Henry Beyle, verdadero nombre de Stendhal -pseudónimo inspirado en una pequeña ciudad alemana que él modificó mínimamente añadiendo la h intercalada-, nació en 1783 en Grenoble. La pérdida de su madre a los siete años, supuso el comienzo de un irrefrenable odio y desprecio por su padre, que se vería acrecentado ante su imposición de una madrastra. Incómodo bajo la rígida tutela paterna, fue testigo infantil de la proclamación de la República francesa y de la ejecución de Luis XVI, por lo que no es difícil imaginar que su vida adoptara tintes erráticos, en una incesante búsqueda de una definidora identidad.
Con apenas veinte años, decidió ser escritor. Sus dotes de fino conversador le hicieron brillar en los ambientes literarios, y su hálito de dandi seductor, le ayudó a concebir la existencia de forma apasionada. Tomó parte en las campañas de Napoleón, a quien siempre vería como un héroe, pero la derrota de éste y la consiguiente restauración monárquica, propiciaron su marcha a Milán. Este período (1812-1821), significa el punto de arranque de novelas como Rojo y negro o La Cartuja de Parma, que marcarían su posterior e imborrable acontecer vital y literario.
Ve ahora la luz “Narraciones y esbozos” (Alba Editorial. Barcelona, 2010), que en versión de María Teresa Gallego reúne la totalidad de los relatos stendhalianos -exceptuando las Crónicas italianas- , así como esbozos de las novelas que el autor pergeñó o comenzó a desarrollar, y abandonó luego.
En esta compilación, que recoge un total de diecinueve textos, podemos encontrar auténticas joyas del género, como “El bebedizo”, basado a su vez en el relato “L´Aldultère innocent” de Paul Scarron, escrito casi dos siglos antes, y que Stendhal transpone a situaciones y personajes contemporáneos; destacan también “Vida y muerte de Mina de Vanghel”, antecesora de la novela inconclusa “Rosa y verde”, o “El arca y el fantasma” -ambientada en la Granada del reinado de Fernando VII y cuyo protagonista es un ex guerrillero de la Guerra de la Independencia-; pero hallamos además un buen número de piezas inéditas en castellano como “Anécdota” -quizás la primera obra escrita por su autor, cuando contaba quince años-, “María Fortuna” y “El lago de Ginebra”, y relatos que formaban parte de ediciones ya agotadas.
En todos ellos, existe algo que dota de homogeneidad la ambigua naturaleza del pensamiento stendhaliano: la personalidad romántica, la inteligencia crítica que odia la hipocresía, la exaltación de sus héroes y heroínas, cuya alma es “demasiado ardiente para conformarse con la realidad de la vida” y cuya única razón de existir es la “caza de la felicidad”.
Stendhal, con Flaubert y Balzac, coforma la cumbre máxima de la narrativa francesa del siglo XIX.. Fue un escritor de vanguardia, un avanzado a su tiempo y lo supo, hasta el punto de llegar a afirmar que el reconocimiento de su obra se produciría tardíamente. Si existieron contradicciones en el transcurso de su vida, no ocurre lo mismo cuando nos enfrentamos cara a cara con su elocuente dramatismo, con sus dones más febriles y con su incuestionable magisterio. Sirvan estos relatos como ejemplo de su arte admirable e imperecedero.
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