Giro poético de la ciencia moderna,
la alquimia ha dejado de ser fantasía para convertirse en un fenómeno observable, aunque con una ironía demoledora:
sí, el CERN ha logrado transformar plomo en oro, pero en cantidades ridículamente pequeñas y por medios que ningún alquimista del pasado hubiera imaginado. El anuncio, publicado en
Physical Review C por la colaboración
ALICE del
Gran Colisionador de Hadrones (LHC), representa un hito simbólico en la historia de la humanidad: el mito milenario de la
crisopea hecho realidad… aunque sin utilidad práctica alguna.
Durante siglos, los alquimistas soñaron con hallar una vía para convertir el
plomo grisáceo y abundante en
oro brillante y precioso, ignorando que ambos son elementos químicos distintos, imposibles de alterar con mezclas o destilaciones. Pero con el auge de la
física nuclear, se descubrió que los núcleos atómicos
sí pueden transmutarse, bajo condiciones extremas, mediante procesos que involucran
bombardeos de partículas o
colisiones de alta energía.
Lo que ALICE ha observado es un proceso aún más exótico:
la transmutación electromagnética de plomo en oro sin colisiones directas. En lugar de choques frontales, se trata de
interacciones rozadas entre núcleos de plomo que, moviéndose al 99,999993 % de la velocidad de la luz, generan
pulsos electromagnéticos intensísimos capaces de provocar
reacciones fotón-núcleo. Estas reacciones pueden arrancar
protones del núcleo, y si se eliminan los tres adecuados de un átomo de plomo (que tiene 82), el resultado es…
oro, con 79 protones.
La capacidad de los
detectores ZDC de ALICE ha permitido contabilizar cuántas veces ocurre esta transmutación —junto con otras que generan
talio o
mercurio— y confirmar que, en las condiciones del LHC, se generan
hasta 89.000 núcleos de oro por segundo. Una cifra impresionante, hasta que uno se detiene a pensar en su significado real:
todo el oro producido en la segunda etapa del LHC (2015-2018) pesa apenas 29 picogramos. Una cantidad tan ínfima que
sería imposible verla, tocarla o recogerla, y que se desintegra casi de inmediato tras su formación, sin abandonar jamás el entorno del acelerador.
Lo que antes fue obsesión mística y símbolo de riqueza ha sido, irónicamente, reducido a un
dato de laboratorio. Pero lo más valioso no es el oro producido, sino el conocimiento que estos resultados aportan. Esta medición no solo
confirma la existencia experimental de este tipo de transmutación en colisionadores, sino que también
permite ajustar los modelos teóricos que predicen el comportamiento de los haces de partículas en el LHC. Comprender cómo estos procesos afectan al rendimiento y la estabilidad de los haces es crucial para futuras mejoras del acelerador y de otros colisionadores.
"
Es el primer análisis sistemático que capta la firma de la producción de oro en el LHC", declara
Uliana Dmitrieva, integrante del equipo de ALICE. Su colega,
John Jowett, agrega que estos resultados, además de su valor fundamental,
ayudan a modelar mejor las pérdidas de haz, un factor determinante en la eficiencia del LHC.
Así, lo que alguna vez fue símbolo de ambición irracional se ha convertido en una
herramienta para afinar la ingeniería de punta del mayor experimento científico del planeta. El plomo se ha convertido en oro, sí, pero no en joyas ni lingotes:
en datos, gráficos y conocimiento.
La alquimia no ha muerto, solo ha cambiado de forma. Y su verdadero tesoro no es el oro, sino la
comprensión profunda de los mecanismos del universo.