Aquella pareja llevaba mucho tiempo viviendo fuera de su Jerez natal. Hicieron vida, familia y negocios a unos centenares de kilómetros y hacía ya años que solo podían volver puntualmente en Navidad, y una vez que la familia faltó, ya ni siquiera para eso. Pero ahora que los hijos ya eran mayores, el matrimonio se empeñó en volver a esa feria que tanto les gustaba y a la que durante décadas se vieron obligados a faltar. No iban a escatimar en gastos: vuelo en primera clase, habitación grande en un hotel cercano reservada casi desde la feria anterior, traje de chaqueta para él y de flamenca para ella, y una billetera bien repleta para que no faltara de nada.
Se levantaron y después de acicalarse como la ocasión merecía, dieron el breve paseo que separaba el hotel del Parque Gonzalez Hontoria y en él se adentraron con los nervios del que pisa por primera vez el albero de una nueva plaza. Les impresionó la belleza y el cuidado de muchas fachadas de las casetas, atribuyendo a los años de ausencia aquella agradable sorpresa, y como era ya casi la hora de comer decidieron entrar en una cualquiera. Las mesas estaban todas repletas de gente muy bien vestida pero, les llamó la atención que, al llegar a la barra, siendo ya la hora de comer, ésta se encontraba completamente vacía, y aun les llamó más la atención cuando al acercarse a ella, un elegante camarero les preguntó:
- Pero ¿tienen ustedes reserva?
Después de explicarle al camarero con caras de póker, que llevaban años sin venir a la feria de su tierra, este se apiadó de la extrañada pareja, y les buscó un hueco en la esquina de la terraza donde los sentó, les puso media botella de vino fino en un cubilete y una vez abierta la botella les dijo:
- Fuera de carta tenemos, solomillo de corzo a las finas hierbas sobre parmentier de berenjenas y queso payoyo, y también unos lomos de merluza de la bahía confitadas en brandy y kiwi acompañadas de una salsa de arándanos y mango…. Ah…y unos centollos muy grandes que nos han entrado esta mañana.
Él, no ya con cara de póker sino de repóquer, lo miró y le dijo:
- Bueno nosotros lo que queremos es una tortilla de patatas, un adobito y unos chocos…
- Adobo no tenemos caballero, las tortillas de patatas aún no están listas porque son sobre todo para por la noche y los chocos fritos los ponemos sobre una mayonesa de kimchi que hacemos casera ¿se los pongo?
El cariacontecido protagonista del almuerzo se sirvió pausadamente una copa fría de aquel fino y con el catavino en la mano se acercó pausadamente a la oreja del camarero y le dijo en voz bajita:
- Espero que al menos el vino siga estando igual de bueno… ponme de comer lo que dé la real gana. Me lo voy a comer igualmente.
Y le sirvió otra copa de fino a su mujer, y brindaron sonriendo, preguntándose si habían entrado al Real de la Feria, quizás por una puerta equivocada.