En lo más profundo del firmamento, entre los silencios del cosmos y los susurros de antiguas civilizaciones olvidadas, se alza un enigmático Monolito. Nadie sabe quién lo erigió, ni con qué propósito. Sólo se dice que, quien se atreve a cruzar sus puertas, debe dejar atrás la razón, abrazar la duda… y estar dispuesto a perderse para encontrarse. En ese contexto nace Empyreal, el nuevo RPG de acción que no se limita a ofrecer un sistema de combate refinado o un diseño artístico evocador, sino que propone algo mucho más valiente: una experiencia introspectiva, donde cada paso en la oscuridad es un espejo que refleja nuestras propias decisiones.
Silent Games, el estudio británico responsable de esta aventura, ha dado forma a un universo que recuerda a esos viejos cuentos de expedicionarios que desafiaban lo imposible por el puro deseo de saber qué había más allá. Y así se siente Empyreal: como un viaje de descubrimiento, tanto de su mundo como de uno mismo. No hay un mapa claro, ni un objetivo evidente. Lo que importa es la búsqueda constante, el deseo de desentrañar los secretos ocultos entre muros que no han visto la luz del sol en siglos.
En este mundo, no somos héroes. Somos expedicionarios, figuras solitarias que escalan ruinas ciclópeas, traducen lenguas perdidas y luchan contra criaturas cuyo único propósito parece ser recordarnos lo insignificantes que somos. El Monolito es tanto una cárcel como una promesa: cada nivel que atravesamos, cada pasadizo que se despliega ante nosotros, revela una nueva capa de esta arquitectura imposible. Y mientras exploramos, descubrimos que el verdadero enemigo quizás no sea el guardián que nos aguarda tras una puerta olvidada, sino la duda que se instala lentamente en nuestra mente: ¿y si no deberíamos estar aquí?
La jugabilidad de Empyreal es tan exigente como satisfactoria. No se trata de avanzar golpeando sin sentido, sino de leer cada situación, adaptarse y sobrevivir. Cada enemigo tiene su propia personalidad, su patrón, su forma de acechar. Y para enfrentarlos, debemos perfeccionar nuestras habilidades, personalizar nuestras armas, elegir cuidadosamente los recursos… y aceptar que, muchas veces, la mejor estrategia será retroceder, respirar hondo y volver con la mente más clara. Es un combate que no premia la fuerza bruta, sino la observación, la paciencia y la inteligencia táctica.
Pero donde Empyreal realmente brilla es en su atmósfera. Hay algo profundamente hipnótico en la forma en que se combinan sus elementos visuales con la música y el diseño de sonido. Las ruinas susurran, los pasillos gotean secretos, y cada sala parece contener un eco del pasado. En ningún momento sentimos que estamos solos, aunque no haya nadie más allí. Hay presencias, memorias atrapadas, fragmentos de historia que se filtran por las grietas de los muros. Y mientras todo eso ocurre, el jugador se convierte en arqueólogo, guerrero y narrador a la vez.
Además, el juego apuesta por una narrativa que no se impone, sino que se descubre. Las historias no se nos cuentan de forma directa, sino que se dejan entrever en un símbolo, en un mural olvidado, en una frase críptica grabada en piedra. Esto invita a una exploración activa, donde cada rincón puede contener una revelación. Y cuando las piezas empiezan a encajar, el mundo de Empyreal se revela como una mitología viva, una cosmogonía que late bajo nuestros pies y que nos desafía a interpretarla.
En cuanto al contenido, incluso su demo gratuita es ambiciosa. No se limita a ser un tutorial disfrazado, sino que ofrece una parte sustancial del juego con enemigos, zonas y equipo propios de fases avanzadas. Esto no solo permite experimentar el núcleo de su propuesta jugable, sino también valorar el potencial de su mundo y la profundidad de sus sistemas. Una oportunidad perfecta para decidir si estamos listos para adentrarnos en el Monolito… o si es mejor mirar desde lejos.
Los personajes que encontramos no son simples acompañantes. Son seres complejos, con pasados marcados por el dolor, el sacrificio y la fe. Y conocerlos, comprenderlos, es también parte del viaje. El juego nos obliga a decidir, a elegir caminos, a asumir consecuencias. Y lo hace sin moralinas ni indicaciones, como si dijera: “Tú sabrás lo que haces, pero recuerda… cada acción deja una marca”. La rejugabilidad nace, no del contenido reciclado, sino de las ramificaciones emocionales de cada decisión.
Empyreal no es un RPG al uso. Es una experiencia que recuerda a esos relatos antiguos donde el héroe, al volver a casa, ya no era el mismo. Cambiado, marcado, enriquecido. Un juego que, sin alardes ni artificios, consigue algo muy difícil: hacernos sentir que cada paso que damos importa, que cada rincón descubierto es parte de un rompecabezas mayor… y que, quizá, al final del camino, no hallemos respuestas, pero sí un poco más de nosotros mismos.
En un mercado saturado de fórmulas repetidas y mundos genéricos, Empyreal es una anomalía preciosa. Una invitación a detenerse, observar y, sobre todo, atreverse. Porque hay viajes que no se hacen por lo que hay al final… sino por lo que encontramos en el trayecto.