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La Disney recupera la animación clásica

acomienzos de la década de los setenta, la compañía Disney inició una prolongada caída libre provocada por un persistente sistema de producción que resultaba cada vez más anquilosado. Como dueños del mercado cinematográfico infantil, vivió de las rentas cómodamente durante toda una década -hasta el punto de negarse a comercializar en vídeo sus películas y limitarse al reestreno periódico de algunos de sus clásicos-. Sin embargo, no había avances, ni inspiración, y en los ochenta sufrió la sacudida de una creciente competencia que le comía el mercado poco a poco siguiendo las pautas de su propio cine de animación.

Fue entonces, a finales de esa década, cuando la Disney operó el cambio que le devolvería el cetro del mundo de la animación. De un lado, de la mano de la modernización de la compañía y la comercialización de nuevos productos audiovisuales; del otro, a través de una decidida apuesta por la calidad de sus equipos de trabajo. Así surgió Basil el ratón superdetective (una pequeña obra maestra todavía por redescubrir) y, sobre todo, La sirenita, que fue la que marcó definitivamente un antes y un después en la historia de la Disney. Al frente de esa película se encontraban John Musker y Ron Clements, a los que han vuelto a recurrir de nuevo con la intención de rescatar y relanzar la animación clásica frente al predominio de la animación digital. El resultado lleva por título Tiana y el sapo, libre adaptación de uno de los cuentos clásicos de los Hermanos Grimm, ambientado en este caso en Nueva Orleans, y con la que se recupera asimismo el concepto del espectáculo musical sobre el que están cosntruidas las grandes obras maestras de Disney.
Sin embargo, hasta el feliz reencuentro de Musker y Clements con la compañía han pasado muchas cosas interesantes en el mundo de la animación. La más importante, la incidencia de la animación digital. Claro que, en este sentido, en Disney han jugado con mucha ventaja al haber dado cobijo desde un principio a Pixar, una pequeña compañía fundada por John Lasseter que fue abriendo caminos en este nuevo terreno bajo el amparo de la gran firma.
Ocurrió entonces que el contrato que mantenía ligadas a ambas expiraba con Cars, por lo que la Disney creó su propio departamento de animación digital para empezar a producir sus propias películas. Pero los resultados nunca han sido los apetecidos: ni Dinosaurio, ni Descubriendo a los Robinsons han estado a la altura de las historias y los personajes creados por Pixar, por lo que lejos de poner fin a la relación se llegó a un nuevo acuerdo para proseguir el camino juntos.
Para entonces, Disney había dejado de producir películas de animación clásica para el cine -Hermano Oso, en 2004, fue la última-, pero su reforzada presencia en el mercado digital le ha llevado a apostar por un sistema que a lo largo de los noventa multiplicó los beneficios de la compañía a niveles impredecibles -ahí están La bella y la bestia, El rey León, Aladdin, Hércules... para atestiguarlo-. Y de esta forma llegamos al reencuentro con Musker y Clements, acreditados representantes de aquel periodo y encargados ahora de contarnos una historia de princesas que no los son, sapos que hablan porque son príncipes encantados, libélulas y caimanes que adoran el jazz y la ciudad de New Orleans, adentrándose en sus pantanos como protagonistas absolutos. En el Oscar competirán junto a Up.

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