto. Y aunque sus bandazos provoquen comentarios y quejas, en ellos se queda esa mijita de nostalgia cuando él nos falta, bien sea para secar la ropa o para que se lleve las miasmas. Así se llamaba hace años a las enfermedades, a las epidemias, haciendo la correspondiente salvedad en el concepto, porque cada lugar lo adaptaba a su lenguaje, a sus costumbres.

Haciendo uso de dicha salvedad, el sufriente de los empujones del levante desea en silencio que se lleve el virus -esta miasma, aunque no lo sea- de una buena vez, mientras intenta caminar por la calle sorteando, evitando el juego que con sus ráfagas le propone. Y murmura el ruego bajo la mascarilla como si rezara.

Sin embargo, nuestro viento no ha podido evitar cederle un poco de su espacio a un video que, desde la subida a Internet, no cesa de visionarse. Muestra a un pequeño gimoteando al salir de ponerse la vacuna. Mateo responde lloroso a las preguntas de una voz de mujer mientras chupetea una piruleta. El llanto es el de un niño que no quiere llorar, pero no puede evitar el encogimiento de los ojos y el estiramiento de la boca por incumplir una promesa hecha a sí mismo y a los demás de aguantar como un jabato el pinchazo que luego acabó con su valor.

Hasta aquí observamos un comportamiento normal, incluso la recompensa del caramelo es la justa para paliar el disgusto. Sin embargo, cuando Mateo se entera de que debe volver a sufrir a corto plazo, mira a la cámara y pide un momento. Esa mirada ingenua y grave a la vez alarga ese espacio hasta la inmensidad de un segundo, llenándola con la extrañeza, la amargura y el miedo por tener que pasar por lo mismo dentro de un mes en lugar de un año, como las otras vacunas.

Entonces la voz de mujer empieza a reír, quizás encubriendo la misma pena para justificarla con los efectos curativos de esta campaña. Mateo llora mostrando los huecos de sus dientes de leche, la piruleta mordida y brillante por la baba convertida en la saliva del niño mayor que empieza a ser.

Y el espectador sonríe con un velo de tristeza, incluso carcajea con ternura, como la voz que lo filma, para darle ánimos desde el otro lado de la pantalla a este pequeño agarrado a una piruleta salvadora, capaz de endulzar un futuro inmediato de amargura y miedo. Esperemos que no esté contando los días que lo separan de la segunda dosis.

Hoy el ánimo es para Mateo. La prudencia para nosotros.

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