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Barbate

Exclusiva

Del mar que hiere también nace la esperanza de la flota pesquera artesanal de Barbate

La flota artesanal de Barbate reclama al Ministerio de Pesca una cuota de atún y medidas para revalorizar el alga invasora como vía de supervivencia

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  • Flota pesquera artesanal de Barbate.

Cada vez son menos los que salen al alba, cuando el sol asoma tímido por la línea del horizonte y la bruma aún cubre las aguas de la bahía. Cada vez son menos los barcos que conforman la flota de Barbate. El muelle, antaño bullicioso, guarda ahora una calma que pesa más que el salitre. Al sector pesquero de la localidad, dicen, lo ha mirado un tuerto.

Ahora mismo, no hay más alternativa: o se pesca atún o se pesca alga. Los recursos han desaparecido por culpa de ambos. El fondo marino, antes diverso y vivo, es ahora un desierto verde, silencioso, inhóspito. Y especies como el voraz y el sable han desaparecido por la presencia del atún. Una caden

“Tenemos el problema y la desgracia de que los acuerdos de pesca con Marruecos ya prácticamente forman parte del pasado”, lamentan desde la Cofradía de Pescadores. Y ese pasado no es uno cualquiera: es el de una flota que fue referente internacional, que hallaba en los caladeros marroquíes su razón de ser. “No contar con ese caladero es un golpe duro”, confiesan, aunque reconocen que los tiempos habían cambiado ya antes de su cierre definitivo. “Había menos pesca y la flota marroquí había aprendido a rentabilizarlo. Pero nos ayudaba, sobre todo a nuestra flota tradicional de cerco”.

En los años ochenta, más de un centenar de barcos de cerco daban vida a la costa. Hoy apenas una docena surca el Golfo de Cádiz. Otros seis o siete, más pequeños, lanzan sus redes en la bahía. Del cerco, apenas quedan veinte. De arrastre, solo uno —aunque ese nunca fue el fuerte barbateño—. Y la flota artesanal, la más golpeada, resiste con 21 embarcaciones y un futuro que se escribe entre signos de interrogación.

La falta de rentabilidad, la ausencia de apoyo institucional y un nuevo enemigo que llegó del otro lado del mundo han ido minando la resistencia de los hombres del mar. “El alga asiática nos ha arruinado”, confiesan. La Rugulopteryx okamurae, ese nombre tan ajeno como destructivo, ha tomado el fondo marino entre Algeciras y Conil, inutilizando más del 85% de los caladeros locales. “Aquí, con las mareas, las corrientes, el mar de fondo, el alga acaba moviéndose de una zona a otra, desplazándose, levantándose… arruina a quienes pescamos con artes fijas”.

La flota, que antes calaba artes para recogerlas al día siguiente, ha tenido que cambiar su forma de faenar. “Ya no podemos dejar los aparejos mucho tiempo. Si se cargan de algas, se arruinan”. Buscan mareas pequeñas, días en que la mar está en calma, y aún así, el panorama es desolador. La venta en lonja ha caído más de un 90%. Una cifra que no necesita adjetivos.

Y mientras tanto, desde Europa y España se dibujan estrategias que hablan de sostenibilidad, de apostar por la pesca artesanal. “Pero si aquí toda la flota es ya artesanal. Salimos, faenamos y regresamos al puerto. No hay barcos industriales. Todo es pescado fresco del día”, subrayan desde la Cofradía. Lo que no llega, denuncian, es el respaldo. “Es como si las palabras estuviesen vacías de contenido. No se nos apoya, no se nos ayuda”.

Alga invasora

Atunes rojos llegando al puerto de Barbate

Sobrevivir se ha vuelto un arte amargo. Cada jornada en el mar es una pelea contra lo invisible, contra una realidad que se enreda como redes rotas entre las manos de quienes aún se niegan a rendirse. Y esa lucha, silenciosa y tenaz, ha ido mermando la flota, el ánimo, el empleo, la riqueza de un pueblo que nació mirando al mar.

“El sable, el voraz… eran especies nuestras, de toda la vida”, cuentan los hombres de la mar. “Solo con ellas faenaban una veintena de barcos con cuatro o cinco marineros cada uno. Ahora han desaparecido”. La explicación, en parte, está en la recuperación del atún rojo. Una paradoja: lo que para algunos es éxito ecológico, aquí es ruina. “El atún ha venido para quedarse. Se ha instalado en nuestras aguas y se lo come todo. Ha acabado con especies o las ha desplazado. Blanco y en botella: si lo que hay es atún, que nos dejen pescarlo”.

