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Curioso Empedernido

¡Qué caray!

Siempre llevaba la vida por delante, teniendo como emblemas la alegría y el optimismo. Ulpiano, ajeno a esnobismos y veleidades, resultaba en casi todas sus acciones revolucionario...

Siempre llevaba la vida por delante, teniendo como emblemas  la alegría y el optimismo. Ulpiano, ajeno a esnobismos y veleidades, resultaba en casi todas sus acciones revolucionario y su arte consistía en tener más y mejores ideas que los demás. Por eso, ante su presencia, había que exclamar ¡qué caray!, usted sí que sabe.

Sabía imprimir glamour a todo lo que hacia y transformar el humo en una realidad consistente con su iniciativa y genialidad, sin artilugios ni secretismos. Su aprendizaje no había sido fácil y era fruto de la necesidad y de comerse el mundo en un bocado o bebérselo en un sorbo.

A pesar de lo mucho  que había vivido, no tenía heridas abiertas y mantenía la actitud de rescatar lo positivo de todas las cosas y situaciones, con su cara frente al mundo y su convicción de que en cada paso que damos hacia delante no hay vuelta atrás posible y que los alicientes y los estimulantes nos lo da el aprendizaje de la vida.

Viaje tras viaje, iba de un universo de agradables sensaciones a la convulsión desagradable de los mercados que no se conforman con todos los recortes, ajustes  y regulaciones del mundo por muy escandalosos e injustos que sean  y quieren más hasta la saciedad.

Estaba acostumbrado a escuchar lecciones de quienes jamás habían hecho nada útil, a soportar liderazgos de pega, a que intentaran vaciar de contenido lo que nada tenía, a comprobar que las redes sociales no son ningún milagro que nos pronostican un futuro mejor.

Sus andares por los caminos de la vida, le evidenciaba cada día la distancia entre los otros y con los otros, los cuentos y placeres de hogares ausentes y de homenajes  presentes, de conveniencias e inconveniencias, de aceptaciones y rechazos, de mentiras y verdades, de ventajas y desventajas del gran circo en la que él solo era un figurante.

Le gustaba, como decía Aristóteles, más “disfrutar que poseer”, ser que tener, protagonizar experiencias inolvidables que presumir del coche último modelo, aprovechar el momento que ser explotado, agilizar los tramites que archivar los documentos con exasperante lentitud.

Últimamente, en su locuacidad, se mostraba brillante y era capaz de resolver los retos que le salían al paso superando chirridos y gritos estridentes, pecados de sumisión y omisión y relativizando los problemas, lo que los hacía más llevaderos.

No necesitaba complacer a  nadie para sentirse a gusto consigo mismo. Sentía a los otros como iguales, ni por encima ni por debajo, ni tenía que mantener a los demás pendientes de sus actuaciones o llevando y trayendo de allí para acá para ser el centro de atención de todos y de nadie.

Había aprendido a identificarse con la felicidad y con el  éxito y no con la tristeza y el dolor, huyendo de ser victima ni pretendiendo cambiar a nadie, siendo capaz de creer en aquello que recitamos, protegiendo lo que valoramos y cambiando aquello que no funciona.

En definitiva, ¡qué caray!, tenía el control de su vida y estaba dispuesto a disfrutarla, sin ninguna intoxicación  ni mental, ni emocional, ni social, a huir de letargos y frustraciones, a no dejarse lastimar por palabras inútiles ni trampas maquiavélicas.

Y tal vez, como decía Anatole France, sabía que “el porvenir era un lugar cómodo para colocar sus sueños”.

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