Parece irrebatible que la creación de la Universidad de Jaén ha sido uno de los acontecimientos culturales y sociales más relevantes de las últimas décadas en nuestra provincia. La
Clasificación de Shanghái, una de las más prestigiosas y acreditadas a nivel internacional, la sitúa ya como la cuarta universidad pública de Andalucía, a pesar de su corta edad y solo por detrás de Granada, Sevilla y Málaga. Como sabemos, Jaén no es, ni remotamente, la cuarta ciudad ni la cuarta provincia más poblada o rica de la región, sino que ocupa el último lugar andaluz según estos parámetros. Pero cuando la búsqueda de la excelencia se erige en la argamasa y meta de un proyecto nacido de la humildad, como un nuevo sueño de El Dorado, las consecuencias son así de admirables.
El rector de la UJA ha comparecido públicamente para recordarle al ayuntamiento que necesita más suelo urbanizable. Veintitrés años después de la firma del acuerdo por el traslado de Peritos y la construcción de
El Corte Inglés (con pelotazo legalísimo y mesías balompédico incluidos) la universidad sigue sin recibir los terrenos compensatorios y pactados. La ciudad necesita un nuevo PGOM para poder cumplir su promesa, pero esto lleva su tiempo, con el agravante del tiempo perdido. El campus ya no puede crecer más, y Nicolás Ruiz teme que la capacidad “docente, investigadora y transformadora” de la institución tampoco.
El primer campus de España fue el de la Ciudad Universitaria de Madrid, aprobado mediante Real Decreto por el bisabuelo del rey, en los años del general Primo de Rivera. La universidad se independizaba parcialmente de la ciudad por una necesidad perentoria de espacio. Se tomaron como modelo los de sus homónimas norteamericanas: debían ser espacios monumentales, con abundante vegetación y una distribución racional del espacio. Cuando a finales del pasado siglo desaparece el Colegio Universitario de Jaén y nace la UJA, emancipada y embrionaria, ya estaba madura la idea de una universidad agrupada en torno a las lindes de la ciudad, bien comunicada con la carretera hacia Granada (donde vivía buena parte de los profesores) pero solo conectada con el centro urbano mediante unos autobuses con asientos de madera del románico tardío. El campus iría creciendo en frondas y zonas verdes e incorporando edificios singulares (monumentales), algunos galardonados a nivel internacional. Un campus atractivo que, sin embargo, le sigue dando la espalda a la ciudad.
La UJA necesita espacio para construir mientras los antiguos conventos y las casonas palaciegas del centro histórico se llenan de olvido y de pintadas. Se ha dicho a menudo desde la institución que en Jaén se optó por el “modelo campus” y que, por tanto, es el que hay que seguir hasta el final, pero el mejor antídoto contra las obcecaciones es el de la saludable racionalidad que se adquiere con la lectura y las clases en la facultad. En ciudades de acendrada tradición universitaria, que deberían servir como norte y guía, conviven ambas ideas. También en otros municipios ayunos de esa tradición. El resultado es envidiable, porque llenan de vida los centros urbanos, sin desaprovechar las ventajas del agrupamiento en entornos específicamente académicos. La UJA necesita el espacio prometido, y este Jaén milenario necesita a la UJA en su seno para resucitarse del dolo de nuestros políticos durante décadas, que han marginado el corazón histórico y patrimonial de la ciudad. Jaén necesita que su “templo de la inteligencia”, a decir de Unamuno, crezca desde el campus hacia la urbe, como en un
revival invertido de la primera ciudad universitaria de España. Supondría la verdadera redención de su casco antiguo.