Un día llevaron al manicomio un aparato raro que se llamaba ordenador. Los locos nos arremolinamos alrededor de él sin comprender para qué podían servir un pedazo de plástico con una pantalla y unos cuantos pelos que le salían por detrás y que al parecer había que enchufar en la corriente. Pronto pudimos comprender, a pesar de nuestras limitaciones, que se trataba de un nuevo invento de los cuerdos. La verdad es que no nos fiábamos demasiado de aquello, porque podría tratarse de una novelería inútil.
El director manifestaba mucho interés en que lo manejáramos y aprendiéramos todo lo que en él se contenía. Los locos sabíamos lo que era un libro, pero no teníamos ni idea de lo que acarreaba aquel artefacto. Hasta que poquito a poco nos fuimos haciendo una imagen de lo que significaba aquella cosa extraña. Y comenzamos a manejarlo. Para nuestra sorpresa en aquella caja mágica podíamos encontrar cualquier cosa que buscáramos. Inmediatamente me acordé de mi amigo el Quijote, al que por mucho leer y poco dormir se le secó el cerebro y se volvió tal cual me encuentro yo hoy. Así que imaginé que el mundo se podría volver loco también por culpa de ese aparato, aunque con un tipo de locura que quizá no tenga nada que ver con la locura que nos atenaza a los que habitamos los manicomios actuales. Y, como en el ordenador podía encontrar todo, busqué la palabra libro.
Dice que viene del latín “liber”, que significaba originariamente “parte interior de la corteza de los árboles”; que Plinio el Viejo nos explicó cómo antes de que se conociera el papiro, se utilizaron cortezas de árboles y otros materiales para escribir. Luego encontré que el descubrimiento del papel fue debido a la victoria de Alejandro Magno, en la época en que fundó Alejandría en Egipto. Y que para escribir primero se usaba la hoja de palma y después la corteza de ciertos árboles. Total, que encontré infinidad de datos sobre lo que es un libro.
Por si fuera poco incluso venían libros enteros para poderlos leer en el ordenador. Después comprobé que para leer algunos libros tenía que meter mi nombre y mi cuenta en unos casilleros. De eso nada, pensé. Además, me puse a leer en la pantalla y pronto tuve que ir al oculista, quien me dijo que tenía la vista cansada. De modo que volví al libro de siempre. Y les tengo que confesar que aplicando mis cinco sentidos he llegado a la conclusión de que ver un libro es más agradable que contemplar una fría pantalla de cristal o de lo que sea y además no te deja las pupilas hechas polvo; que oír el sonido que hace un libro al caer al suelo es mucho más placentero que el que debe provocar ese pedazo de caja llena de cables y plastiquitos; que el olor que desprende un libro es superior sin lugar a dudas al que sale de ese bloque amorfo; que incluso si toco con la punta de la lengua una página siento más placer que si hago lo mismo con el ordenador; y del tacto qué voy a contarles: no tiene comparación. Así que me quedo con mis libros.
Dice Jorge Luis Borges: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo…Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Sin embargo reconozco el ingenio de los muchos que vuelcan en el ordenador su ingenio, como aquel que escribió: “Sgeun esutdios, la flata de sxeo dficutla la letcura”