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Curioso Empedernido

En blanco y negro

Luces y sombras. Sol y luna. Días y noches. Fríos y calores. Blancos y negros. Nuestro pequeño y gran paraíso diario, está lleno de contrastes y tal vez uno de los mayores sea nuestra manía de colorear lo que vemos y ponerles adjetivos gruesos, con sustantivos contundentes.

Nos aferramos a los extremos de la escala cromática, sin disfrutar de la gama que el arco iris nos ofrece o nos esforzarnos en descubrir la riqueza que nos produce en cada momento paladear una buena ensalada de palabras y emociones, para ver y sentir las situaciones y las cosas con más amplitud de miras.


Muchas veces nos encontramos imbuidos en la geometría del si o el no, de lo recto o lo curvo, del blanco y el negro, sin darnos cuenta que la búsqueda de otros horizontes nos llenará de matices y diferencias, y que en las vivencias de nuestra realidad, como decía Albert Einstein, “la belleza no mira, sólo es mirada”.

La vida que se mueve en los extremos, normalmente conduce al abismo y al conflicto con nosotros mismos y con los demás.

Hay gente mala disfrazadas de buenas, y personas excelentes que se empeñan en escudarse bajo una estampa de falsos crueles, tal vez como paraguas defensivo para tapar sus debilidades.

Con frecuencia ignoramos las voces que claman en el desierto, o la de aquellos que llevados de su ingenuidad, piensan que nuestro mundo es el país de las maravillas y todos son músicas celestiales, o damos las portadas y primeras planas de nuestros rotativos a los que se empecinan en ver todo lo más negro posible, como túneles en los que no se vislumbran ni un solo rayo de luz.

A la hora de construir una ciudad, es necesario que lo que estamos haciendo entre todos y todas funcione, que demos una respuesta a través de la participación real, que pongamos en valor nuestro patrimonio, que sepamos hacia donde queremos ir y por qué, que sean lugares agradables para vivir, y que lejos de ser un cúmulo de problemas sea un catálogo de soluciones.

Hay quienes se empeñan en rellenar todo de cemento sin percibir que los espacios libres y verdes son a las ciudades, lo que los silencios a la música, sin los primeros no existe el desarrollo de un proyecto ciudadano, sino la expansión de una ambición especulativa, sin los segundos no hay ritmo, ni armonía, ni melodía, sino una sucesión de ruidos.

Cualquiera puede argumentar sus razones, empleando la más dura dialéctica y retórica con los más sólidos argumentos, pero en cuanto utilice la descalificación, el insulto y la crispación para machacar al adversario, se convierte en rehén de una estrategia inútil que lejos de encontrar una solución, ahonda en la profundidad de sus problemas.

Ya hemos traspasado el ecuador del verano y nos encontramos en su último tercio, entre calores y vacaciones, y no es hora de quedarnos enganchados como si todo fuese una de esas obras maestras del celuloide que nos encandilaron con el blanco y el negro, porque hay lugares para la imaginación y para la fantasía, pero también para combinar todos los colores de las flores, que se asoman a nuestros campos, ofreciéndonos esas alfombras naturales, dispuestas a llenar las paletas de todos los artistas del mundo.

El paso del tiempo nos enseña que todos cambiamos cada día que pasa, que es posible que una parte de uno mismo permanezca, pero que no podemos cerrarnos a compartir otras pensamientos, otros sentimientos, otras formas de mirar y de hacer, que sin conocimiento no hay independencia , sin esta no hay justicia y por supuesto no es posible la convivencia.

Muchas veces nos preguntamos que queremos, entre un gramo de cordura y un sorbo de locura,que quieren los que nos rodean, porque no salen de los ecos de sus propios laberintos y superan los vértigos de los blancos y los negros, para encontrar otros senderos llenos de otras voces y otros colores.

¿Tan difícil resulta no caer en la trampa de lo establecido? No renunciemos a nuestras ilusiones, no dejemos de hacernos preguntas, continuemos mirando con sorpresa, para ver y reconocer.

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