Bajo el título de “Sólo la luz alumbra. Poesía 1986-2010”, Manuel López Azorín ha reunido una importante muestra de su quehacer poético. Para celebrar estas -casi- bodas de plata al pie del verso, el autor murciano brinda al lector una excelente oportunidad de adentrarse en una obra plena de rigor, esculpida con la lentitud y la coherencia de quien sabe que la cantidad no es sinónimo de calidad.
Desde que, en 1960, el editor Jesús Cifuentes agrupase a hurtadillas unos cuantos poemas de López Azorín y los diese a la luz en una edición no venal titulada “Marasmo” -para sorpresa del propio autor y de los amigos que lo disfrutaron-, su decir ha ido creciendo jalonado por distintos galardones y por una forma de entender la poesía en la que se conjugan con acierto la cadencia de un verso muy bien ritmado y una temática cercana y solidaria.
Pascual Izquierdo anota en su prefacio, los dos rasgos principales sobre los que López Azorín fundamenta su poética: “la indagación sobre la individualidad diluida en la universalidad y la definición de las características que ha de reunir la verdadera poesía”. Y en verdad que su obra pivota sobre estos dos conceptos que, a su vez, se apoyan en un humano vitalismo.
Porque estos versos están hechos a golpes de vida, incardinados en la conciencia más honda del hombre y sostenidos sobre su férvida condición mortal; y de ella y de su circunstancia -tomando la máxima orteguiana-, se nutre el yo lírico para volcar con emoción su acordado cántico: “Quiero creer que, luego, tras la muerte,/ he de vivir en cuantos me han querido,/ que no me acabo en ella, que prosigo/ en los recuerdos vivo, permanente (…) Quiero creer, por no tenerme lástima./ Quiero soñar, pensar que esto no es todo,/ que estoy lleno de vida, aunque me vaya”.
La compilación está ordenada de forma inversa, de modo que el último de los poemarios editados - y que da título al volumen-, sirve como pórtico. En él, López Azorín ofrece una serie de consejos muy recomendables para esa tropa de jóvenes poetas que confunden la ilusión primeriza con el ego impertinente y que creen hallar en sus propios versos múltiples aciertos y ningún desatino. Por ello, es recomendable que lean asertos tan verdaderos como éste: “Escribir es amar y un vivir necesario./ Y en la música, el ritmo, la medida y la rima (…) vive el tiempo en palabras que nos han precedido,/ historia de la Historia de la que somos parte (…) Aprended del ayer y buscad el mañana”.
A partir de aquí, se van sucediendo los distintos poemarios que López Azorín fue dando a la luz, “La ceniza y la espuma” (2008), “De la vida y otros ríos” (2003), “Crónica de Babel” (2003), “Azul de los afectos” (2001) “Libro del desconcierto” (2001), “Versos para después de una película” (1998), “Amar es mi ejercicio” (1998), “Vértigo” (1994) y “Marasmo”.
Se completa la antología, con un amplio compendio de estudios, reseñas y prólogos a las obras citadas, que aportan una visión aún más clarividente de un poeta y una poesía de profundos acentos y expresiva autenticidad.
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