El escribidor tenía una elegancia innata que cubría su escritura y su esqueleto. Mario Vargas Llosa era un hombre extremadamente elegante. En 1996 fue presidente del Jurado del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, y entraba y salía de los pases de las películas en la Casa Colón rodeado de gente y expectación silenciosa, sonriente y hablador solo hasta el punto justo, con un traje negro y el cabello blanco de galán de Hollywood. Aunque él amó sobre todo el teatro (aquella sensacional obra ‘La señorita de Tacna’ a mediados de los 80 en el Reina Victoria de Madrid protagonizada por una colosal Rosalía Dans) y se sintió defraudado por muchas de las adaptaciones de sus novelas al cine. Vargas Llosa escribía de una manera mágica, aunque no se adentrara completamente en el realismo mágico, y daba siempre con la palabra exacta en medio del fluvial e intrincado laberinto del idioma, la palabra precisa en la infinitud del diccionario, de modo que su estilo resulta admirablemente claro, sin barroquismos innecesarios, sin confundir profundidad de ideas con oscurantismo en la escritura. El crítico literario Domingo Ródenas ha dicho: “En su cosecha de novelas y ensayos escandaliza la abundancia de obras maestras”. ‘Los cachorros’ y ‘Los jefes’ fueron unos estremecedores libros de juventud y ‘Le dedico mi silencio’ (2023) supone una monumental y maravillosa despedida, entre las muchas novelas deslumbrantes escritas por él que, además, se convirtieron en ‘best sellers’, vendieron millones de ejemplares en todo el mundo, desde ‘Conversaciones en la catedral’ hasta ‘La fiesta del Chivo’. Si el maestro literario del escribidor fue Flaubert, su primer referente ideológico fue Jean Paul Sartre, de quien ahora preparaba un ensayo que queda inacabado.
Vargas Llosa sufría una enfermedad incurable de la que supo en 2020 y mantuvo en secreto. Era ya la presencia interior de la muerte, que le provocó rasguños en el físico pero no en la prosa. Reflexionó Vargas Llosa durante una entrevista en 2023 con Manuel Jabois: “Lo que yo detesto es el deterioro. Las ruinas humanas. Es algo terrible, lo peor que podría pasarme. Por ejemplo, ahora tengo problemas de memoria. La memoria la tuve siempre muy lúcida”. Durante su estancia en Huelva, una mañana, muy temprano, acudió al Conquero bajo el frío de noviembre para ver salir el sol. Y allí estaba el escribidor, completamente solo, ante el surgir de un nuevo día. Quizás en una búsqueda más de la belleza. Descanse en paz, Varguitas. Maestro.