Hoy escribo con el alma rota, con el corazón encogido por la pena que me asiste en este instante tan triste, tan irreversible. Ha partido mi querida y buena amiga Carmen. Y con ella se va una parte luminosa de la vida de quienes tuvimos la dicha de conocerla.
Carmen fue una mujer íntegra, auténtica, de esas personas verdaderas que marcan para siempre el sendero de quienes caminan a su lado. Fue una gran hermana, una esposa ejemplar, una amiga incondicional, amiga de sus amigos, alma cálida que jamás será olvidada. Porque Carmen no sólo fue buena: fue buena, buena, buena -con esa bondad que se siente-, que se respira, que se abraza.
Hoy los recuerdos me invaden, trayendo a mi memoria momentos entrañables que compartimos. Y duele -cómo duele- saber que nunca más volverán. Recuerdo con inmensa tristeza sus gestos de generosidad, su risa franca, su mano tendida siempre, su preocupación constante por los demás, incluso en sus propios momentos de enfermedad y dificultad.
La partida de Carmen me retrotrae inevitablemente a otros tiempos dolorosos, a pérdidas anteriores, a aquellas batallas que la vida nos obliga a pelear aunque el alma no quiera. Su adiós revive en mí antiguos dolores que creía adormecidos, pero que hoy despiertan y laten con fuerza.
Carmen deja una huella imborrable en quienes la amamos y un vacío imposible de llenar en la cofradía de la que fue pilar fundacional en la Cofradía Gastronómica de Los Esteros. Fue de las primeras en sembrar con su ejemplo ese amor sincero, esa entrega desinteresada, esa pasión por la vida compartida.
Mi querida Carmen, triste y apenadamente te digo adiós. No encuentro palabras suficientes para describir lo que siento: una mezcla de incredulidad, de dolor sordo, de nostalgia anticipada. Me aferro a tu recuerdo con la esperanza de no perder nunca esa luz tuya que nos alumbró.
Hoy Antonio Montiel -tu compañero de vida durante más de 45 años de amor ininterrumpido- comienza una nueva etapa, solitaria y dolorosa. Mi corazón está también con él y con todos los que lloramos tu ausencia y celebramos, a la vez, la fortuna inmensa de haberte tenido cerca.
Me duele la garganta de tanto llorarte, me tiembla el pulso al escribir estas palabras nacidas del amor y la pena. Pero también siento gratitud infinita por haberte conocido, Carmen, por haber podido admirar tu grandeza sencilla, tu alma inmensa.
Hoy, más que nunca, puedo decir con todo el peso de la emoción, que fuiste, eres y serás buena, buena, buena.
Descansa en paz, querida Carmen. Tu recuerdo será eterno en nuestros corazones.