Me cuenta mi dentista, el de toda la vida, el que me llama por mi nombre mientras me coloca un empaste, me recuerda nuestra afición por las novelas de Rice Burroughs sobre Tarzán y ahora me recomienda sitios en los que disfrutar de un buen almuerzo, que con esto de la crisis ha descendido la clientela de forma preocupante y que hasta sus proveedores le aseguran que la gente ya no compra ni ibuprofeno para aliviar el dolor de un flemón.
En realidad, mantiene una clientela bastante fiel e, incluso, la costumbre de solo pasar consulta cuatro días a la semana, pero entiendo que detrás de su análisis persiste el recelo hacia la emergente competencia de las clínicas franquicia que han proliferado por todo el país durante los últimos años hasta convertir en moda eso que de niños nos parecía tan desagradable: llevar alambres en los dientes.
Aunque para determinados tratamientos haya terminado por recomendarme otros profesionales, suelo pasar consulta con él, sobre todo por esa particularidad en el trato tan en desuso. Hace unos días, por ejemplo, coincidí con un grupo de empleados de banca ya jubilados que denostaban la pérdida de la familiariedad con el cliente en las mismas sucursales en las que ejercieron durante varias décadas. “Hoy reciben la orden de venderle la Visa oro a señoras de más de 80 años y lo procuran por todos los medios. Es cierto que el negocio siempre fue el negocio, pero antes había una ética que nunca sobrepasamos, y sobre todo mucha educación, más aún a la hora de denegar un préstamo”.
En el fondo ya sé que no son más que pretensiones, meras proyecciones del pasado, frente a la pujante despersonalización que ha terminado por imponerse detrás de muchos despachos y mostradores. Lo triste es que, en algunos aspectos, sí que hemos empezado a recuperar algunos esquemas del pasado, y no, como el último James Bond, por reivindicar nuestros orígenes, sino por imperativo social.
Hablar de la labor de Cáritas, de los albergues y comedores sociales, de la falta de expectativas laborales o de la ausencia de crédito para adquirir una vivienda o reflotar o emprender un negocio, se ha convertido en una cuestión tan predominante como extraordinaria hace apenas diez años, con el agravante de que parecemos haber retrocedido mucho más atrás en el tiempo.
Yo, particularmente, reniego de los que van proclamando por ahí que estamos a punto de volver a las cartillas de racionamiento -es evidente que no han visitado ningún país de los que las mantiene en la actualidad- y de los que deliran con consignas bélico-civiles, pero percibo esa sensación de arrastre o de empuje hacia lo inevitable en que se ha convertido la protección social -la solidaridad- que emana de la propia sociedad, hasta convertirse, y no por mucho tiempo, en buena parte del sustento de aquellos que han dejado de contar para el sistema, sin prestación ni perspectivas.
Lo ha dicho esta semana el director de Cáritas en Jerez, Francisco Domouso: “Están desapareciendo los mecanismos sociales de estabilidad, y la solidaridad no puede por sí misma sustituirla”, entre otras cosas porque nos encaminamos a la beneficencia y al asistencialismo.
No es una buena noticia para el Gobierno -o los gobiernos, a todos los niveles y ámbitos-, aunque tampoco ellos nos brindan las suficientes, ni siquiera cuando ponen el empeño en cuestiones tan sensibles como el desahucio o el euro farmacéutico, o cuando felicitan a Obama con la boca pequeña y dejan en un susurro la evidente necesidad de abandonar la vía de la austeridad para favorecer el crecimiento. Se le escapó al mismo ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, durante su visita a Jerez de este viernes, y le quedó convincente, hasta inspirador, pero conozco a un paisano mío que se le habría acercado para sentenciar: “Usted lo habrá pensado muy bien, pero eso no le va a salir”, sobre todo teniendo en frente a la canciller Merkel. Es el problema de perder la calle, el trato con la gente, en favor de los despachos y los mostradores,donde no hay cercanía, solo lenguajes oficiales y la sinceridad se reduce a las cuentas de resultados.