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El Abuelo volvió a abrir las puertas de Jaén

La madrugá' se vivió en Jaén con miles de personas arropando a Nuestro Padre Jesús Nazareno

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Algunas escenas de la procesión

Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Abuelo de Jaén, tiene las llaves de la ciudad y anoche abrió las puertas de esta de par en par para que miles de jiennenses se lanzaran a la calle a una madrugá cargada de emoción. Una que se desbordó con el crujir de las puertas del Camarín ante los rostros de aquellos que esperaron horas para ver de nuevo a la imagen más querida de Jaén en las calles.

Sólo el Abuelo es capaz de abarrotar cada rincón del barrio de la Merced, del Arco de San Lorenzo o cada balcón de la calle Maestra, a altas horas de la madrugada. "El Rey de Jaén". "Lo más bonito de la ciudad". Los títulos que adornan los constantes vivas lanzados por el cariño de sus devotos son inmensos.

Y es que da igual que uno sea creyente o no, no se puede negar que si un paso es capaz de mantener en silencio a una atestada plaza de Santa María, de hacer que haya miles de personas a los pies de la Catedral de la Asunción y ni una sola de ellas centre su atención en la construcción de Andrés de Vandelvira, es que su poder es real. Que le pregunten sino a los bares, pubs, restaurantes o cafeterías del centro, que no dieron abasto en toda la noche gracias a un poder de atracción que dejó sin aparcamiento alguno los barrios limítrofes al centro de la ciudad.


Hubo tanta gente en las calles que, de no ser noche cerrada, a más de uno le habría costado distinguir el trasiego de la Carrera del de un Domingo de Ramos y claro, esto hizo que ninguna de las imágenes estuviese sola durante su itinerario. De hecho, mientras el Abuelo reviraba en dirección a la calle Maestra, la Virgen de los Dolores hizo su aparición ante un Cantón de Jesús hasta la bandera y al sol de un ave María que rompía el respetuoso silencio. Hasta a la luna llena que coronó el cielo le costó contener las lágrimas. 

Aquellos jiennenses que fueron cayendo en las fauces del cansancio tras una noche de esperas, encuentros y diversión junto a amigos, fueron sustituidos paulatinamente por los madrugadores. Se cruzaron en las churrerías, mientras unos llenaban el buche antes de ir a la cama y otros acudían al café para no perderse detalle alguno de la procesión.

Ya fuesen de los primeros o de los últimos, las calle Campanas, Carrera de Jesús u Obispo González volvieron a ponerse de bote en bote, a escuchar los incesantes vivas y ver llover pétalos desde los balcones sobre una imagen que volvió al Camarín habiendo comprobado que las llaves que le cuelgan de su muñeca, las de la ciudad de Jaén, abren sus puertas como nunca.

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