Abolidos los antiguos privilegios de la pesca del atún en 1817, hasta entonces conferidos para Andalucía y en exclusiva a la casa ducal de Medina Sidonia, tras ciertas vicisitudes y de acuerdo con las corrientes liberales del momento, el estado proclama la libertad de instalar almadrabas, siempre bajo la concesión del Estado y mediante subastas. Todas las normas se plasmaron en el Reglamento para el gobierno y disfrute de Almadrabas, aprobado por una Real Orden de 2 de junio de 1866, en el que se establece la posibilidad de organizar esta pesca eligiendo una modalidad: “de tiro, de monte y leva, de buche o de cualquier arte más perfecto que se descubriese...”. Para fomentar el ramo, además de los pesqueros tradicionales, dicho reglamento posibilita también la creación de nuevas almadrabas por la vía de ensayo y durante cinco años, según se especifica en su artículo 25.
Se concedía, en consecuencia, libertad para calar las redes en cualquier lugar de la costa, siempre que se respetase una distancia mínima de tres millas con cualquiera de las otras almadrabas ya existentes. A este respecto, es muy probable que la certeza de vestigios de época antigua, algunos claramente visibles, haya llevado a deducir que ciertos tramos del litoral pudieron perfectamente albergar una almadraba en tiempos romanos, y dada la fascinación y el respeto que en la segunda mitad del siglo XIX se sentía por unos protagonistas que durante siglos sostuvieron un imperio, no parecía poco inteligente imitarlos. Esto explicaría la razón por la que ciertos empresarios, acogiéndose al poco tiempo a lo estipulado en el reglamento de 1866, solicitaron calar las redes para el atún frente a Bolonia, Trafalgar o Barbate, lugares sin una tradición almadrabera reciente, pero que se presumía importante en la Antigüedad. El caso es que, de los tres casos citados, solo Barbate acabó por consolidarse, y de tal manera, que habría de convertirse en la almadraba más productiva de todas.
Don Gaspar Pérez Barceló
En 1874, una nueva almadraba, denominada “Ensenada de Barbate”, fue solicitada por un empresario que ya venía pescando atunes en Zahara desde hacía varias temporadas, don Gaspar Pérez y Barceló.
Era don Gaspar un alférez de navío, nacido en Benidorm en el año 1812, que se había afincado en Cádiz, al menos, desde los 19 años de edad, o sea, en 1831, fecha en la que se casa con la gaditana doña María Encarnación Gutiérrez y Gutiérrez, sin que ambos aportasen propiedades ni dinero al matrimonio. Por esas fechas, Benidorm llevaba sesenta o setenta años engrandeciendo la navegación y la industria pesquera con sus hombres de mar, también en Andalucía, en cuyas costas habían recalado a fines del siglo XVIII para trabajar en las pesquerías onubenses de los duques de Medina Sidonia. Lo hacían como especialistas, merced a su propia tradición local, en la dirección de las almadrabas de buche, cuyo oficio dominaron de tal manera que elegir a un capitán de almadraba benidormense se convirtió en garantía de éxito. Con el tiempo y el capital suficiente, algunos de aquellos capitanes acabarían también por tomar la iniciativa de dirigir sus propias almadrabas.
Desde luego no tenemos la certeza de que don Gaspar, cuyos apellidos, como la mayoría de los benidormenses, pueden asociarse a cualquier circunstancia que tenga que ver con las almadrabas, haya ejercido como capitán de ninguna almadraba, aunque tenía todas las papeletas. Sí sospechamos que acabó por asentarse en Cádiz en virtud de su vinculación con la Armada, y que, en un momento dado de su vida, decide invertir en el negocio del atún. Es probable también que, dada su preparación y experiencia marinera, haya comerciado previamente con las salazones vía cabotaje entre Cádiz y Valencia. Sí parece lo más seguro que se dedicó a la pesca, al menos entre 1849 y 1855, pues en esas fechas compró tres faluchos (“San José”, “San Andrés” y “Valiente) matriculados en la tercera lista (pesca profesional). El resto de sus embarcaciones las adquirió a partir de 1965, ya inmerso en el negocio de las almadrabas, llegando a poseer diez faluchos, cuatro lanchas, cuatro barquillas, un galeote y tres laudes, uno de ellos (llamado “Juno”) de 42 toneladas.
