Rescate iluminador el que lleva a cabo la editorial Huerga y Fierro, con la publicación de la antología poética “Simulacro de sortilegios” (Colección Signos. Madrid, 2010) de Emilio Adolfo Westphalen.
Explorador incesante del lenguaje, dador de una simbología lírica difícilmente repetible, y poseedor de una brillante creatividad metafórica, el poeta peruano (Lima, Perú, 1911 – 2001) pergeñó sus dos primeros libros, “Las ínsulas extrañas” y “Abolición de la muerte” antes de cumplir veinticinco años. Ambos volúmenes, le valieron -y le valen aún- para erigirse en una de las figuras más destacadas de la poesía hispanoamericana del pasado siglo.
Durante casi cuatro décadas, Westphalen no volvió a publicar libro alguno. Pero en su última etapa, vieron la luz seis poemarios breves, si bien, ni la crítica ni sus antiguos y admirados lectores encontraron en ese decir al escritor deslumbrante de otro tiempo. Mas al margen de ese personal proceso, el vate limeño fue un reconocido agitador cultural que siempre mantuvo encendida la llama literaria. Como tal, fundó dos significativas revistas de artes y letras, “Las Moradas” (1947 - 1949) y “Amaru” (1962 -1971), donde encontrarían acomodo muchos de los grandes pensadores y creadores nacionales e internacionales de entonces. Porque E. A. Westphalen llevó a gala su afán cosmopolita y su vida fue un constante ir y venir, tal demuestran sus largas estancias en Nueva York, Roma -como traductor de la ONU-, México, Lisboa…
Ina Salazar, afirma en su notable estudio previo, que “desde una escritura que se debate e incluso se inmola para renacer de sus cenizas …/… la obra de Emilio Adolfo Westphalen nos proporciona motivos …/… para imaginar un mundo en que aún se desee y se vislumbre el don de la maravilla y el asombro”. Y en efecto, esa es la principal virtud que asoma por estas páginas, la difícil sencillez con la que la poesía nace y crece desde el alma del yo poético, silenciando en todo momento lo superfluo, lo ordinario, para dejar paso a la esencia vital de un verso original, quebradizo, solidario: “El amor nunca llega sino ahora/ Las manos gobiernan las estaciones/ La primavera es la boca el seno la muerte el ave/ porque se cierra y nace/ Nace flor boca seno ave”.
Reconocido deudor de las vanguardias de inicios del XX, el poeta limeño quiso aumentar los horizontes creadores y buscó con ahínco una libertad formal y lingüística que ayudara a superar los corsés de la lírica patria. Su situación social, muy al margen de la Lima que concentraba el poder económico y político, le sirvió a su vez para avivar un cántico que fuera trasmisor de las inquietudes y realidades de los estratos menos influyentes. Desde una estética moderna y cercana al surrealismo, volcó en sus versos el amargo vivir de los otros: “Nadie oye estos golpes pregunto fuera/ Tan hondo como la mina tan hondo como mi cuerpo/ resuena tan fuerte el silencio/ Tan tristes estas lágrimas que no han de cruzarse nunca”.
E. A. Westphalen, supo siempre que “andando el tiempo/ los hombre se miran en los espejos”, y que su reflejo sería feliz sorpresa para sus lectores.
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