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El Loco de la salina

Los locos no servimos para debatir

 Yo sirvo para muchas cosas, pero entre ellas no figura eso de debatir. Lo digo, porque, como está de moda eso de debatir, el director del manicomio ha organizado un debate por lo grande, en el que yo me voy a ver las caras con otro loco de la planta cuarta.
Se comprende que el director no tiene otra cosa que hacer, sabiendo que el manicomio tiene los presupuestos más apretados que los tornillos de un submarino. Ha organizado un pedazo de debate y no quiere que le falte de nada. A mí esa película no me va y tengo muchas razones para el repeluco que me producen esas cosas, pero el director está emperrado en que el debate se lleve a rajatablas bajo las siguientes premisas:
1.-Los que debatimos nos tenemos que sentar a la misma altura. No es por nada, pero, si yo soy más alto que el otro, por qué tienen que aserrar mi silla para ponernos al mismo nivel. Dice que una vez vio una película de Hitler y observó que el prenda siempre procuraba sentarse a un nivel más alto que el otro, porque así lo dominaba con más facilidad. Sin embargo yo no me quiero parecerme en nada a ese señor del bigotito. Y después me estoy viendo con la silla partida para los restos.
2.-Nos tenemos que vestir como nunca. Que está bien visto y también genera confianza en la masa el llevar un buen traje; y lo dice como si no tuviéramos el precedente del valenciano. Que, si no llevamos corbata, puede ser un punto, porque así parecemos más unidos a la plebe, aunque nos importe un pimiento, pero que, si la llevamos, infundimos un mayor respeto a la mayoría. Que la corbata no puede tener colores chillones, porque el que la lleve se gana el rechazo del respetable. No es por nada, pero me ha recordado la animadversión que le tienen los toros, con perdón, al rojo. Que tampoco se trata de ir muy lujosos para no ser tachados de prepotentes. En fin, un equilibrio imposible.
3.-Nos ha explicado que tenemos la obligación de mantener una cara alegre. Esto no lo comprendo, porque, si la cosa está como está, la verdad es que yo no tengo ganas de tocar la guitarra. Por lo visto, generamos más confianza riéndonos que poniéndonos serios. Además tenemos que dar un buen perfil y yo pienso que la cosa no está para buenos perfiles. Mira que le expuse al director la cantidad de problemas que tenemos en el manicomio, pero el tío no se baja del burro y me dice que, si no me río y doy buena imagen, los demás locos no se van a fiar de mí.
4.-Nos quiere marcar los tiempos de una forma que no es normal. De modo que yo puedo hablar un minuto, el otro habla otro minuto justo, después nos callamos, el moderador habla un cuarto de minuto, después yo hablo otro minuto y medio, luego el otro, después toso, el otro también puede toser…Y yo me pregunto: ¿no sería más normal que me dejara hablar todo lo que yo quiero decir y que el otro me conteste y así hablemos como se suele hablar en la calle? Me contesta que, si no es así, nos vamos a tirar los trastos al coco. ¡Cómo lo sabe! De todas las formas se los voy a tirar.
5.-Dice el director que hay que hablar de los temas que hayamos acordado antes y que no nos podemos salir del guión. Pero, mire usted, le dije yo, ¿y si sale un tema candente a lo largo del debate en el que podemos aportar cositas interesantes? Pues me dice que no, que eso es lo que hay para que no nos peleemos. Es de locos.
6.-Dice que podemos tener en la habitación de al lado seis asesores cada uno. ¿Van a estar jugando a las cartas o al dominó? Está el director todo el día hablando de que hay que ahorrar, porque el manicomio se nos viene abajo y ahora resulta que paga a doce tíos para que jueguen a las cartas o al dominó. Increíble. Ya le he dicho que a mí no me ponga asesores, que al final los voy a tener que pagar yo.
Y después de todo lo que he dicho, no entiendo por qué no ponen a dos maniquíes a su gusto y les plantan una cinta grabada. Se nota que no han visto nunca al viejecito que, movido por unas manos magistrales, toca divinamente el piano en la calle Rosario.

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