Ayer tuve que ir al psicólogo del manicomio, porque estaba más loco de lo normal. Nada más abrirme la puerta, me fui directamente al sofá y me tiré de cabeza en él.
- Doctor, por favor, écheme una mano.
- ¿Qué le ocurre, amigo? ¿En qué le puedo ayudar?
- Doctor, no puedo dormir, ni comer, ni pensar. Veo urnas y papeletas por todos sitios. Cierro los ojos y se me aparece una gran urna con una gran raja y papeletas entrando en fila a pie una detrás de otra y sin tregua. Además veo mucha gente prometiendo cosas, sin dejar de hablar y con más gente detrás enseñando los dientes y sonriendo sin parar, como si la cosa tuviera mucha gracia, y tocándose las palmas a ellos mismos. No lo puedo entender y ya no aguanto más. He visto en sueños gente prometiendo un millón de veces multitud de cosas que ya habían prometido hace cuatro años: arreglar la Casa Lazaga, arreglar Camposoto, hacer otra piscina en La Isla, meterle mano a Fadricas, hacer hoteles, limpiarle el culito a los perros todas las mañanas y, lo que es más llamativo, poner en circulación el tranvía después de casi 12 años. Y ya no puedo más. Y los carteles. Es que nos han metido carteles hasta en la sopa de tomate. Está el manicomio de carteles que usted no se lo puede ni imaginar. ¿No dicen que estamos en la era digital? Pues un mojón para la era digital por muy digital que sea; venga a gastar papel y a cortar árboles para tanto papel. Dicen que hoy lunes va a estar todo acabado, que ayer votaron los de ahí fuera; aquí dentro, encima, ni podemos votar, porque los locos ven una urna y es que tiran por la ventana a la urna y al que la inventó. Como me dejan salir bastantes veces, no sé el tiempo que llevo escuchando pamplinas y pinochadas. Y para colmo, se lucen con las encuestas, que fallan más que la Pantoja pescando. Aquí en el manicomio también hicimos nuestras encuestas y todos coincidimos en una cosa: que deberían abrirnos las puertas y dejar que nos fuéramos a la calle. Todo lo demás lo discutimos a silletazos.
- Tranquilo, hombre, que ya se acabaron las elecciones.
- ¿Ya? ¿Seguro? No me lo puedo creer. ¿Ya no habrá más mítines ni más rollos patateros sobre lo que van a hacer o van a dejar de hacer y que después no hacen? Y ahora, ¿para qué sirven las papeletas que se metieron en las urnas? ¿Ya dejarán de ir los políticos por las asociaciones a ver qué necesitan? ¿Ya habrá que esperar otros cuatro años para que los políticos vayan a meter en los cocos las mismas promesas de siempre? Seguro que nos dirán: Hasta luego, Lucas.
- Tranquilo, hombre, relájese. Hay partidos buenos y partidos malos.
- Es que al Barça no le sale ni uno bueno.
- No mezcle los temas. Tómese estas pastillas y a correr.
- Bueno, pero, por favor, dígales a esos señores que no nos tomen por imbéciles y que dejen de ir por ahí predicando lo que no piensan hacer ni de broma.
Se puede usted imaginar que salí del sofá como alma que se lleva el diablo. Y pensé que, mientras tantísimos políticos vivan bien de la política sin estar preparados, tendremos papeletas, urnas y gente que sonríe y se aplaude a sí misma. Martirio chino.