Esa vinculación con las almadrabas aparece temprano, en el año 1847, cuando arrienda la almadraba de El Portil, en Huelva, como representante de Mariano Basurto. He aquí, por tanto, una conexión con el mundo almadrabero de Huelva, donde se calan redes de buche, y no sería extraño que llegase a adquirir un cargo importante dentro del organigrama de esa almadraba. Allí estaba La Tuta, la almadraba más productiva entonces, y que había funcionado en gran parte gracias a la asociación de la casa ducal de Medina Sidonia con capitanes valencianos. Sin duda que el conocimiento de este hecho pudo ser para don Gaspar, como para otros, escuela de futuras empresas.
En cualquier caso, no es mucho lo que sabemos de su vida. Del matrimonio con doña Concepción tuvo trece hijos, de los cuales cuatro fallecerían en edad temprana. Seguramente, su día a día haya transcurrido a caballo entre Cádiz y Rota, pues, en 1864, don Gaspar solicitó y obtuvo permiso para calar la almadraba de “Arroyo Hondo”, en aguas roteñas. Aquí, la familia adquirió casa, además de levantar frente a la playa, indudablemente en el lugar donde se verificaba la pesca del atún, una chanca que llegó a superar los 12.000 metros cuadrados. En contra de lo que reflejan las estadísticas de capturas, no siempre tan fiables como cabría suponer, la almadraba roteña debió de funcionar óptimamente, a tenor de las once propiedades que compró don Gaspar en aquel término mientras la estuvo calando, y de la sólida voluntad que mostró por seguir extendiendo su negocio almadrabero a otros parajes.
Antes, había pretendido seguir calando la almadraba roteña, pidiendo y consiguiendo del gobierno, en 1867, una prórroga de cuatro años. Volvió a intentarlo en 1871, pero esta vez le fue denegado. Convencido el Ministerio de Marina que el Estado podía obtener por este pesquero mucho más de las 250 pesetas anuales que don Gaspar estaba abonando por el arriendo, decidió sacarla a subasta. Y no se equivocaba, un mejor postor, don Diego Zarandieta, de Isla Cristina, ofreció por su arriendo nada menos que 28.628 pesetas anuales, una cantidad asombrosa para la época, y que dejaba ver hasta qué punto la riqueza que estaba obteniendo don Gaspar en la pesca del atún era más que pública y notoria.
Pero el benidormense no se arrugó. Ya en 1868, había decidido asociarse con don Francisco García Benavente para calar la almadraba de Zahara, haciéndose cargo de las tres cuartas partes del negocio, y sugiriéndole, quizá, en virtud de lo bien que le había funcionado en Rota, la necesidad de utilizar el sistema “de buche”, puesto que Zahara aún seguía operando al modo jabeguero antiguo. Lo cierto es que la nueva almadraba de Zahara significó otro éxito, de tal manera que había de quedar en la familia de don Gaspar por muchos años.
En 1869, le fue concedido a don Gaspar permiso para calar la Bahífora, almadraba situada también en Rota, con un arriendo anual de 1.625 pesetas, y más tarde, en 1873, comenzó a calar almadraba de buche en La Barrosa, con un arriendo de 1.500 pesetas.
