La excelente novela de Stefan Zweig relata, a través de una prosa medida fie al impecable estilo del escrito austríaco, los acontecimientos que cambiaron el registro de a principios del siglo pasado y derivaron en la primera guerra mundial y, más tarde, en la segunda, el cómo un mundo que era plácido y previsible derivó en el caos propiciado por las guerras y por las miserias que de ellas se desprenden. Cómo las personas evolucionan en la tragedia, unas para bien y otras al contrario, y cómo líderes sin otro principio ni formación ni objetivo que el poder desmedido logran hacerse con el control para dominar el pueblo. Así Hitler logró dominar Europa al segundo intento tras el fallido golpe de estado en Munich en 1923 y el mundo hasta entonces conocido quebró, dejando una brecha en el viejo continente que aún perdura en la memoria.
Pensamos que nada grave puede pasar, tal y como pensaron los viejos europeos, austríacos y alemanes de entonces, antes de que su mundo, el de ayer, se les desmoronara y escurriera entre los dedos. Porque pensamos que cualquier tragedia es momentánea y, enseguida, volverá a restablecerse el orden, pero si elevamos la vista unas decenas de metros sobre este presente igual comienzas a pensar que nuestro mundo, el de hoy, es mucho más frágil de lo que creemos y esta secuencia de acontecimientos funestos no son más que un aviso sobre el mal camino por el que transita la humanidad: volcanes, danas y lluvias torrenciales, tsunamis, huracanes descontrolados por los cambios de clima, pandemias víricas, apagones por sobrecargas energéticas… Caos. Y ante todo ello el humano toma conciencia de lo expuesto que está, de lo débil que es y de lo poco que protegido queda a pesar de su supuesta supremacía intelectual.
Es posible que nunca sepamos del todo lo sucedido este pasado lunes. Tampoco es cuestión que el ciudadano tome conciencia del tamaño de su fragilidad. Llama la atención que hace pocas semanas se nos avisara de la conveniencia de dotarse de un kit de supervivencia compuesto por agua, alimentos no perecederos, botiquín de urgencia y dinero en efectivo y, de pronto, se apague el país y uno tema cortes de agua ante la escasez energética en las estaciones de bombeo, alimentos perecederos en casa, fármacos y dinero en efectivo, que sin él y pese a los controles que sobre él existen no eres nada cuando la luz se va y no puedes pagar más que con billetes o monedas del banco de España. En crisis como ésta el móvil es solo un pedazo de plástico inservible y entonces echamos de menos no tener apuntado nada en una libretita, no haber memorizado recorridos porque usamos en Google maps para todo, no estar en absoluto preparados para una mínima desconexión de unas horas, no digamos ya si la situación se prolonga a unos días. Pero, tranquilos, no hay solución, la memoria del humano es interesada y frágil y nada previsora y si unas horas más tarde pulsamos el botón y hay luz y del grifo sale agua, fresquita, para qué preocuparse, que la vida fluya, el sol salga y “que no nos falte de na, que no que no”.
No es plan tampoco de que ahora nos construyamos refugios y les dotemos de kits de supervivencia e instalemos el miedo en el día a día, la vida es demasiado corta como para vivirla atemorizados, pero sí parece sensato que tomemos conciencia colectiva de todo aquello que sabemos tiene un trasfondo perjudicial y que está en nuestro día a día. La palabra equilibrio es maravillosa, bien entendida. Entre lo nuevo y lo viejo, lo inmediato y lo que necesita de su tiempo, lo digital y lo analógico, la energía que provoca el movimiento veloz y la quietid de una naturaleza sublime, lo necesario y divertido que resulta consumir y lo atractiva que es la idea de lo necesitarlo, lo bueno que es usar el móvil para una consulta urgente y lo maravilloso de salir a la calle de paseo sin él, el vértigo de una vida acelerada y el bendito tiempo que obligadamente hay que dedicar a aburrirse, a no hacer nada de nada, lo enriquecedor que es leer libros de literatura diversa o ensayos o estudiar y el tiempo que hace que no salimos a bailar, con las risas que uno se echa danzando y lo sabe bien quien suscribe y lo hace peor, con diferencia, que el más patoso de la pista nacional. Equilibrios y respeto, cómo no, al mundo que nos permite vivir en él.
El mundo de ayer no parece que sea el de mañana, tiene pinta que los próximos años, décadas, nos van a deparar acontecimientos no esperados en sus diferentes versiones trágicas porque lo bueno no sorprende, solo lo malo. Y habrá que tomar conciencia de ello, tal vez si socialmente buscamos equilibrios más sólidos y trabajamos mejor la prevención en todos los órdenes logremos suavizar el impacto, de otro modo pasará, más pronto que tarde, lo inevitable como la historia escrita recuerda a quien la quiera leer.