Pero no. No hay cuota para Barbate. “Un pescador deportivo tiene más cuota que nosotros”, dicen con una mezcla de rabia y resignación. Porque no es solo el mar el que se ha puesto cuesta arriba; es también la ley, los decretos, las normativas ancladas en repartos históricos que olvidaron a quienes nunca pescaron atún porque el ciclo no era ese, porque antes solo se quedaba un par de meses, porque había otras especies a las que dedicarse.

Ahora, cuando todo cambia, ellos siguen atados a ese pasado administrativo. “El problema está en el reparto. El ICCAT da más cuota a Europa, Europa a los Estados, y España a quien decide. Y ahí es donde queremos el cambio”. No piden milagros. Piden justicia. “Hace dos años se aprobó una Ley de Pesca que dice que también se valorarán criterios socioeconómicos y de sostenibilidad. Ahí entramos nosotros. Además, el Gobierno tiene una reserva de cuota precisamente para casos excepcionales como este. Las herramientas están. Solo falta voluntad política”.

Han hablado con todos. Han viajado hasta Bruselas. Han protestado. Se han reunido con el presidente de la Federación Nacional de Cofradías. “Lo que nos falta es irnos en peregrinación”, ironizan. Mientras tanto, el atún, que se pesca en aguas de Barbate, no pasa por su lonja. Se vende fuera. Se pierde el rastro. Y con él, los empleos que deberían nacer a su alrededor: “Por cada puesto de trabajo en la flota artesanal, se crean cuatro indirectos. Hablamos de cofradías, lonjas, fábricas de hielo…”

Europa dice que hay que premiar a la flota artesanal. España lo repite. Andalucía lo apoya. El Ayuntamiento también. Pero el puerto sigue callado. Y el alga se expande. Y el atún engorda. Y las redes vuelven vacías.

Pero si todo sigue así, no habrá mucho más que contar. La flota artesanal de Barbate se va apagando, como se apagan las luces del puerto al caer la madrugada. “Cada día son más los que tiran la toalla. No es que falte ganas, es que falta rentabilidad”, dicen desde la Cofradía con una mezcla de pena y resignación. Y mientras el mar sigue ahí, infinito y azul, la pesca se achica, las horas se alargan, y los bolsillos se vacían.

Esta misma semana, otro barco ha cambiado de manos. Y no por inversión o futuro, sino por desesperanza. La flota sobrevive porque muchas embarcaciones son empresas familiares que concentran los esfuerzos y tiran con lo poco que tienen. Pero ya ni eso. Ya no hay relevo. “Nadie quiere meterse aquí. Se buscan tripulaciones fuera, en países sudamericanos… Aquí ya no quedan marineros porque esto no es vida, no es rentable, no es futuro”.

A veces trabajan apenas 80 o 120 días al año. Y no todos cuentan: muchos regresan a puerto con las redes vacías o llenas de alga invasora, esa plaga verde que lo cubre todo y lo ahoga todo. Y si no hay pesca, no hay parte que repartir. “No se puede tener a alguien a bordo si no gana dinero. La gente se va”.

¿Hay alguien que se oponga a que les asignen cuota de atún? “Nadie. No hacemos daño. No competimos con nadie. Solo queremos pescar el atún que vive aquí, el que se ha quedado y nos arruina. El mismo que, paradójicamente, podría salvarnos”.

Hasta el alga, esa amenaza que arruina redes y ofusca caladeros, podría ser una oportunidad. Lo fue, al menos, antes de que fuese declarada especie invasora. “Entonces había gente trabajando en darle un uso, en sacarle rendimiento, en estudiar formas de comercializarla. Pero en cuanto se declaró invasora, se acabó todo. No se puede tocar, ni mover, ni aprovechar. Nos hicieron caer en una trampa”.

Ahora se trabaja para cambiar esa normativa, como ocurrió con el cangrejo azul. “Con él se hizo un plan de gestión para capturarlo. Así se reduce el problema y se saca algo de beneficio”. Pero con el alga no hay aún solución. Solo vertederos donde acaban las toneladas recogidas a diario. Solo redes rotas y dineros perdidos. Solo impotencia.