La almadraba “Ensenada de Barbate”
En 1874, y quizá, como decíamos al principio, conocedor de los numerosos y ricos hallazgos arqueológicos ocurridos en Barbate, de cuya noticia se tenía conocimiento en media España, o quizá empujado por la necesidad de asegurar el pasaje del atún hasta Zahara, pues entre los almadraberos existía el convencimiento de que cualquier nueva almadraba que se situase a barlovento de una ya establecida, indistintamente de lo cerca o lejos que estuviese, restaba atunes a la anterior y, en consecuencia, disminuía sus ganancias, decidió solicitar calar una almadraba de buche frente a Barbate por la vía de ensayo. Como en el fondo de la ensenada barbateña los inteligentes afirmaban que era imposible calar almadraba por el viejo sistema de tiro, ya que el pescado pasaba por fuera, razón por la que no se tenían noticias de que nunca se hubiese instalado ninguna, decidió probar con el nuevo sistema de buche, que le venía ya funcionando en Zahara.
Así es como, el día 20 de agosto de 1874, cuatro meses antes de que Martínez Campos acabase en Sagunto con la primera república, y para “paso y retorno”, el gobierno concedió autorización a don Gaspar Pérez para montar la almadraba denominada “Ensenada de Barbate” por 50 escudos anuales (125 pesetas) para “el fondo y vigilancia de la pesca”. A fin de situar la posición exacta de la misma, dada la necesidad de buscar una referencia en la playa, los responsables de la Armada señalaron los restos del castillo de Santiago de Barbate, único punto que en ese momento podía distinguirse en toda la playa. En lo sucesivo, y de acuerdo con los preceptos legales, se colocarían marcas o enfilaciones de almadraba en tierra, de las cuales, la principal habría de establecerse en el centro del castillo de Barbate, cada vez más arruinado. Se trataba de un poyete piramidal construido con los mismos materiales que entonces se levantaban las casas, piedra, arena y barro, y rematado con un hueco para colocar el asta de una bandera (aún existe ese primer poyete en los terrenos donde se ubicó el castillo).
Ya en 1872, antes de aquella concesión, y como en Rota, don Gaspar decidió construir en Barbate una chanca, señal de que venía trabajando aquí el atún de Zahara. La parcela abarcaba 4.000 metros cuadrados, y estaba situada frente al embarcadero, en la calle hoy denominada “Luis Valverde Luna”, muy cerca de la peña flamenca, pues sus barcos habrían de llegar hasta el muelle para operar con las cargas de atún destinadas a conducirse o a salir directamente de las instalaciones de procesado para su exportación. En aquella chanca, habilitó patio, piletas y varias estancias, en una de las cuales colocó una máquina de prensado; en las piletas se salarían los trozos de atún una vez ronqueados, y en la presa se aplanarían las huevas, a la vez que mojamas y huevas se curarían al sol en un entramado de colgaderos situados en el patio, en el cual no faltaba el pozo de rigor para extraer el agua dulce, indispensable para todo el proceso.
En lo que hacía a los productos del atún trabajados directamente por don Gaspar,se trataba deaquellos que podríamos llamar clásicos: las salazones, tanto las que se trabajaban en las piletas, al estilo romano, como las que se elaboraban mediante la cura al sol, en el caso de mojamas y huevas, siendo estas últimas la más demandadas. Esta manufacturación se abordaba por la misma idiosincrasia de un mercado que don Gaspar quizá conociera bastante bien, dada su propia procedencia: el levante español, sobre todo, la zona de Alicante y Valencia, si bien no descuidaba las plazas de Cataluña, donde tradicionalmente también se estimaban mucho aquellas salazones. El empresario había adquirido algunas embarcaciones matriculadas en la segunda lista, o sea, dedicadas al comercio. Eran faluchos o laudes que servían perfectamente para el cabotaje y que muy bien podían haber llevado su mercancía directamente a levante. En el tornaviaje, pudo embarcar redes ya confeccionadas u otros enseres o productos que se fabricaban en Benidorm o en Villajoyosa y difíciles de conseguir aquí a buen precio.
Pero no todo el atún iba a la factoría. Entre un 10 y un 25% de las capturas se vendía en fresco. De hecho, tradicionalmente, se prefería vender en fresco si se podían obtener cantidades aceptables, cosa que solía ocurrir en las primeras levantadas, pues luego el precio bajaba y se optaba entonces por mandar las piezas a la chanca.
