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La fotografía, un arte apasionante

Las horas pasaban rápidas en el apasionante habitáculo para revelar

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  • Una parte de mi equipo de cámaras fotográficas con las que he vivido momentos inolvidables. -
La fotografía ha sido y continúa siendo una de mis aficiones favoritas y desde muy joven siempre he sentido un gran interés por este arte que me hizo pasar muy buenos ratos en mi laboratorio que, por cierto, monté con toda clase de aditamentos, en especial en lo referente a las ampliadoras, no olvidando por supuesto contar con un surtido de cámaras que pese a la era digital aún conservo, pues están consideradas como auténticas joyas.

Desde mi infancia me apasionaba la forma en que operaba el fotógrafo de la Plaza Alta, que captaba con una vieja cámara de fuelle provista de trípode a muchas de las personas que por entonces pululaban por el entorno, en una gran parte soldados. La vieja y destartalada cámara disponía de un pequeño cubo que se utilizaba para el lavado final,  efectuándose revelado y fijado en el interior a través de una manga de paño negro conectada al cajón.

Pero sin duda, lo apasionante resultaba revelar por sí mismo el carrete bien en cubeta sin luz alguna, como hacía el bueno de Victoriano Murillo y ha estado haciendo hasta hace varios años mi buen amigo Paco Fernández, que se ayudaban de la luz de sus cigarrillos para seguir el proceso. A mí me resultaba más cómodo y menos agobiante el revelar la película en el tambor estanco  y a plena luz del día.

Con el negativo había que actuar con suma precisión en función de las tomas y de la luz existente en que se habían realizado, para así concederle más o menos tiempo de revelado. El resultado final se plasmaba por regla general en una larga y brillante tira de hasta 36 fotogramas o bien en otras de menor número, porque su formato era de mayores dimensiones.

Las horas pasaban rápidas en el laboratorio y en el invierno resultaba muy agradable estar encerrado en el habitáculo positivando, fijando, lavando y secando al mismo tiempo, para luego admirar la obra, de la que muy buena parte formaba parte mi familia en especial mis hijas Mari Carmen y Susana, a las que capté con mis objetivos cientos de veces.

Mi primera gran cámara fue una Asahi Pentax de 35 mm. con óptica intercambiable, que por los años sesenta resultaba todo un lujo. Previamente, había tenido las clásicas cámaras de cajón compradas en Gibraltar y una alemana pero de objetivo fijo. Por entonces no disponía de laboratorio  y revelaba mis carretes en Foto Venus, de mi amigo Victoriano.

Conforme la afición fue en aumento me decidí aprender a revelar mis propias fotografías y para ello Victoriano Murillo fue mi gran maestro. Me enseñó muchos trucos en especial en las ampliaciones y la verdad es que sus consejos y enseñanzas me resultaron muy fructíferos.

Pasados los años y conforme el color se hizo patente en la fotografía me interesé por aprender a revelar bajo esta modalidad que estaba reservada sólo para las grandes firmas, pero que no por ello resultó óbice para adquirir varias colecciones de libros que se ocupaban de esta técnica y que finalmente terminé dominando, tras desgraciar innumerables cajas de papel y litros de líquidos, ya que el color era muy exigente para un pequeño laboratorio como el que yo poseía.

Aún recuerdo mis dos primeras fotos que revelé en color y que eran de mis dos modelos, por supuesto mis dos hijas. No pueden ustedes imaginar la satisfacción que sentí cuando saqué las dos copias de un gran tubo de plástico, por completo hermético a la luz, que era donde se efectuaba el revelado y el fijado para posteriormente lavarlas.

En la actualidad, el Photoshop y las digitales han desbancado por completo a la vieja escuela perdiéndose el encanto de la intimidad del cuarto oscuro y el picante olor de sus líquidos. Es el progreso y, ante eso, hay que rendirse.

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