Los más viejos del lugar hablan de lluvias de tierra, de fachadas manchadas de ocre y de cielos rojizos, pero lo cierto es que no hay precedentes de lo que, desde el día de ayer se está viviendo en gran parte de la geografía nacional. Alcalá la Real no es, ni mucho menos, una excepción. Los espesores ópticos de aerosoles, indicadores de la reducción de la visibilidad por la acumulación de polvo en suspensión, llegaban a alcanzar en el día de ayer las 3 unidades, si bien en la jornada de hoy se han reducido considerablemente. Según diferentes fuentes, en el período comprendido entre 2003 y 2017 se habían producido puntas de 1,9 unidades, muy lejos, por tanto, de lo registrando en este singular episodio de calima.
El efecto de la borrasca Celia, que en días precedentes interactuaba con los vientos del desierto, está detrás de este fenómeno, que ha superado todas las proyecciones manejadas por los meteorólogos. El hecho diferencial parece haber estado en la circulación ciclónica de esta borrasca, que ha trasladado grandes cantidades de polvo hacia el suroeste peninsular primero, y luego, en mayor o menor medida, a la práctica totalidad de la geografía española. Pero, a diferencia de otras calimas, en esta ocasión gran parte de la concentración de partículas se ha producido en la troposfera, es decir, por debajo de los cuatro kilómetros, según se ha indicado desde la Agencia Estatal de Meteorología.
La Aemet indica, igualmente, que la calima debería reducirse de manera importante desde hoy y especialmente a partir del jueves, aunque puedan quedar concentraciones de polvo residuales. Lo que no es nada residual son las estampas dejadas en calles y edificios, más propias de ciudades como Tombuctú. Vías céntricas como la Carrera de las Mercedes o la calle Álamos presentaban este miércoles verdaderos tapices de arenisca roja. Su impronta en fachadas y repisas permanecerá, sin duda, por mucho tiempo, y augura buenas semanas de negocio para lavaderos de coches y una excelente temporada para pintores de brocha gorda.