Mrs. Robinson y Bullworth

SIEMPRE he sentido una especial predilección por las historias que parecen sacadas de una película; más aún, que imitan lo ocurrido en una película, como una prolongación del dicho sobre la realidad y su capacidad para imitar el arte o superar a la ficción. De hecho, tengo en mente una sección desde la que interpretar temas de actualidad a partir de su reflejo en alguna película.

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Esta semana, por ejemplo, me he encontrado con dos casos impepinables. El primero de ellos ha sido de una obviedad manifiesta: la relación adúltera que ha mantenido la esposa del ministro principal de Irlanda del Norte con un estudiante de 19 años. Casos así los hemos visto en multitud de películas, pero el hecho de que la amante madura se apellide, para más señas, Robinson ha terminado por rizar el rizo y desparramar todo tipo de comparativas y chistes con El graduado, el filme en el que una madura Mrs.Robinson (Anne Bancroft) se beneficiaba al primogénito (Dustin Hoffman) de unos amigos. En realidad, Bancroft apenas sacaba unos años a Hoffman, aunque aquél tórrido affaire sobre el que pesa en exceso el paso del tiempo ha logrado actualizarse con la apasionada rendición corporal y protectora de una Mrs.Robinson hasta ahora sólo conocida entre sus allegados por su puritanismo y extremismo religioso, de cuyas consecuencias podría hacerse ahora otra película.
El segundo asunto al que hacía mención ha tenido lugar en Guatemala y ha sido bautizado como el caso Rosenberg: el de un abogado que encargó a unos sicarios su muerte en señal de venganza contra el presidente del país, Alvaro Colom. Rosenberg no es sino una desviación del alter-ego de Warren Beaty en Bullworth, un senador demócrata que contrata a unos asesinos para que acaben con él en plena campaña electoral, después de que se haya desahogado contándole las verdades a la nación y haya firmado un seguro de vida del que hace beneficiaria a su hija. Lo de Rosenberg es un poco más retorcido, también más desesperado y especialmente insólito a la hora de comprobar el auténtico alcance de la realidad frente a la ficción.