Estamos en pleno Carnaval. Cádiz se llena de gente de todas partes y las localidades aledañas celebran la fiesta a su manera. Aún dura el debate sobre el Concurso, los repertorios, los autores y los cajonazos. Los papelillos inundan las calles, las coplas asaltan los corazones y la Bahía hace su necesario agosto aún cuando no hemos acabado febrero. Siempre habrá algún metepatas pasado de vueltas y de copas pero, en general, esta fiesta acaba siendo otra oda anual a la alegría y la libertad. Sin embargo, también es un fiel espejo de nuestra sociedad: a fin de cuentas, no deja de ser la fiesta del pueblo, hecha por gente del pueblo y para el pueblo. Ese es
El embrujo de Cádiz.
Mientras quienes disfrutan de la fiesta viven el jolgorio propio de los Carnavales,
los Martínez siguen con sus jornadas de trabajo, atentos a la próxima nómina para ver si les cunde la subida del salario mínimo. La prensa se ha encargado de meter miedo alertando de una supuesta subida de impuestos ya que, afirman, la subida introducirá a los trabajadores en un nuevo tramo fiscal. T
ó me pasa mí, dirán algunos.
Esto sí que es de desgraciao, lamentarán otros. Y los que queden se preguntarán si
Los del veredicto serán los expertos o
Los enteraos. Y así andamos, sacando adelante nuestras vidas como podemos mientras miramos de reojo a ese
rincón del veneno en que se ha convertido el Parlamento.
Ya huele a elecciones.
Amo escuchá, nos dirán ahora los distintos candidatos dispuestos a dar un mitin donde tratarán de convencernos de quiénes son
Los santos y quiénes
Los viñanos (aunque no sean de La Viña). Lanzarán proclamas como estribillos, amén de un popurrí de promesas y propuestas: unas serán serias y factibles mientras otras sonarán a cuplé de los malos. Según inspiren
Las musas a los asesores de cada aspirante a ocupar algún sillón. Ya veremos
El día de mañana si hemos decidido bien a quién dar nuestro apoyo. Total, ya que me tiran de la lengua, cada ciudad necesita a alguien que la conozca y la comprenda, que no se preocupe sólo de la fachada que se muestra al visitante sino de esos barrios que son
La ciudad invisible; sus problemas, en cambio, no lo son en absoluto.
Con la maquinaria electoral en marcha, vuelve a cobrar importancia (si es que alguna vez la perdió) el papel de los medios de comunicación.
El chaparrón de noticias que nos va a caer. Desde
Los príncipes hasta
Los pringaos acabaremos hasta lo que Juan Carlos Aragón comparaba con la desaparecida torre de preferencia. Todo para secundar lo que algunos
condenaos y
ángeles caídos nos van a repetir en este año de comicios a nivel municipal y nacional:
Vota, picha. Veremos debates en televisión donde cada cual intentará ser
la ventolera que arrase a los de enfrente para que los veamos como
los miserables. Y es que tendremos que andar
al liquindoi para saber quiénes son
los mafiosos,
los cobardes,
los santos o
los que van por derecho... quiénes nos defenderán como
los templarios o quiénes están al servicio de
los millonarios. Valiente tangai. Vamos, que tenemos que ser
los listos, como l
os ratones coloraos, para que no nos den coba; no sea que nos convirtamos en
los sumisos cuando nos digan
OBDC.
Básicamente, en eso se resume lo que va a ser el año, en la guerra electoral donde cada cual ocupará
la trinchera que considere oportuna. Nos acordaremos de
El Bizcocho porque habrá
gente con chispa y otros más fantasmas que
Los Mi Alma. Y todo para que no nos acabe gobernando algún paranormal (o algo así) que nos transforme en
los prisioneros. Tendremos que recordar que
La voz que tenemos no es otra que el voto, que luego no vale salir como
los vikingos a la calle porque el resultado de
yesterday nos ha dejado apaleados como aquellos
flamenkitos del año 2000. Que por no ser
juancojones un día no pasa nada, aunque también es verdad que
el que la lleva la entiende. Y es que entiendo que mucha gente no lo tenga claro: viendo el panorama de
hinchapelotas, todo el día
dando leña (que nos tienen de
vuelta y vuelta), dan ganas a veces de no salir del
bohío y que le zurzan a todo. Y es que, viendo a unos y a otros, me acuerdo de aquella agrupación del Vera Luque:
Esto sí que es una chirigota. De esto no nos salva
ni el equipo a minúscula. Pues eso, feliz Carnaval.