Lo reconozco, lo confieso, lo admito: no soporto a quienes piensan que están en posesión de la verdad absoluta, aquellos que sienten que el Espíritu Santo bajó de los cielos y les otorgó un halo divino de sabiduría. No aguanto a aquellos que pontifican desde la creencia de que existe el pensamiento único, el suyo, el indiscutible. Son cerebros unidireccionales, que pueden variar de uno a otro extremo sin perder -o eso creen ellos- la coherencia en sus vidas y en sus trabajos. Son moralistas que se atreven a dar lecciones de comportamiento sin haber analizado ni un milímetro de sus movimientosy a repartir carnés de buenos o malos ciudadanos, según sus siempre sesgados análisis. Evidentemente, los malos son los que no piensan como ellos.
Estos predicadores siempre existieron, pero el problema de hoy en día es que abundan e intentan expandir sus tentáculos por todos los sitios. Y lo peor es que hay gente, muchaaaaa gente que les compra sus homilías sin contrastar lo más mínimo sus datos, en muchas ocasiones falsos o retorcidos, sobre los que se asientan sus vacuos axiomas. Para colmo, estas personas -que no dudan nunca, que sentencian siempre, que hostigan al diferente, que se alinean con el poder y que achantan al discrepante- disponen de altavoces cada vez más potentes para expandir su tinta tóxica.
Son voces que no dudan en anticipar el apocalipsis si no se cumplen los mandamientos que predican; rezuman desdén con los impíos a los que insultan, menosprecian y desacreditan; abonan la división social y la insoportable polarización que está poniendo en riesgo nuestra convivencia democrática; faltan el respeto a los hechos porque para ellos más que hechos sólo existen las versiones, sus versiones para construir un relato interesado para que así los vea la población, y ridiculizan a la oposición del tipo que sea porque al poderoso siempre le ampara la razón.
La pena es que estos personajes indeseables, estos odiosos pontificadores, han aterrizado en el periodismo para convertir esta bella profesión en un eslabón más del activismo político al servicio de los partidos. Formaciones que no quieren que los plumillas pensemos, sino que les aplaudamos y les obedezcamos, promoviendo con su mala praxis el entierro del cuarto poder. Quieren un periodismo transformado en brazo armado de quienes ocupan las instituciones que amedrantan a los medios que no son afines con cortarles la publicidad institucional si hay más información crítica de la cuenta, de la cuenta que ellos consideran. De estas reflexiones somos testigos a diario viendo cómo se manejan algunos periodistas y algunos políticos. Espero que algún día rectifiquen, aunque no albergo muchas esperanzas.