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Reflexiones desde el sofá

El otro idioma

—Quillo, ¿has leído lo del polvillo que han echado en la mar?

Publicado: 31/05/2025 ·
17:20
· Actualizado: 31/05/2025 · 17:20
  • Bromas entre amigos.
Autor

José Diego Amores Revuelta

José Diego Amores Revuelta es licenciado en Historia y Archivero con influencia petermanesca

Reflexiones desde el sofá

Columnas de opinión que sólo pretenden invitar a la reflexión del lector sobre temas de actualidad

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El pasado domingo celebramos la cuarta edición de la feria del libro El Faro de las Musas, un baño de letras y de libros del idioma español. Precisamente de esto segundo quería hablar esta semana en esta columna: del idioma. Hemos visto cómo los representantes del Gobierno de España han intentado que la Unión Europea apruebe como lenguas oficiales el catalán, vasco y gallego, algo legítimo, por supuesto, pero me pregunto qué pasa con ese otro idioma, el que no se habla pero se deja entrever en nuestras conversaciones. Y es que el doble sentido siempre ha sido un símbolo dentro de la lengua, y en Andalucía con especial énfasis si cabe, donde una conversación banal puede convertirse en una lluvia de mensajes en la que el tema principal no aparece en ninguna de sus palabras.

Os voy a contar la experiencia que tuve el pasado viernes mientras me tomaba un café con un amigo, el cual desde hace varios años padece un serio problema de audición, lo que provoca que las conversaciones con él se terminen haciendo comunales. Y algo así me pasó en aquella cafetería, a la que dudo que vuelva en unos cuantos meses, quizás años.

Os pongo en situación. Manuel, que es como se llama mi amigo, escogió la mesa más céntrica del local, entre otras cosas porque las demás estaban ocupadas. Junto a nosotros se encontraba un matrimonio heterosexual con su hijo, que no debía de tener más de 9 o 10 años. Esta familia, por la forma de hablar y lo poco reconocible que me resultaban sus caras, intuí que se trataba de un grupo de turistas, algo que confirmé al oír cómo pedían el café con una vocalización extrema y una magnífica pronunciación de la “s”, lo que me hizo suponer que venían de algo más al norte que Despeñaperros.

En ese momento comenzó Manuel su alegato:

—Quillo, ¿has leído lo del polvillo que han echado en la mar?

Con ese comienzo de conversación hay que reconocer que la cosa prometía, pues no sabía si me estaba hablando de una marca de frutos secos o de algo sexual, por lo que le respondí:

—¿Qué polvillo, Lolo?

A lo que respondió alzando aún más la voz y algo irritado, como si tuviese la obligación de conocerlo para seguir cotizando a la Seguridad Social:

—¿¡Cómo que polvillo!? ¡El polvillo que echó uno hace 98 años en el mar!

Claro, la cara de la familia que estaba al lado se convirtió en un poema, mientras que el niño se inclinaba y le susurraba algo al oído a su madre, que lo reprendía mandándolo a callar con el dedo índice en la boca y agitando como loca la mano. El pobre niño agachaba la cabeza avergonzado, y supongo que se preguntaba: “¿Qué era echar un polvillo en el agua?”.

Mientras tanto, Lolo seguía a lo suyo:

—Que hay un follón gordo montado en las redes sociales porque hay uno que está defendiendo el polvillo que echó en el agua hace 98 años.

Claro, ante esa aseveración, y teniendo en cuenta que la escasez de polvillos en agua o tierra es importante, tuve que decirle:

—Manuel, si el hombre echó el polvillo hace 98 años y se acuerda, es normal que lo celebre. Lo que me extraña es: ¿qué edad tiene ese hombre ahora?

En ese momento la familia se dirigió a la barra, con la madre arrastrando de la mano a su hijo para abonar la consumición y salir pitando con un rostro de enfado importante.

Fue entonces cuando, alzando no solo la voz sino también los brazos, Lolo me increpó a voces en el bar, captando la atención de camareros, clientes y creo que de los vecinos de enfrente que veían la película en el comedor de su casa:

—¿Qué estás diciendo, chiquillo? ¿Estás emborrachao con el descafeinado? ¡Un barco de la almadraba que se llama Polvillo, que tiene 98 años, y que hay uno en las redes sociales que no quieren que lo tiren!

A lo que respondí:

—Lolo, me estás volviendo loco. El barco se llama Poldito, ¡POLDITO…!

La aclaración llegó tarde, sin duda, pero al mirar a mi alrededor pude comprobar una mezcla entre caras de alivio y otras que se tapaban la boca para controlar sus risas.

Y es que la Unión Europea debería oficializar, por delante de cualquier idioma regionalista, el doble sentido, la doble interpretación de las conversaciones y, sobre todo, la tergiversación de las palabras adaptándolas al lenguaje coloquial del día a día, porque eso sí que nos hace diferentes a todo el mundo.

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