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Una feminista en la cocina

Un pollo cualquiera

En esta época de egoísmo y fascinación por la tontez, desechamos muchos pollos y otras tantas gallinas porque los primeros consumen más pienso del que engordan

Publicado: 23/02/2022 ·
08:54
· Actualizado: 23/02/2022 · 10:27
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Granja de pollos

No sé si les pasa, pero hay veces que me siento pollo desechado.  En esta época de egoísmo y fascinación por la tontez, desechamos muchos pollos y otras tantas gallinas porque los primeros consumen más pienso del que engordan y las segundas poneN menos huevos de los que deberían . En términos llanos, productividad como la de los trabajadores cualificados o las muchas horas que echan los básicos. Todo es evaluable, prescindible y calcable. Incluso si naces ave de guarnición estelar. El problema- si lo que les he contado hasta ahora no lo era-es que para decantarlos de la ecuación final, los trituran siguiendo unas normas tan especificas respecto a cuchillas y similares que da más grima que las pelis de SAW.

Eso se ha acabado- en términos lingüísticos- porque a partir de ahora se hará asfixiándolos, por no haber nacido con el sexo adecuado para la industria cárnica. No me voy a hacer vegana, sino que seguiré practicando la hipocresía de horrorizarme cuando degusto este tipo de noticias, pero en mi plato también seguirá habiendo pollo engordado en una granja o huevos que podrán hasta su muerte pobres gallinas seleccionadas para ello. Somos bárbaros con capacidad sobrada como especie dominante de nuestro planeta. También yo. Supongo que por eso miramos a las fronteras llenas de tanques­­­- o al espacio- con algo de dentera mientras nos agarramos a nuestra volatilidad. Eso sí, al instante, seguimos con nuestros huevos cocidos, nuestras gallinas en pepitoria, tan bien preparadas en cajitas de difuntos plastificadas en el supermercado de la esquina de casa. Hay veces que me hago una con los pollos desechados, las gallinas que no sirven para poner a mansalva y este mundo en que un dictador sin bigote-flequillo, ni enanez, se plantea invadir un país porque se le mete en la berenjena. Hay veces que despierto pequeña, casi recién nacida, para darme cuenta que las cuchillas me están afilándose los metálicos dientes unos contra otros a la espera de que me desechen, para hacer el mortal intrincado y caer sobre ellas. La vida es fatua, perecedera y efímera como una moneda de curso legal perdida en la acera. Los momentos que vivimos se diluyen en la memoria entra otras cosas por nuestro afán de ser pollos triunfadores y gallinas ponedoras hasta que las cuchillas empiezan a bailar.

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