Como diría el gran e inolvidable Paco Gandía: lo que os voy a contar es totalmente verídico. El mismo caso, pero en dos historias diferentes. Hace unos días tuve el placer de asistir a la presentación de un libro en la vecina localidad de Sanlúcar, el de mi amigo y escritor Jaime Sabater. Al finalizar el acto, sirvieron una copa de vino. Como la ocasión lo permitía, me atreví a pedir un fino. La respuesta fue clara y contundente:
—Estamos en Sanlúcar, y aquí se toma manzanilla. Si quiere fino, váyase a Jerez o a El Puerto.
La respuesta era la esperada. Ni más ni menos.
Días después, la situación se invirtió, pero aquí, en nuestra ciudad. Unos amigos vinieron a visitar este bendito rincón que Dios puso en la Tierra —yo lo llamo El Paraíso; usted póngale el nombre que quiera—. Tras una mañana recorriendo sus calles, en la que les mostramos los entresijos y las maravillas de nuestra ciudad, decidimos hacer una parada en un bar del centro, cerca de la Plaza Real.
Por cierto, no pudimos entrar porque, como siempre, estaba cerrada a cal y canto. Nada nuevo. Pero eso es harina de otro costal, ya escribiré sobre ese tema. ¡Cómo nos gusta “ronear” con tener la mejor plaza de toros de la Baja Andalucía —esa que a los modernos les gusta llamar “Princesa del Sur”— para después tratarla como una doncella abandonada!
Sigamos, que nos perdemos por el camino.
—¿Qué desean los señores? —preguntó el camarero.
—Cuatro copas de Quinta o Pavón, por favor. Y si puede ser, en catavinos, como toda la vida de Dios.
La respuesta no tuvo desperdicio:
—Tenemos manzanilla de Sanlúcar o fino de Jerez.
—Perdone, queremos fino de El Puerto, que para eso estamos en la Ciudad del Vino Fino.
—Pues va a ser que no.
Después de salir de nuestro asombro, nos dimos la vuelta y nos fuimos en busca de un bar o bodega donde nos sirvieran nuestro querido Quinta o Pavón, o cualquier otro caldo de la tierra. Como siempre, terminamos en casa de mi amigo Álvaro, en el Obregón. Apuesta segura.
¡Cómo nos gusta alardear de ser portuenses, y qué poco sacamos las garras cuando la ocasión lo merece!
Las cosas de esta bendita ciudad... Como tantas otras, ni el fino es profeta en su tierra.