Los trabajadores
La almadraba barbateña, según dejó inventariado en su testamento don Gaspar (documento custodiado en el Archivo Histórico Provincial), se montaba con 10 embarcaciones, entre las que se hallaban “la testa”, “la sacada”, el barco de “acopejar” y la barquilla conocida por “atajo”; mientras 66 anclas de diferentes tamaños y 16 rezones fijaban al fondo más de 240 cabos y paños de redes de distintas pulgadas, siendo de esparto en su mayoría, excepto las del cuadro, que eran de cáñamo.
Calar todas estas redes no resultaba precisamente fácil, hacía falta mucho personal, en gran parte especializado. Como decía otro ilustre benidormense, Don Vicente Zaragoza, el último de los grandes capitanes de aquella ciudad, “la de Barbate era una almadraba muy trabajosa, porque era la única almadraba que pescaba atunes de derecho (cuando van a desovar) y de revés (cuando regresan). Nunca parabas, porque empezabas la pesca de derecho en mayo y cuando llegabas a tierra había que preparar el arte para la pesca de revés…Eran dos almadrabas en una, como un hotel con dos cocinas que tenías que gestionar con el mismo personal”.
Sabemos que, por los tiempos de don Gaspar, se precisaban entre cien y ciento cincuenta hombres. Hay que tener en cuenta que algunas de las embarcaciones se impulsaban a remo, única forma de desplazarse con agilidad en las inmediaciones del cuadro, o cuando el viento no ayudaba a llegar hasta allí, con lo cual lo remeros eran muchos e insustituibles. Y junto al trabajo que proporcionaba la sola fuerza de unos brazos coordinados al ritmo de los cantes jabegueros, estaban otros más complejos. Arráeces y sotarráeces procedían de Benidorm, y solían arribar a la aldeaacompañados de quince o veinte paisanos especialistas, dirigiendo todo el calamento y cada una de las operaciones con precisión matemática; otros oficios también especializados lo ocupan trabajadores de Isla Cristina, de Ayamonte o de Lepe, puertos, junto con el de Benidorm, con experiencia en este tipo de almadrabas.
Finalmente, se daba también ocupación a gente de la comarca, incluidos, por supuesto, los de Barbate. Hay que tener en cuenta que cuando, en 1875, se instala la nueva almadraba, la aldea barbateña apenas superaba los 400 habitantes. Se arracimaban junto al embarcadero del río (hoy frente a la Peña Flamenca), y a lo largo de la calle Real; podemos afirmar que su economía era semirústica, es decir, los productos de la huerta compartían protagonismo con los salidos del mar. Cada vivienda, que no era más que una choza de castañuela –aunque ya van viéndose algunas de mampostería desde que un incendio, en abril de 1863, acabó con casi toda la aldea–, se acompañaba de un corral con gallinas y algunos cerdos, y en el mismo lugar o no muy lejos, media hectárea o poco más para cultivar hortalizas. Economía de subsistencia, por tanto, en la que la sal era imprescindible, pues ayudaba a mantenerse en invierno con chacinas y bonitos o voladores curados, y a vender algo de pescado en los cortijos y pagos del interior. Eso sí, los penosos caminos y senderos por los que apenas podía transitarse estaban infectados de bandoleros y contrabandistas, algunos de ellos bien conocidos, siquiera de vista.
En aquella aldea olvidada de Dios, la instalación de la almadraba supuso todo un revulsivo, pues algunas de sus familias pudieron asegurar el pan durante meses. Y es que la pesca del atún no solo daba trabajo entre marzo y agosto, “derecho y revés”, la salazón y el pescado curado precisaba de unas labores que trascendían el tiempo de sucaptura y que, aunque en menor medida que en plena temporada, había de valerse de cierto personal, desde quien iba dando salida a las salazones hasta el que vigilaba todo el andamiaje de redes en los almacenes. Y para esto, ninguno mejor que el vecino del lugar.
