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Los últimos de la Isla Verde

Se cumplen 50 años de la inauguración de los pisos de la avenida Gaytán de Ayala, en pleno Puerto de Algeciras. En 1995 fueron abandonadas y en 2010, derribadas

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Este mes de mayo se han cumplido cincuenta años de la inauguración de los pisos de la Isla Verde. Hace ya casi veinte (en diciembre de 1995 se trasladaron sus vecinos a las nuevas viviendas de la calle Museo) de su desalojo y posterior derribo (julio de 2010).

Pocos recuerdan ya que durante treinta años hubo 44 viviendas para las familias de trabajadores de la entonces Junta de Obras del Puerto de Algeciras. Treinta años que para esos trabajadores fueron sus tiempos de plenitud. Para sus hijos, media vida. Para sus nietos, apenas parte de una infancia.

Se situaban en la avenida Gaitán de Ayala, donde ahora se encuentra la nave del centro de formación, la sede de la Asociación de Jubilados y otras instalaciones modernas. A raíz de la normativa que impedía el uso residencial de terrenos portuarios obligó al desalojo de aquellos cuatro bloques de pisos.

Fueron inaugurados en mayo de 1966 con una fiesta para la entrega de llaves. El padre Cruceyra fue el encargado de bendecir aquellas casas. Para esas 44 familias los pisos de la Isla Verde resultaron, desde luego, una bendición. No solo eran cedidas de manera gratuita, sino que ni siquiera corrían con los gastos de luz y agua. Solo la paulatina llegada del teléfono supuso un gasto extra para esas familias, por lo general numerosas.

El enclave, en un muelle infinitamente más pequeño que el actual, sin apenas atraques, con solo el faro delimitando su final y aislado del resto de la ciudad le confería un carácter de colonia. Y su nombre, Isla Verde, el que dieron los primeros árabes que reconstruyeron la vieja Algeciras, hacía sentir que eran como los primeros colonos de un puerto ya en expansión.

Allí convivían representantes de todos los sectores portuarios. Administrativos, mecánicos, maquinistas, guardamuelles, operadores de grúa, albañiles, faristas, buzos, etc. Eran los pisos de los obreros del puerto, que residían a apenas unos metros de las casas destinadas a los ingenieros y otros cargos administrativos.

Una isla
Les separaba de la ciudad el Paseo de la Conferencia, lugar habitual de recreo, donde se ubicaba el Club Náutico frente a los edificios oficiales. Era el paso obligado para el diario viaje al mercado de abastos. Aunque para un desavío siempre estaba a mano, en los bajos de los bloques, un ultramarinos que conocían como el economato en el que Santiago despachaba casi de todo. Las garitas de los militares y guardias civiles tanto en el paseo como en la propia Gaitán de Ayala impregnaban de un ambiente de seguridad a aquella particular colonia.

A espaldas de los bloques estaba el mar, que rodeaba casi por completo a aquella Isla Verde. Para los hijos de aquellos trabajadores, el mar fue su infancia. En pandilla o en familia acudían a bañarse junto al faro o a la cercana playa del Chorruelo, donde se podía mariscar con el imponente hotel Reina Cristina como telón de fondo.

En ese pequeño paraíso portuario se asentaron los Miguel, Vázquez, Narváez, Baco, Romero, Marchito, Prieto, Valero, Perianes, Sotelo, Reina, Ros, Berrenchina, Corral, Godino... y así hasta 44 familias que durante treinta años fueron testigo del espectacular crecimiento del puerto.

Desubicados
Poco a poco, aquel muelle de la Isla Verde fue alejando estas casas del mar. En la parte ya construida apareció la vía del tren, con el mismo trazado que el actual. Aparecieron grandes tanques para el almacenamiento de combustible y comenzó el trasiego de camiones. En el lado trasero, donde el mar casi salpicaba la fachada, una gran extensión de tierra dio paso al almacenamiento de contenedores, en su mayoría de la compañía Sea-Land, antes de ser absorbida por la ya pujante Maersk.

Gran parte de los cabezas de familia de los pisos de la Isla Verde estaban ya jubilados y eran abuelos. Ahora eran gran parte de sus hijos y familia política los que nutrían de mano de obra al puerto y sus nietos, los que pudieron conocer los últimos días de lo que había sido el paraíso de la infancia de sus padres.

De la playa del Chorruelo no quedaba rastro junto a los astilleros y varadero El Rodeo. Llegar al faro de la Isla Verde era ahora un camino incómodo entre camiones y pasos restringidos. Aunque las vistas desde las terrazas y azoteas de los pisos se mantenía innegociablemente maravillosas y, como si se tratase de una compensación para las nuevas generaciones, la APBA instaló un campo de fútbol de tierra en el extremo sur del muelle que fue epicentro de la liga de aficionados durante varios años. Entre los pisos y el campo se mantenía el terreno plagado de contenedores y se accedía a través de un paseo de tierra junto a la vía del tren.

También la Operación Paso del Estrecho se dejó ver cerca de los pisos de la Isla Verde para dejar patente que aquello había dejado de ser un paraíso, pero recordaba que había realidades peores. Al otro lado de la vía, en otra gran extensión de tierra se agolpaban cientos de coches cargados hasta los topes y llenos de familias marroquíes que esperaban hasta varios días para embarcar.

La llegada de los años noventa, con el puerto ya a unos niveles de crecimiento muy altos supusieron el final de estos pisos, de esa pequeña Isla Verde dentro de la gran Isla Verde.

Alrededor de una treintena de dichas familias aceptaron una propuesta de la APBA de acceder, con cierta ventaja en el precio a una serie de viviendas de nueva construcción en la calle Museo, situada tras el hotel Reina Cristina, donde muchos mantienen vivo el recuerdo de aquel pequeño paraíso portuario. Son los últimos de la Isla Verde.

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