Hacía algún tiempo que no sabía de tí y ojalá hubiese seguido sin saber. Alguna vez nos habíamos encontrado por la calle -“a mis brazos”, “me alegro en verte”- pero ahora tengo mi tiempo personal excesivamente ocupado, por aquello de las cosas de esta crisis galopante que nos ha tocado vivir y que ha dejado a algunos más renqueantes que a otros, y he retornado a tareas que desempeñaba hace veinte años. Pero eso no importa, Manolo, lo que vale es que me dieron a eso del mediodía la noticia que jamás podía haber pensado escuchar. Me llamaba Eva, nuestra pequeñita en la vieja redacción de Información Jerez donde fuiste, hasta que quisiste, un bastión yo no diría que importante, sino fundamental. Y me dio la mala nueva. No me lo creía, pero desgraciadamente era cierto. Ya no vendrás a mis brazos, ya no nos contaremos esos chistes malos con los que nos hartábamos de reír, ya no recordaremos esas anécdotas de Brandy, tu perro, ni esos amores, porque siempre has sido muy enamoradizo, que tú gestionabas a tu modo y manera. Porque tú eras un tipo que naciste con retraso. Y me lo confesabas. Me comentabas, cuando tomábamos el café de media tarde con el Puri y Fernando, allá en el Bar Córdoba, que te hubiese gustado vivir las experiencias de mis primeros años con aquel periodismo de olivettis, plomos, cajas y linotipias, de aquella vida un tanto bohemia, de aquellos comienzos de los 70 en los que te hubiese gustado estar. Porque tú siempre has sido, Manolo, un periodista de raza, hecho en la calle, en Radio Jerez, en aquellos domingos con Jeromo Roldán, y hecho en Información, en Publicaciones del Sur, donde fuiste santo y seña. Luego, por mor de tu buen hacer, te llegó una oferta de un gabinete de prensa y dejaste el día a día. Y luego apartaste el gabinete y montaste tu propia empresa de comunicación. Y ahora lo dejas todo y nos abandonas. Sin despedirte, que a tí las despedidas no te han gustado casi nunca. Y nos abandonas cuando te quedaba mucho por hacer, cuando ya estarías soñando con la Cruz de Guía de tu Borriquita lasaliana, cuando aún teníamos mucho que contarnos. Me alegra haberte conocido, amigo.
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