Viuda y herederos de don Gaspar Pérez Barceló
A la muerte de don Gaspar, ocurrida el 12 de marzo de 1878, o sea, tres meses antes de que el tifus arrollase, como una tormenta de verano, las dieciocho primaveras de María de las Mercedes de Orleans, reina consorte de España, hacía constar doña Concepción Guerrero que “el principal caudal testamentario son los útiles de la industria que mi esposo venía ejerciendo, o sea, el calamento de las almadrabas, industria que tanto yo como mis hijos y nietos debemos continuar, pues de ella procede en su mayor parte el capital que mi esposo formó…”, obligando por tanto a los herederos a no vender “sin previo aviso a los demás”.
Todos los indicios apuntan a que don Gaspar Pérez fue, como toda la estirpe de los pioneros en las almadrabas de buche gaditanas, hombre de fuerte carácter y resolución. Pero también que su esposa no lo era menos. Nacida doña Concepción en una sociedad acostumbrada, como la valenciana, a contemplar cómo sus maridos se embarcaban sin prever cuándo ni en qué condiciones volverían, no le quedaba más remedio que asumir que en cualquier momento tendría que cargar con el peso de toda la familia para no acabar en la miseria.
Desde luego que los desvelos de don Gaspar y de ella habían venido operando en tal sentido desde hacía años, si hemos de admitir, lo cual no es mucho suponer para la época, que algo habían tenido que ver ellos en el casamiento de las hijas del matrimonio. Una de estas, Vicenta, se había casado con Jaime Orts, quien por nombre de pila y apellido nos hace sospechar un origen benidormense, y quizá arráez de alguna de las almadrabas dirigidas por su suegro; otra hija, María Regla, se unió a José María Requejo Gastardi, un gaditano que habría de regentar la almadraba de Zahara y que llegó a ser concejal en el Ayuntamiento de Cádiz; también otra hija, María del Carmen, se casó con Manuel del Castillo Peñalosa, de profesión médico y cirujano, y futuro –como el anterior– partícipe del negocio almadrabero. En fin, nada sabemos en cuanto a los nombres del resto de los consortes, pero todo hace sospechar que el matrimonio conformó una familia acomodada alrededor de la pesca del atún.
Y, efectivamente, el negocio no salió de la familia tras el fallecimiento de don Gaspar, pues su esposa intentó mantener dentro del clan y a toda costa las empresas que había acometido don Gaspar con indudable éxito. Consiguió recuperar “Arroyo Hondo” a nombre de su yerno Manuel del Castillo; “Zahara”, a nombre de otro yerno, José María Requejo; y, en 1882, la familia al completo optó por asociarse para calar otra de las grandes almadrabas, “Torre Atalaya”, en Conil.
Pero, aunque la viuda y sus herederos consiguieron, el 22 de junio de 1878, tras la muerte del cabeza de familia, el traspaso de la almadraba de Barbate (era la primera vez en la historia reciente que una almadraba figuraba a nombre de una mujer), cumplidos los cinco años de ensayo, no pudieron retenerla. Sacada a subasta en 1879, José Manuel Zarandieta se hizo con ella, acaso sin sospechar aún que la familia de Pérez y Guerrero habían inaugurado la almadraba más productiva de la Europa contemporánea. Y solo en aquel año y en España había nada menos que treinta en activo. Y no solo eso, esa familia también había levantado la primera gran casa dedicada a la pesca del atún tras 1817.
Quizá por tal motivo, el Ayuntamiento de Vejer, del cual dependía la aldea de Barbate por aquel entonces, decidió que una calle barbateña, junto a la chanca que había construido, llevase el nombre de “Gaspar Pérez”. Quede el presente artículo para recuerdo de algunas de las tantas personas que han formado parte destacada de la historia de nuestro pueblo y que, sin embargo, la historia ha injustamente olvidado.