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Septiembre, otro lunes más al sol

Septiembre está tan mal visto como los lunes. Pero septiembre siempre supuso el fin y el comienzo de algo, y en este 2012 solo alumbra una rutina nefasta que, más allá de los culpables, precisa salvadores

El final del verano, como en la canción del Dúo Dinámico, “llegó”. Septiembre está tan mal visto como los lunes, aunque para varios millones de españoles sigue siendo un septiembre más al sol, a la espera de que el Gobierno acierte un día de éstos o Merkel, Draghi y compañía se olviden de nosotros por un tiempo y dejemos de sentirnos sus marionetas en este drama sin desenlace a largo plazo.

El final del verano es, además, una de esas canciones que poseen el impagable don de unir a generaciones diferentes; en algunos casos porque son imperecederas y, en otros, como éste, por circunstancias emocionales: el último capítulo de Verano azul. Pero no solo la música, ahora mismo las emociones provocadas por esta crisis han terminado por establecer similitudes y diferencias entre nuestro tiempo y el de nuestros padres o de nuestros abuelos, en búsqueda de respuestas, consuelos y esperanza.  

Paul Auster, que realiza en su última novela, Diario de invierno, un paseo por el amor y la muerte de la mano de sus recuerdos, vivencias y determinaciones, concluye, acerca del presente, que “no pasa un día sin que sueltes una arenga contra la influencia dominante de la derecha, las injusticias de la economía, la incuria del medio ambiente, el desplome de las infraestructuras, las guerras sin sentido, la barbarie de la tortura legalizada y la extradición irregular, la desintegración de las ciudades empobrecidas, la erosión del movimiento sindical, la deuda con que cargamos a nuestros hijos, la creciente grieta que separa a los ricos de los pobres, por no mencionar el cine basura, la comida basura y los pensamientos basura que estamos cultivando. Eso es suficiente para desear que estalle una revolución; o irse a vivir como un eremita a los bosques de Maine, y alimentarse de frutos silvestres y raíces de árboles. Y sin embargo, remóntate al año de tu nacimiento e intenta recordar el aspecto de Estados Unidos”... o de tu país. "Cada momento histórico está erizado de problemas propios, de sus particulares injusticias, y toda época fabrica sus propias leyendas y lealtades”.

Auster habla de su país en este momento, pero bajo condiciones muy similares al nuestro, salvo en lo de las torturas, las extradiciones y la comida basura. Y también habla de su país cuando se refiere a su infancia, pero eso no impide que encontremos con suma facilidad nuestras “particulares injusticias” -más aún en plena dictadura franquista- a la hora de recordar cómo era España entonces en comparación con la España de ahora.

Auster sentencia que “no echas en falta los viejos tiempos”, pero no cabe duda de que hacen falta nuevos tiempos, y lo único nuevo en estos momentos es que septiembre se ha convertido en un mes más, no en el final del verano o en el pariente pobre del estío o en el de las noches con rebequita o en el de las primeras ráfagas de viento impregnadas de tierra húmedecida, sino en una retorcida versión del todo sigue igual y del inmovilismo burocrático y financiero, que son los que le han privado de sus reconocibles atributos, como ha ocurrido antes con agosto y fiestas de guardar que han depreciado su significado en el calendario a los ojos de quienes sufren y soportan las consecuencias de la fantasía alumbrada desde despachos llenos de insolentes egoístas.

Nos miramos en nuestros padres y en nuestros abuelos en la época en la que vivían cuando tenían nuestra misma edad y sabemos que no hay comparación, que no nos cambiaríamos por ellos; a lo sumo, flagelamos nuestras conciencias bajo un complejo de culpa artificial -la sempiterna coletilla del “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”- que prolongan día tras otro los inamovibles titulares de prensa para atenuar las distancias.

Pero será importante que tengamos en cuenta cuanto está sucediendo, porque con el paso del tiempo, más que los datos, lo que perdurará será la leyenda negra del primer crack del siglo XXI y no el recuerdo exacto de cada uno de nosotros, ni las sensaciones ante cada nueva o idéntica mala noticia, ni la propia percepción del paso del tiempo, de las estaciones y de meses que, como septiembre, siempre supusieron el fin y el comienzo de algo y, en este 2012, solo alumbra una rutina nefasta que, más allá de los culpables, precisa salvadores.

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