Hasta hace menos de un decenio era un estercolero maloliente en el que la gente tiraba todo -y lo sigue haciendo, aunque en menor medida- y uno de los puntos negros de la ciudad. Tanto que lo que habían nacido allí casi no querían decirlo, porque su situación distaba mucho de su importancia para la ciudad antes y después de que la Marina se asentara en la entonces Real Villa de la Isla de León, entidad local dependiente de la Corona, que no de Cádiz, para seguir abundando en lo que se repitió decenas de veces en 2016, en el 250 aniversario de su primer ayuntamiento.
Y es que el Zaporito, que debe su nombre al apellido del industrial italiano que llegó a San Fernando al albur del comercio con América -se cumplen también 300 años del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz- es más antigua que la propia villa con ayuntamiento incluido y fue el motor industrial de una ciudad que hasta entonces vivía exclusivamente del sector primario, la sal y la pesca.
María Elena Martínez Rodríguez de Lema ya escribió el libro que escribió su padre -quien no pudo terminarlo debido a una cruel enfermedad que acabó con su vida- en 1992, hace 25 años y ha vuelto a reeditarlo y ampliarlo ahora, cuando se cumplen 300 años de la construcción del molino de mareas, el más importante de la ciudad entonces, sobre todo por su cercanía con el centro urbano y con el caño de Sancti Petri.
Se habla en ese libro de los orígenes del molino, de los distintos propietarios, de las piedras (de moler) que tuvo, de lar hornacinas y hasta del santo que estuvo en la principal, aunque la autora no ha querido desvelarlo pero que está en el libro que se presentará el próximo 6 de octubre en el Centro de Congresos Cortes de la Real Isla de León a las siete de la tarde.
Pero también se habla de otros aspectos más importantes porque es como hablar de cómo era la vida en San Fernando, cómo giraba en torno al comercio que se distribuía desde ese punto, como eran los caños entonces, tan alejados a los de ahora que parecían corrientes fluviales y cómo era la carpintería de madera capaz de construir barcos de un calado más que considerable, teniendo en cuenta sus dimensiones y el espacio en el que navegaban.
Y es que el Zaporito era muchas cosas a la vez. No sólo un molino sino una especie de polígono industrial de la época en un lugar estratégico dentro de la Bahía de Cádiz, entre Cádiz y Chiclana, con salida al Atlántico por los extremos. Tan estratégico como ahora... pero con más agua, sin la colmatación que con marea baja lo presentan como una caricatura de lo que fue.
Su cercanía al centro -insiste María Elena Martínez, que es quien cuenta lo que fue- lo adaptó a todos los usos imaginables. Lugar de trabajo, lugar de encuentro, lugar de paseo y hasta balneario. Se decía entonces entre la clase alta que pisar la tierra y el fango era de mal gusto, pero hasta la clase media y alta se las ingenió para usarlo a modo de balnerario, construyendo una plataforma que llegara desde la tierra al agua directamente y recibir los balsámicos efectos del agua salada... y del fango.
La llegada de la Marina a San Fernando no sólo lo desplazó sino que aumentó su productividad al multiplicarla exponencialmente la población. Lo único que logró quitarlo de la circulación fue el recambio en los materiales dejando abandonada la carpintería de ribera, uno de sus principales cometidos y la llegada de otras maquinarias que hacían la labor del molino.
"Antes se abrían caños como ahora se hacen carreteras", dice María Elena Martínez Rodríguez de Lema y es una frase que explica con meridiana claridad lo que ocurrió cuando pasó el tiempo. Se abrían caños como se hacían carreteras porque los caños eran las carreteras de la Bahía y obviamente, había que mantenerlos navegables, dragarlos continuamente, cuidarlo para su cometido principal.
Una vez que todo fue cambiando, el caño dejó de cuidarse y hacia los años 40, con la eclosión de la industria naval moderna en La Isla, dejó de tener sentido. Fue entonces cuando se fue degradando, convirtiendo en un basurero, apestando la ciudad que antes había mantenido y finalmente convertido en un problema de salud y de patrimonio que salvó el Bicentenario de las Cortes Generales y Constituyentes de 1810.
El edificio se recuperó y se convirtió en un centro de interpretación que ha pasado a ser una sala de conciertos y actividades varias. Su gran problema, que no se conservara en funcionamiento al menos una de las piedras para que se pudiera ver su funcionamiento, se solapa con un lugar cuidado y una plaza en la que la gente pasa tardes del verano. Y su futuro se vislumbra en función de su uso.
Si el caño se colmató por falta de cuidados, el edificio del Zaporito seguirá el mismo camino que el propio caño y que las salinas, abandonadas y colmatadas porque a fin de cuentas, fueron obra del hombre y sólo el cuidado puede mantenerlas. Muchos clúster de todo, pero poco de nada.
El Zaporito, 300 años de historia, será presentado por el doctor Juan García Cubillana, autor del prólogo de la primera edición de 1992, aquella que se costeó con fondos de la propia autora porque aunque lo iba a editar el Ayuntamiento, María Elena Martínez era concejala y delegada de Cultura y no quería que se malinterpretaran las cosas. Aunque la edición estaba aprobada desde antes de pertenecer a la Corporación municipal. "Y nunca me arrepentí".
También estará presente en el acto presidido por la alcaldesa de San Fernando, Patricia Cavada, la historiadora del arte y arqueóloga Ana María Sáez Gómez y el prólogo de esta edición es de una zaporiteña de pro que nunca ha renegado de sus orígenes, sino todo lo contrario: Anne Hidalgo, isleña y alcaldesa de París, la capital de Francia.
La lectura del libro de María Elena Martínez Rodríguez de Lema se presenta no sólo como una mirada atrás, a lo que fue la ciudad, a lo que los isleños han logrado ser una y otra vez a poco que se repasa la historia. Recogiendo las palabras del actual director de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes, Enrique de Benito cuando presentó la gran exposición fotográfica sobre el pasado industrial de La Isla, esa mirada atrás debe hacerse lejos de la nostalgia y comprender que si se hizo una vez se puede volver a hacer.
Que el Zaporito sigue estando en un enclave privilegiado; que el caño de Sancti Petri es una autopista de oportunidades de ocio y turística de primer grado y que sólo hace falta que llegue un clúster que ese algo más que un feo palabro político que pasará de moda para que los isleños tomen de nuevo la iniciativa antes de que se le arrebaten otros más inteligentes y más emprendedores. Si no se la han tomado ya.