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Fuengirola, colonia de Argentina: así se vivió la locura del Mundial

Miles de hinchas de la selección de Leo Messi pasaron por todos los estados de ánimo hasta la euforia, que celebraron en pleno centro de la localidad

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  • La euforia en la plaza Teresa Zabell. -
  • El pitido final tuvo una secuencia de imágenes imborrable: abrazos entre desconocidos, gritos de liberación al cielo, sonrisas y lágrimas.

El olor de las empanadillas y el Fernet con Coca-Cola; las pizzas margaritas y las pintas de cerveza y el humo de los fumadores, el ambiente de día histórico, que también tiene un olor como a eternidad. Tenía todos los ingredientes. Los miles de argentinos que viven en la localidad malagueña de Fuengirola colorearon de blanco y celeste las calles de este lugar convertido en Rosario por unas horas. Messi y su guardia tienen la culpa, el fútbol y su locura tienen la culpa.

La curiosidad era comprobar el grado de excitación con la que los argentinos viven lo de pegarle patadas a un balón, como muchos detractores definen al fútbol. Así que acabé en un bar con buena pantalla en el exterior y poca gente sentada y muchísima de pie. Desde una hora antes del pitido inicial aquellos locos y locas por la albiceleste no pararon de alentar, de cantar, de soñar a corazón descubierto mientras mueven los brazos con la mano muerta en un gesto que es patrimonio de la humanidad. De este Erasmus al fútbol más visceral salí fascinado y con casi todos los cánticos memorizados.

Detrás de mi estaba Ignacio Walli, que vio cómo sacaba mi móvil para inmortalizar la reacción de la muchedumbre al 1-0 de Leo de penalti. Me pidió que se lo pasara por correo. Es de Santa Fe, pero vive aquí y tiene pareja española. “Yo no vi nunca jugar a Messi en directo. No sabes lo que me encantaría. ¿Tú crees que volverá al Barça? Así puedo ir a verle cuando venga al campo del Sevilla”, me cuenta. Yo le reconozco que al pibe de oro lo vi hacer tres goles en La Rosaleda. “Juega poco ese Leo, eh”, suelta con una sonrisa. La ironía es más ironía cuando se habla en messiánico.


“¡Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar!”, la canción que dio sentido a la tercera estrella de Argentina, fue la banda sonora del domingo en Fuengirola. Se vivió uno de los mejores partidos de la historia del fútbol y uno puede decirlo con mayor certeza porque lo vivio con aficionados que gozaron, rieron, se emocionaron, celebraron, desconfiaron, les dio un vuelco al corazón, odiaron a Mbappé, veneraron a los guerreros de Scaloni, se encomendaron al poder divino del Diego y agradecieron al Dibu por sus paradas milagrosas.

Les miré las caras y fue como ver una película en sí misma, pero con muchos géneros. ¡Qué digo película! Un festival de cine que duró algo más de dos horas y que tuvo drama, amor, comedia (Dibu y sus celebraciones), mucha acción, misterio y hasta ciencia ficción, porque jugaban Lionel y Kylian, porque lo que sucedió en el partido desafía a la lógica y se acerca más a la literatura que al deporte rey.

“¡¡Pelado, la concha de tu madre, dale la Copa ya!!”, escuché decir a Augusto Núñez, un joven con la camiseta de Rodrigo De Paul que provocó la risa de todos los presentes ataviados con sus remeras de la selección, banderas, caras pintadas y sueños cumplidos. “Pelado” es calvo, lo de la “concha”…. ya saben, muletilla oficial que llevan en la sangre. Se lo decía a Gianni Infantino, el pelado que dirige la FIFA, que no paraba de decirle cosas a Messi junto al emir de Catar segundos antes de que este le pusiera esa capa de Batman para estropear la foto más icónica de Dios.

El pitido final tuvo una secuencia de imágenes imborrable: abrazos entre desconocidos, gritos de liberación al cielo, sonrisas y lágrimas, gritos y cánticos. El rezo a Maradona y el beso de Adrián Alonso, seguidor de Boca Juniors, al vientre de su mujer Candela, embarazada de un bebé que va a nacer en Fuengirola con Argentina como vigente campeona mundial. “Se va a llamar Benicio”, cuenta. “¿Del Toro?”, añade un compañero de celebración. “No, loco, mejor del Tigre”, dice señalando su tatuaje en la pierna. Adrián estuvo rugiendo durante todo el partido. Me abrazó cuando le dije que confiara, que el Dibu paraba uno en la tanda y que Tchouameni la tiraba fuera. También en aquel bar conocí mi sexto sentido.

“Porque a Messi le encanta la juventud: potencia la de sus compañeros, eterniza la suya y, gracias Messi, prolonga la nuestra”, escribía Sergio V. Jodar. El Diez de toda una generación consiguió que a miles de kilómetros, en un pequeño bar de un municipio de 82.000 habitantes en la costa central malagueña, un buen puñado de aficionados de todas -todas- las edades eternizaran su juventud, se teletransportaran al Obelisco de Buenos Aires en una nube de deseos cumplidos, con la voz alta y la preocupación baja, cogidos de la mano del Diego y con Leo agarrado de la otra.

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