El astillero sevillano nació bajo el Gobierno de Franco con la finalidad de regenerar el destruido tejido industrial, y mantuvo su actividad durante más de 60 años, en los que llegó a ser el de máxima productividad. En enero de 2012 tuvo que cerrar. Desde entonces hemos visto intentos de reiniciar su actividad; el último, actualmente comentado en prensa, es la oferta de Sevilla Shipyard, S.L. Esta sociedad prevé reiniciar la actividad naval, en la que trabajarían 100 personas de forma directa y 1.000 de forma indirecta.
Para muchos sevillanos y para todos los que tuvimos el honor de formarnos y trabajar en él, es conocido por Elcano. Todo lo que ha sido y ha podido ser se debe a que bajo ese nombre existió una empresa de personas comprometidas con el proyecto y que bajo la forma de convivir andaluza participamos en una empresa que, por vicisitudes probablemente políticas, no pudo llegar a buen término.
En la construcción del astillero participaron personas en gran parte procedentes de Sevilla y del campo andaluz, que luego continuaron trabajando en él. La tierra donde se construyó su dique seco fue sacada incluso en alforjas transportadas por burros. Al depósito de agua se le dio la forma de torre y con el paso del tiempo fue lugar de pago de la nómina, cuando aún se pagaba en dinero cada quince días, y tribuna desde donde los representantes de los trabajadores dirigían las asambleas.
Nació con zonas ajardinadas, árboles y fuentes; incluso se trajeron papiros, que sobrevivieron hasta las sequías de los años 80. Para la residencia de las personas de Astilleros y sus familias se construyó la Barriada Elcano que, con sus casas bajas, escuela para sus hijos, club social e iglesia fue una causa más del orgullo que significaba pertenecer a Astilleros. Para los trabajadores no había necesidad de créditos: la nómina de Astilleros era garantía suficiente para pequeños créditos en los comercios sevillanos.
En este proyecto se dieron todos los componentes para que la motivación creciera y fuera el motor capaz de convertir agricultores en profesionales. Para conseguir esa transformación se incorporaron excelentes profesionales curtidos en los astilleros de Cartagena, País Vasco y Galicia que, primero como profesores en el centro de formación que se creó, y luego como compañeros, se unieron al grupo humano con el que se construyeron cientos de buques. Este proceso no fue fácil ni rápido. Sin embargo, después de años de convivencia, formación y trabajo, el astillero y las personas que lo componían consiguieron ser referencia de calidad nacional e internacional. Según el prestigioso Lloyd’s Register, el astillero de Sevilla fue el de máxima productividad en 1973.
Mientras era conocido en el mundo naval el pueblo de Sevilla apenas fue consciente de la realidad del astillero, menos aún el de Andalucía. Sólo de esa forma se entiende que mientras la ría de Bilbao ardía para defender sus astilleros a veces ruinosos, o la ciudad de Cádiz entera salía a la calle y tiraba electrodomésticos por las ventanas para proteger una actividad en pérdidas, los ciudadanos de Sevilla se mantuvieron ajenos a las presiones que, más políticas que de realidad empresarial, sufría Elcano. Ante esa pasividad, el astillero, bajo presiones políticas, se vio obligado a beneficiar a otros menos rentables, comprando a mayores precios y cediendo buques a astilleros deficitarios, generalmente del norte de España, e incluso a aumentar sus beneficios (que compensaban las pérdidas de otros astilleros). Y todo ello a costa de no mantener ni renovar sus propias instalaciones, es decir de envejecer. El presente actual ha sido el único posible.
La noticia de la reapertura de Astilleros por una empresa, que al parecer tiene un capital social de 4.000 euros, bastante menos de lo que se gastaría el astillero en la factura de electricidad de un mes, es sospechosa. Según se ha dicho, parece que con este capital está dispuesta a conseguir una financiación de 4 millones de euros. Los que vivimos el sector naval día a día sabemos que el mercado para los astilleros de la costa es sumamente complejo, y más aún para los del interior como el de Sevilla.
Con independencia del noble deseo de que se trate de un proyecto ilusionante de un empresario genial, más bien parece que estemos ante la enésima muestra del oportunismo a la busca de dinero público. Sea como fuere, sería bueno repasar por qué nuestra tierra suele destruir lo bueno que tiene, empresarialmente hablando, y quiénes fueron los que ayudaron a destruirlo, sin olvidar a los que se beneficiaron en su día de dicha destrucción: empresas del norte español, ésas que ahora nos tachan de ser vagos y subsidiados.