El tiempo en: Jaén

El Loco de la salina

El viento y sus cosas

Precisamente uno de los motivos de la locura de Don Quijote fue el viento y eso que no pasó por Tarifa.

Sería de locos no hablar hoy del levante. Es obligado hacerlo. Todo el mundo habla en la calle del levante, acordándose de paso de su familia más cercana y yo no iba a ser menos. Pero vamos a ver si dejamos de encoger las cejas y afrontemos la realidad. Esto es lo que hay. Es una tontería quejarse. Alguien decía: “El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”. De modo que vamos a ajustar bien los cabos, vamos a dejarnos de pamplinas y asumamos que el viento no puede impedirse, pero con él pueden construirse molinos, como bien lo expresa un proverbio holandés.

Sobre el viento han hablado y escrito los mejores autores. No puedo extenderme en el Dios Eolo y en toda la mitología que hay detrás del viento, porque daría para varios volúmenes. Me voy a limitar a los pensamientos de toda la vida de Dios sobre este tema y a exponer aquí cuatro pamplinas que se me han ocurrido anoche, cuando me acababa de tomar las pastillas y no podía coger el sueño precisamente por el silbido que hacía el viento en los barrotes de mi celda. Tampoco puedo entretenerme en Cervantes y en todo lo que cuelga alrededor de los molinos de viento. Precisamente uno de los motivos de la locura de Don Quijote fue el viento y eso que no pasó por Tarifa.

Pero vamos hacia adelante. Ya Espronceda daba el toque: “Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela…” También es simpática una de las leyes de Murphy: “La velocidad del viento es proporcional al tiempo gastado en peinarse”. ¿Quién no se ha tragado de una sola tacada “Lo que el viento se llevó”? Y ¿qué se llevó? La respuesta a esta pregunta, aplicada a La Isla, daría para una colección entera de artículos desgraciados, porque el viento se ha llevado tantas cosas nuestras que prácticamente nos ha dejado, a día de hoy, en pelota picada. Y lo que nos queda que pasar, porque no hay viento favorable para el que no sabe dónde va, que es lo que les pasa a casi todos los políticos, para desgracia nuestra.

Por eso ya el personal pasa de las promesas y de los programas, porque sabe que las palabras se las lleva el viento. Entonces ¿para qué preocuparnos, si no podemos hacer nada para impedirlo? Hay una frase anónima que resume bien el tema: “Amor y viento, uno se va y vienen ciento” Esperemos que este levante dure poquito, porque no es que nos vaya a volver locos, que ya lo estamos, sino que los va a volver locos a ustedes y no vamos a caber en este manicomio.  

Aquí, porque somos muy especiales, a este viento no lo llamamos viento, sino levante. El levante designa uno de los puntos cardinales, llamado generalmente Este. Es el Este el lugar por donde sale (se levanta) el sol. Así nos orientamos hoy. El Este cae a mano derecha, más o menos por donde están los rusos. Y el Oeste es algo típico de los americanos y por eso cae por allí. Por lo visto y debido al cacao mental que tenían los antiguos sobre el planeta, en sus mapas el Este cogía a mano izquierda y el Oeste a mano derecha.

Curiosamente la palabra levante se conserva bastante similar en muchos idiomas. En inglés se dice levant, en francés: levant, en alemán: levante, en italiano: levante y hasta en ruso es muy parecido. Y ¿qué podría yo decir del levante que ustedes no sepan? Para colmo de males, el levante, que era uno de nuestros aliados para producir la sal, hoy ni para eso vale. La madre que lo parió se quedó muy tranquila y nosotros ya ni le hacemos caso. Recogemos la sombrilla, cerramos la puertecita de casa y nos quedamos muy aliviados al pensar que por lo menos hoy no tendremos que luchar por conseguir un triste aparcamiento en Camposoto.

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