ME HE enterado en el manicomio de que este jueves pasado ha muerto Peter Falk, más conocido por El Detective Colombo. Y me ha entrado de aquí para arriba una cierta nostalgia al recordar aquella serie de televisión que nos mantuvo distraídos contemplando aquel hombre de presencia cansina y de inteligencia más pertinaz que rápida.
No se podía llevar una gabardina más cochambrosa (la verdad es que era una ruina para las lavanderías), pero difícilmente se podía ser más eficaz en la lucha contra el crimen organizado y sin organizar. Parece que lo estoy viendo. Llegaba a la escena del crimen y en principio parecía el más despistado de la reunión. Nada más lejos de la realidad. Mientras los dolientes estaban entretenidos llorando, incluido el que se hacía el tonto, y comentaban la muerte del fiambre, Colombo miraba al personal de reojo con el único ojo que le funcionaba y los calaba como si los hubiera parido. Cuando se decidía ir a por uno en particular, al sospechoso le terminaban entrando unas ganas horrorosas de acabar con la pesadilla de tener un tío todo el día dándole vueltas al coco. De pronto se despedía del presunto y se alejaba de la cámara, pero, cuando el malo se sentía aliviado de la presión, volvía Colombo otra vez para decir: “solo una cosa más”. Los que veíamos la serie sabíamos entonces que la solución estaba al caer y que todo era cuestión de tiempo y del cántaro a la fuente. Al final siempre se derrumbaba el culpable, cantaba por derecho y nos quedábamos sin saber si el cante era debido al reconocimiento de la culpa o si era por no ver más al de la gabardina grasienta. He podido leer la vida de Colombo y es fascinante. Dos detalles nada más. Trabajó de todo para sobrevivir. Llegó a tener cáncer en un ojo y le pusieron uno de cristal. A pesar de todo luchó por abrirse paso en la escena consiguiendo muchos premios. Dicen que Harry Cohn, el mandamás de Columbia, rechazó contratarle diciendo: “Por el mismo precio tengo un actor con dos ojos”. En fin, que Colombo luchó lo suyo, pero ha desaparecido de este loco mundo y a mí me ha traído muchas cosas al recuerdo.Sin embargo he pensado en el manicomio que se van los mejores y que Colombo hubiera hecho muchísima falta en La Isla. Ahora que está de moda contratar a alguien para que investigue quién fue el culpable (por supuesto siempre con el dinero de los demás) y después se lo calle, ahora que está la cosa como está, hubiera llegado al Ayuntamiento con su gabardina estropajosa, hubiera contemplado el panorama y se hubiera puesto a investigar quién mató a La Isla. Se metería en el corro de los concejales jugando al despiste, sacaría su pringosa libreta y no acabaría de tomar notas, porque aquí hay mucho que anotar y mucha tela que cortar. ¿A quién miraría? ¿A quién le echaría el ojo? ¿A quién se dirigiría? Sin dudarlo, habría comenzado antes que nada a investigar primero dónde coño está el Ayuntamiento. Ya sé que aquí tendría crudo encontrar al culpable o a los culpables, porque todos los políticos tienen hecho un máster en echarles la culpa a los demás. Además, teniendo en cuenta que en La Isla hay más problemas que en la Nasa, se volvería infinitas veces a decir aquello de “¡solo una cosa más”. Diría Loaiza: “Yo acabo de llegar”. Diría De Bernardo “Yo me acabo de ir”. Dirían los demás: “Nosotros acabamos de llegar” Y todos coincidirían en afirmar:.”A nosotros que nos registren”. Estoy seguro de que Colombo aquí se iba a hacer un lío, porque no se podría explicar que los sospechosos se tiraran un día a matar entre ellos y al día siguiente se pegaran besitos y pactaran lo que hubiera que pactar. En La Isla Colombo no iba a dar con la tecla con la misma facilidad que en sus películas, pero era una posibilidad. Aunque quizás hubiera terminado por tirar la toalla, por lo menos a alguno le hubiera puesto la cabeza caliente con esas dotes de actor que le distinguían. Se ha ido, cuando más falta hacía aquí en La Isla. Descanse en paz él y sus sospechosos.
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