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El Loco de la salina

¿Un caballo en La Isla?

Esperemos que el Hospital de San Carlos no sea como aquel caballo y que no venga cargado de soldados, sino de médicos y pacientes.

Hoy les voy a contar una pequeña anécdota que le ocurrió a este loco hace más años de los que uno deseara. Entré en el despacho de un alcalde, con el que me unía cierta amistad, a saludarle, y observé, cuando estaba hablando con él, que en el estante del fondo resaltaba una tabla horizontal, rectangular y dorada sobre la que aparecía con letras negras una frase escrita en latín: “Timeo Danaos et dona ferentis” Me trajo de golpe a la mente La Eneida, obra del poeta romano Virgilio. Cuando me vio el alcalde con la mirada embebida en la tabla, me dijo: Conservo ese adorno del anterior alcalde y no lo he querido quitar de ahí; pero a ti que te gusta el latín, ¿qué significa realmente? Le contesté que me encantaba que mantuviera en su despacho ese símbolo de cómo debe actuar un alcalde. Como se interesó aun más por el significado de la frase, le expliqué en breves minutos la historia que hoy también les voy a relatar a ustedes.

Cuenta Virgilio en La Eneida que, cansados los griegos de asediar la ciudad de Troya, como no se rendía, decidieron llevar a cabo una estratagema. Construyeron un enorme caballo de madera, lo llenaron por dentro de bravos soldados, lo dejaron en la playa como ofrenda a los dioses grabando en su costado sus intenciones de volver a por él al cabo de varios años y se hicieron a la mar simulando que abandonaban el asedio a Troya. Cuando los troyanos observaron la marcha de los griegos y aquel enorme caballo plantado en la arena, se consideraron vencedores. Hasta tal punto que el caballo les pareció un símbolo de su victoria y se dispusieron a introducirlo en la ciudad. Como no cabía por las puertas de Troya, decidieron tirar parte de la muralla.

Cuando estaban en esa tarea, una lanza vino a clavarse vibrando en el costado del caballo. Era de un tal Laocoonte, quien dirigiéndose a gritos a sus paisanos los puso de locos por querer introducir aquel caballo dentro de sus murallas. Y fue entonces cuando dijo la frase que el alcalde tenía en su despacho: “Timeo Danaos et dona ferentis”, que en cristiano significa: “Temo a los griegos incluso dando regalos” Lo que ocurrió más tarde era lo que tenía que ocurrir. Los troyanos metieron el caballo en la ciudad, celebraron por todo lo alto la huida de sus enemigos y ya por la noche se emborracharon de alegría y de vino. Los griegos salieron del caballo, incendiaron la ciudad, pasaron a cuchillo a todo bicho viviente y poquitos se salvaron de la quema. Hasta aquí la historia. Pero me encanta-le dije- que esa frase esté aquí recordándole a un alcalde que no admita regalos de nadie y menos de los que aparentemente ofrecen sus dones para conseguir a cambio algo más importante

El jueves se tiró a la calle un montón de gente en manifestación por el Hospital de San Carlos. El director del manicomio me dejó ir un ratito, porque otra cosa no, pero el hombre comprende que los locos somos los primeros interesados en tener cerca un buen médico, las pastillas que hagan falta y un cuartito lleno de camisas por si se nos va la olla. Sin embargo ya habíamos escuchado las campanas días antes anunciando la buena nueva de que Defensa le había regalado el Hospital a la Junta. Por lo visto Defensa dejó de estar a la defensiva y de pronto se iluminó totalmente y dijo que ahora mismo te lo regalo. Nadie sabe los motivos de tal arranque de generosidad, aunque algunos locos nos lo imaginamos, porque somos locos, pero no idiotas. Algunos dicen en el manicomio y en la calle que el Hospital de San Carlos es un caramelo envenenado. Y este loco, recordando el verso de Virgilio, tira una lanza para llamar la atención y traer a la memoria de sus paisanos la historia de Troya.

Esperemos que el Hospital de San Carlos no sea como aquel caballo y que no venga cargado de soldados, sino de médicos y pacientes. Y, aunque dice el refrán que a caballo regalado no le mires el diente, sí deberíamos los cañaíllas tomar nota de la frase de Virgilio y mirarle el interior de la barriga, no sea que nos pase como a los troyanos.

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