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El protocolo de Bangkok

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En Tailandia los ricos han montado una sublevación en contra de los pobres. La cosa no es inédita. En la España de 1936 o en el Chile de 1973 se desencadenaron procesos similares, al margen de las notables diferencias que presentan ambos casos: entre sí y en relación al asunto tailandés. En la Historia no escasean las revoluciones de signo reaccionario. Hoy asistimos a levantamientos ultraconservadores y facciosos en Bolivia o en Venezuela. Estas revueltas, dirigidas por los bloques dominantes, pueden adquirir dimensiones masivas cuando la demagogia de sus instigadores consigue arrastrar a importantes segmentos de las clases medias o, incluso, de los estratos obreros. Recordemos los episodios de Hitler y Mussolini. Semejantes manifestaciones socio-políticas responden, según distintos grados y circunstancias espacio-temporales, a una misma dinámica de fuerzas y tendencias.

Los agitadores (debidamente pagados por sus amos) que se han dedicado a bloquear los dos principales aeropuertos de Bangkok obedecen a un conglomerado hegemónico del que forman parte la Corona, el Ejército, las élites económicas y la clerecía budista. El cuasidivino titular del trono de Tailandia es Bhumibol Adulyadej (dinastía Chakri), dueño de una fortuna de por lo menos 35.000 millones de dólares (25.000 millones de euros). Un capital ganado, naturalmente, gracias al fatigoso trabajo de generaciones de soberanos, príncipes y princesas.

Desde 1946 Bhumibol reina con el nombre de Rama IX El Grandioso. La devoción de la mayoría de los tailandeses por este fantoche roza la idolatría. La casta sacerdotal del budismo theravada tiene como primordial cometido el entontecimiento de la población y la defensa a ultranza del orden tradicional. El rey es intocable. Un ciudadano suizo fue condenado a 10 años de cárcel por pintar bigotes a una foto del payaso Bhumibol.
En 2001, Thaksin Shinawatra, del partido TRT (“Los tailandeses aman a los tailandeses”), fue elegido primer ministro. Shinawatra es un ex policía que se hizo multimillonario con el negocio de la comunicación: un sinvergüenza que utilizó el poder para enriquecerse aún más, pero que desarrolló políticas populistas que beneficiaron a los más necesitados de aquella sociedad. En 2005 Shinawatra volvió a ganar las elecciones. La monarquía y los viejos estamentos dirigentes vieron peligrar sus privilegios, y entonces fundaron la organización Alianza del Pueblo para la Democracia (PAD), a través de la cual orquestaron una campaña de acoso y derribo contra Shinawatra. En abril de 2006 las generales dan otra vez la victoria al TRT, pero la Corte Suprema anula los resultados y se convocan nuevos comicios para septiembre de ese año. Thaksin se exilia y los militares se convierten en los patronos del cotarro. Tras aprobarse en 2007 una Constitución, se celebran elecciones en las que triunfa el Partido del Poder del Pueblo (PPP) de Samak Sundaravej, hombre de la cuerda de Shinawatra. Las presiones del PAD se incrementan hasta provocar la grave crisis que vive el país asiático.

La Alianza del Pueblo para la Democracia propugna un modelo de parlamento en el que sólo el 30% de los escaños sean elegidos por votación directa, y el 70% restante se ocupe por diputados designados a dedo entre los sectores profesionales. Tailandia está absolutamente corrompida desde el punto de vista político e institucional. Pero el trasfondo de esta situación no es sino la agudización de una lucha de clases entre los empobrecidos habitantes de las zonas rurales y las capas altas y medias de la comunidad. La incalificable decisión del Tribunal Constitucional de disolver el partido en el Gobierno (por presunto fraude electoral) y destituir a Wongsawat (jefe del Ejecutivo) ha supuesto un auténtico golpe de Estado judicial que favorece descaradamente a la oligarquía tailandesa. Sin embargo, esto no detiene el transcurso del enfrentamiento civil existente.

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