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Notas de un lector

Versos junto al parque

  • Fiedrich Hölderlin, Alda Merini y Silvia Castro Méndez
La pasada semana abrió sus puertas la Feria del Libro de Madrid 2010. Por sus más de trescientas casetas desfilarán cerca de tres millones de visitantes que tendrán ocasión de dar rienda suelta a sus más variados gustos y preferencias. De esta “feria de novedades”, selecciono tres muestras de interesantísima lírica extranjera.


La editorial orensana Linteo, da a la luz los “Cantos” de Fiedrich Hölderlin (1770-1843), en una espléndida versión de Antonio Pau. Escritos entre 1801 y 1803, se enmarcan dentro del período más turbulento de la vida del genio alemán. De esta época, datan sus primeros desequilibrios mentales, además del schok que le produjo la noticia de la muerte de su amada Susette Gontard en 1802. Estos renovados “Cantos”, a los que Hölderlin denominara “poemas mayores, aislados y líricos”, atrapan por la bella imaginería verbal que los sustenta y por el tono sentencioso, quimérico y de fulgurante remembranza que los envuelve: “Ahora estoy sentado debajo de las nubes …/… bajo encinas bellamente ordenadas,/ sobre/ un brezal de corzos,/ y extrañas/ y muertas me resultan/ las almas de los bienaventurados”.
Dividido en “Cantos nocturnos” y “Cantos patrios”, este revelador volumen, vuelve a encender la llama hölderliniana y el decir doliente de un poeta grande y visionario: “… donde hay peligro/ crece también lo que nos salva”.

“Vacío de amor” (Cálamo. Palencia, 2010), reúne un ampli muestrario de la obra lírica de Alda Merini (Milán, 1931 – 2009). Condicionada desde que cumpliera dieciséis años por sus asaltos de locura -casi a la para que despuntara su vocación lírica-, la poetisa italiana supo modelar un atlas poético donde lo agónico, lo onírico y lo fantástico cobrasen protagonismo al par de lo confesional y memorialístico. Sabedora de que “los poetas congregan la verdad”, la tensión de sus versos se dirigen de forma constante a la redención del hombre a través del lenguaje, aquel que nos “sostendrá hasta el fin del mundo”.
La marcada narratividad de sus composiciones, su temática obsesiva y sus abrumadoras conquistas metafóricas, convierten esta antología en un sugeridor viaje por la esencia de una alucinante feminidad, donde el amor, el sexo, la piedad y, en suma, la vida después de la vida, son santo y seña de un presente que siempre tuvo sabor de ayer: “No te mires al espejo/ podrías ver los surcos de aventuras pasadas”.

La editorial Torremozas acaba de publicar el tercer poemario de la costarricense Silvia Castro Méndez, “Agua”. Ella, que confiesa conocer bien porque “el poeta escribe en los renglones del agua” y que recuerda cómo su infancia no anduvo entre trenes ni muñecas, sino “…bordeando lagos y sus cisnes”, se abriga aquí y ahora al son de unos recuerdos que atraviesan la complicidad de sus antiguas preguntas y de sus actuales respuestas: “Mi calle tiene brazos sin luz”, anota. Y desde ese irracionalismo subversivo que va creciendo en cada página, ahonda en una búsqueda que alivie pretéritos sinsabores, fulgurantes heridas.
Pues como el agua, también fluyen la ausencia y el silencio, que discurren paralelos a la actitud existencial que vertebra el pulso vital de la autora: “Me asomo con prudencia al recuento de ayer./ No quisiera que un tiro me desguace el aliento”.

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