El tiempo en: Jaén

Notas de un lector

Una ventana al sol

Tras seis años de silencio, Álvaro Salvador (1950), da a la luz un nuevo poemario, “Fumando con mis muertos” (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2015),

Tras seis años de silencio, Álvaro Salvador (1950), da a la luz un nuevo poemario, “Fumando con mis muertos” (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2015),
En su anterior entrega, “La canción del outsider” (premio “Generación del 27”), el poeta granadino vertebraba su decir en torno al poso que los años han ido dejando en la memoria; además, temas como el amor, el deseo, la latente dicotomía entre lo real y lo onírico…, y algún íntimo homenaje –Bécquer, Gil de Biedma-, completaban el corpus principal del volumen.

     Ahora, Álvaro Salvador ha querido que sus versos sean un retrato de la edad madura desde la que contempla la cotidianeidad vital. Su verbo se alza sostenido por una sabia variedad versal y compositiva que deviene en un discurso unitario y veraz, el cual, se apoya,  a su vez, en la franqueza de quien se sabe capaz de decir todo aquello que alguna vez quiso callar: “He visto a algunos de los mejores poetas de mi generación/ quemarse, diluirse, dispersarse,/ fundirse en la palabrería inconsecuente/ de su propio Narciso./ ¡He visto tantos fuegos de artificio/ deshacerse al momento en la pantalla líquida/ del universo!”.

La fusión entre lo urbano y lo rural, entre lo privado y lo colectivo, le sirve al autor como candente material lirico, pues su crepuscular conciencia le permite trazar una crítica desnuda sobre el tiempo presente. En estas páginas habitan poemas hondos, plenos de meditación, que establecen un confesional diálogo con la literatura de ayer y de hoy.
El propio autor reconoce que este libro surge de la preocupante certeza de que ya tiene “más interlocutores en el mundo de los muertos que en el de los vivos” y que, en cierto modo, esta vida ya no es su propia vida. De ahí, que no sea casual la presencia de tantos maestros idos, -W.B. Yeats, Jorge Luis Borges, Walt Withman, Allen Ginsberg, García Lorca…-, quienes salpican de nostalgia y trascendencia estos vívidos textos: “Se mueren los poetas, cada día se mueren,/ se mueren más poetas sin dejarnos herencia./  ¿Resucitará algún día, pequeña rosa roja,/ corazón de palabra, entre cantos humanos,/ su alma: la poesía?./ Hoy sólo sé que un siglo se confirma/ y mueren los poetas”.

En este periplo, hay instantes donde late una cierta desolación, una sombría mudanza que sin embargo encuentra su contrapeso, en el bello poema que sirve como coda y que resume, al cabo, el anhelo más íntimo del yo poético: “Una casa modesta/ a la orilla del mar,/ una ventana al sol/ clemente del ocaso./ Un camino entre árboles,/ un bar quizá, pequeño,/ un cine de verano./ Un buen libro/ –de otro-,/ un vino gran reserva/ y una buena mujer”:

     En suma, un libro que se abriga como inventario del vivir, que pretende hallar respuestas a las preguntas que sólo la buena poesía puede contestar, y que confirma una voz imprescindible, necesaria, en el panorama poético español de hoy.

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