Han estado en Bruselas. Han llevado el problema a Europa. Pero la respuesta ha sido mínima. “Es un problema local”, dicen, “pero afecta a muchas familias y a la economía de todo un pueblo”. Porque si no hay pesca, no hay vida. Y Barbate sin lonja es una casa sin cocina, un puerto sin alma. “Algunos días solo entran ocho cajas. Ocho”.

Lo único bueno, quizás, lo único esperanzador, es que el sector está más unido que nunca. “Siempre hemos sido de ir cada uno por su lado, pero ahora no. Ahora sabemos que los problemas son los mismos. Y eso nos ha juntado. Porque ya no vale con resistir. Hay que luchar juntos”.

Y en esa lucha han estado. Reuniones con todos los partidos, con todas las administraciones. “Lo que hace falta es que nos den una solución. Al menos hemos conseguido que el problema esté sobre la mesa. Esta misma semana nos hemos reunido con el director general de Pesca. Nos dicen que vamos por buen camino…”.

Pero saben que cambiar los repartos es abrir un melón complicado. Y por eso piden otra vía: “Que los aumentos de cuota se repartan de forma más justa, no solo por históricos. Porque ahora mismo hay empresas que se llevan el treinta por ciento de la cuota… y cuando se aumenta, les vuelve a caer otro treinta. Mientras tanto, nosotros tenemos apenas el dos por ciento. Cuatrocientos setenta y ocho kilos por barco… a repartir entre más de cuatrocientos barcos. Apenas diez kilos más. Ridículo”.

No quieren caridad. Quieren justicia. “Tenemos una ley que nos respalda. Solo tienen que aplicarla”.

La demanda es clara, directa, justa: que les dejen pescar el atún que nada en sus aguas. Que si el cerquero recoge uno en su red —porque se le mete solo, porque rompe las artes, porque revienta la faena—, al menos se le permita llevarlo a puerto y venderlo. Que haya una cuota, aunque sea mínima, que les salve el día y les devuelva algo de dignidad. Porque lo que ahora ocurre no es culpa del pescador, sino de un mar trastocado por desequilibrios y decisiones que se tomaron lejos de aquí.

El alga, dicen, ha venido para quedarse. Y si hay que convivir con ella, que sea sacándole algún provecho. Que no todo lo que llegue al muelle sea pérdida. Hay proyectos, hay ideas, hay estudios que apuntan caminos para hacer rentable lo que hoy solo es ruina. No sería la salvación, pero sí un salvavidas. Un respiro. Algo que amortigüe el golpe de regresar con redes que solo recogen olvido.

La esperanza existe. No se ha tirado la toalla porque el recurso está ahí. Porque el mar sigue hablando, aunque lo escuchen menos. Porque a quince minutos de la costa hay pan, y no se les deja cogerlo. Porque el atún está. Está. Y no poder acceder a él duele más que el temporal o el alga enredada. Es ver la solución delante y no poder tocarla.

Ahora mismo, no hay más alternativa: o se pesca atún o se pesca alga. Porque los recursos han desaparecido por culpa de ambos. El fondo marino, antes diverso y vivo, es ahora un desierto verde, silencioso, inhóspito. Una cadena rota en la que el pescador es el último eslabón, el que sufre sin tener culpa.

La solución urge. Y está ahí. Basta con aplicarla. Basta con voluntad. Basta con que el Ministerio de Pesca haga lo que la Ley de Pesca —aprobada hace dos años— dice que hay que hacer. Porque por cada barco hay tres familias que dependen de él, y eso sin contar a los que hacen hielo, descargan, subastan, arreglan redes o venden pescado en la plaza. Barbate es mar, es red, es salitre, y sin su flota artesanal, su esencia se deshace como escama al viento.

Si de verdad se apuesta por la pesca sostenible y de cercanía, si el discurso europeo no es solo papel mojado, entonces no se puede dejar morir a quienes llevan generaciones pescando con arte y con alma. La solución, al final, es tan sencilla que asusta: darles cuota de atún y potenciar el aprovechamiento del alga. La solución está en el problema. Pero cuando la política se enreda en promesas huecas, todo se complica.

Y aun así, los marineros siguen. Porque rendirse no entra en sus planes. Porque aún queda red, aún queda mar, y aún queda pueblo. Porque un pueblo que pesca, no se hunde. Solo necesita que le dejen remar.

Atunes.

 

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