Hay películas a las que la propia promoción puede ocasionarle efectos adversos. Ocurre con Amor en Rye Lane, a la que han llegado a definir como “la nueva Love Actually”. O una de dos: o nos quieren engañar vilmente o el autor de la comparación no ha visto Amor en Rye Lane, puesto que se supone que sí ha visto la película de Richard Curtis. Valen cualquiera de las dos respuestas, porque ni estamos ante una película coral, ni persigue la comicidad ni la complicidad con el espectador. En todo caso, la historia de la película de la debutante Raine Allen Miller podría aspirar a formar parte de una las tramas de la ya mítica cinta navideña, y poco más, lo que no evita el guiño intencionado a la misma cuando la pareja protagonista visita el puesto de tacos “Love Guacactually” regentado por Collin Firth.
El fallido empeño tampoco debe servir para desestimar esta apreciable película romántica en la que, eso sí, sobresale más el talento de la puesta en escena que el del argumento y sus diálogos, y en cuyo favor juega asimismo la natural y descarada interpretación de una joven Vivian Oparah que se adueña de la cámara en cada uno de los planos del filme.
El talento en la puesta en escena hay que atribuírselo a Raine Allen Miller que, consciente de las debilidades del guion, convierte la narración en un continuo travelling colorista a través de las calles del sur de Londres mientras acompaña a la pareja formada por Oparah y David Jonsson, dos jóvenes que acaban de romper con sus respectivas parejas y que coinciden casualmente durante un paseo por el barrio de Rye Lane de vuelta a casa. Miller utiliza diferentes lentes angulares para captar la singularidad de los escenarios urbanos por los que van atravesando y cuida la luminosidad de cada escena para envolver a sus personajes con mimo a lo largo de esta street movie consciente de sus limitaciones y de sus posibilidades, pero también del encanto de ese toque cercano y casi documentalista del que se alimenta esta modesta película, más próxima al cine de autor que a la comedia romántica a la que parece aspirar a veces.
En este sentido, lo que cuentan Dom y Yas ni es trascendente ni original, pero al menos logran contagiarnos de sus dudas e ilusiones, como las de cualquier gente corriente, plagada de tropiezos, fracasos y descubrimientos en torno a eso que llamamos amor, desamor y sus sucesivas dichas y desdichas.