Giovanni, a sus 55 años, resopla mientras incrusta con su martillo uno de los adoquines que conforman el suelo de Roma. Así se tira 6 horas al día, agotado entre fieles y turistas, porque no hay tiempo que perder: los aledaños del Vaticano tienen que estar perfectos en tres semanas, para el inicio del Jubileo.
"¡Pero cuando regreso a casa no me duele nada!", presume con tono irónico el operario, hablando con EFE en una pausa ciertamente necesaria, pese a que la obra transcurre a contrarreloj.
El próximo 24 de diciembre el papa Francisco dará oficialmente inicio al Jubileo para, durante todo el año siguiente, ofrecer el perdón de los pecados a todo aquel que peregrine a Roma, mientras el Vaticano espera la llegada de al menos 30 millones de fieles a lo largo de este evento.
Por eso, las autoridades romanas se afanan ahora, in extremis, en arreglar el muchas veces maltrecho y agujereado suelo de la ciudad y de los alrededores de la Santa Sede, en un intento considerado de evitar sustos y tropezones entre los peregrinos.
Los icónicos 'sampietrini'
Pero la pavimentación tradicional romana es, como todo en esta urbe, única e histórica, conformada por una infinidad de adoquines cúbicos de basalto extraídos de sus periferias volcánicas y que son conocidos popularmente como 'sampietrinos', ya que fueron usados por primera vez allá por el 1700 para cubrir la Plaza de San Pedro.
Por eso, el mantenimiento de este gigante damero de piedra negra, que algún funcionario azaroso ha cuantificado en unos 65 millones de baldosas, más o menos, requiere de un cuidado especial, ejecutado por quienes todavía dominan este oficio, como una forma de liturgia.
El Ayuntamiento lanzó el pasado verano el 'Plan Sampietrinos' con 30 millones de euros para arreglar las calles más céntricas de la Ciudad Eterna y ahora las labores han llegado al 'Borgo Pio', uno de los hermosos barrios de las inmediaciones vaticanas.
Ahí, entre bares y tiendas de souvenires sacros y profanos, un equipo de cinco hombres, capitaneado por el capataz Giancarlo, se pasa el día con la vista puesta en el suelo.
El jefe arranca los 'sampietrinos' antiguos con la -bendita- ayuda de una excavadora, dos operarios los limpian y pulen si lo requieren y tres los vuelven a clavar en el suelo: los colocan sobre una capa de grava, con cuatro toques de martillo los insertan y después se cercioran con una tabla de que van quedando rectos.
Un trabajo extenuante
Giovanni hinca en la tierra su rodilla, protegida sabiamente con un cojín envuelto en una bolsa de plástico, y empieza a funcionar: "Cada día trabajo unas seis o siete horas y pongo unos 2.500 o 3.000 adoquines, qué se yo", confiesa, impreciso, mientras de fondo una radio alegra la obra con las canciones del momento.
"Pero pagan bien", precisa el hombre, nacido en Rumanía, aunque se expresa en 'romanesco', el dialecto de la Roma 'popular', pegado a su boca a base de empedrar la ciudad durante los últimos 26 años.
El obrero sabe que este es un oficio casi artesanal, que requiere de años de instrucción y, por eso, expresa sus dudas sobre su futuro... pues comprensiblemente casi ningún joven sueña con deslomarse con este trabajo.
Sin embargo, uno de sus colegas tiene solo 27 años, Virgilio, y sentado entre montañas de adoquines se dedica durante horas a afilar sus aristas con un pequeño martillo para que luego puedan encajar perfectamente en el firme.
"Me pongan donde me pongan yo hago de todo”, explica algo tímido ante el micrófono este chico de un pueblo romano, prometiendo que, a pesar de la dureza del oficio, lo disfruta y quiere mantenerlo.
Las obras en Borgo Pío proceden rápidamente y sin pausa y gran parte de la calle ya presenta un pavimento perfectamente estable, con los 'sampietrinos' alineados y ensamblados con una resina especial.
Roma podrá de este modo deslumbrar al mundo durante el Jubileo, convocado por los papas cada cuarto de siglo, devolviendo el lustre a unas calles en las que un tropezón, cuando no una torcedura de tobillo, se convierte muchas veces en otra forma de recuerdo turístico.
Ya lo dejó escrito Rafael Alberti en su primer poemario de su exilio romano, titulado sagazmente 'Roma, peligro para caminantes' (1968): "Intenta no mirar los monumentos, caminante, si por Roma paseas, abre cien ojos, afina las pupilas, esclavo solo de su pavimento. Si quieres vivir, muta en paloma".