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Lo que queda del día

Puro espectáculo

A nuestra Semana Santa, por sobrarle, sólo le sobran metros de carrera oficial, pero poco más, ni siquiera espectáculo, que también lo tiene, sin ser un defecto, sólo una especie de prolongación de nuestros propios fervores

Un viejo amigo, natural de Sevilla, y ateo, para más señas, siempre encontraba ocasión para hablarme de “su” Semana Santa. No había contradicción en sus palabras: no creía en Dios, pero profesaba una incondicional admiración hacia la plasmación devocional con la que el pueblo representa la Pasión a través de unos pasos y unas imágenes -no andaba equivocado el padre José María Javierre cuando decía que las hermandades eran el sustento del cristianismo en Andalucía, aunque a muchos moleste recordarlo-.

Cada vez que paseábamos por Sevilla me apuntaba los rincones donde aguardaba a una u otra cofradía, los detalles inolvidables, toda una suerte de privilegios, no sé si tanto para el espíritu como para el alma, pero extremadamente gozosos. Fue de los primeros en hablarme -hace ya demasiados años- de la Semana Santa como un “espectáculo”; más aún, en su opinión era lo más parecido a ir a la ópera: pasión, amor, muerte, misterio, traición, revelaciones y, por supuesto, música, envueltas en un escenario natural y monumental, y protagonizadas por unas tallas de una belleza y significado inigualables. “Esa es la Semana Santa de Sevilla”, me reiteraba, como quien sucumbe o claudica, agradecido, ante la realidad: “puro espectáculo”. 

Tuvieron que pasar muchos años, tal vez demasiados, hasta que tuve oportunidad y pude conocer “su” Semana Santa -siempre he sentido demasiado apego por las imágenes junto a las que he ido creciendo-. En algunos aspectos, la enorme influencia ejercida desde Sevilla sobre hermandades de otras ciudades, y la forma en que éstas han adoptado algunos de sus rasgos procesionales, han anulado parte del efecto sorpresa, pero, obviamente, mantiene intacta esa sensación de privilegio que concede a cada espectador en determinados momentos sublimes, siempre ligados a la música y a la compenetración de los costaleros para subrayar el misterio o el dolor de una virgen. Lo dicho, puro espectáculo.

No se extrañen si cualquier Sábado Santo pasean por las calles de Sevilla y creen hacerlo por la calle Larga de Jerez. Es la diáspora cofrade ante el último reducto de las esencias de la Pasión, ante el privilegio de disfrutar en la cuna que mece tantos anhelos y asombros.

Y, pese a las satisfacciones, pese a la ejemplar referencia, pese al espectáculo, entiendo que, por otro lado, es una Semana Santa que te obliga a ser demasiado selectivo, a perderte demasiados momentos y a asumir inconvenientes, los mismos que, por cierto, no encuentras en Jerez; y no lo digo en orden a la comodidad, sino en aras de disfrutar, de vivir las salidas procesionales, de perderte por sus calles en busca de las cofradías, de saber encontrar el lugar y el momento, que es también privilegio nuestro, como lo es saber valorar la grandeza devocional, artística, histórica y monumental de su Semana Santa -que poco tiene que envidiarle a la de Sevilla-, a la que, por sobrarle, sólo le sobran metros de carrera oficial, pero poco más, ni siquiera espectáculo, que también lo tiene, sin ser un defecto, sólo una especie de prolongación de nuestros propios fervores.

Eso sí, comparte con todas las demás un mismo defecto: se pasa en un suspiro, y en esta ocasión da paso, a partir de mañana, a otro tipo de pasiones, las de carácter electoral, donde también interviene el espectáculo. Lo reconoce Claire Underwood, la elegante, ambiciosa y manipuladora esposa del presidente de los EEUU en House of cards, cuando le preguntan si no le molestan todas las acusaciones, críticas y denuncias que han vertido contra ella quienes quieren pegarle la patada por el mero hecho de hacerse con eso tan ansiado y adictivo que debe ser el poder: “No eran acusaciones, era espectáculo”, responde al periodista, y entiendo que la retorcida e irresistible primera dama es quien mejor nos anticipa cuanto se nos viene encima durante las próximas siete semanas: puro espectáculo, aunque con fecha de caducidad.

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