Cuando lean estas líneas es posible que hayamos tenido el humo blanco saliendo de la chimenea del Vaticano. O no. El Cónclave más disperso de cuantos conocemos comenzó ayer miércoles por la tarde y hoy, jueves, ya se habrá celebrado al menos una votación. ¿Hay Papa en este momento en el que usted me lee, querido lector? Pues solo usted lo va a saber. Esto se trata de una columna de opinión que hay que tener lista cuando los compañeros del papel y la web lo dicen: no se trata, por tanto, de una sección de “Última hora”.
El Cónclave ha comenzado y en esta ocasión me ha dado la sensación mayor que en otras ocasiones, de que se trata de un mero trámite protocolario de la Iglesia. Una liturgia secular que se lleva a cabo para que los purpurados (electores y elegibles) se vean iluminados por el Espíritu Santo y lleven a cabo la elección con el soplo de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Pero me da a mí que la Paloma que les ilumina lleva ya muchas jornadas de trabajo, atendiendo la conciencia de los cardenales en el gran número de reuniones preparatorias que se vienen celebrando en estos días… de las que sabemos al menos su celebración. Porque de lo que nunca nos enteraremos es de esos conciábulos más que privados que también se desarrollan de muralla vaticana para adentro.
No hay conexión con el exterior: ni móviles, ni tablets, ni equipos informáticos que abran una brecha en el rígido aislamiento de los cardenales. No hay periódicos tampoco, ni tan siquiera transistores a pilas, esos que buscamos con ahínco el día del apagón. No hay conexión externa con otras personas. No, no hay nada de eso. Y yo me pregunto que para qué, si lo que se decida bajo los frescos del
Juicio Final de Miguel Ángel mucho me temo que entra ya decidido. Las maniobras mediáticas de estos días atrás para aupar o desprestigiar a algún cardenal (algunas de ellas más que descaradas y de escaso tacto y sensibilidad cristiana) han sido caldo de cultivo; maniobras mediáticas que “sabrá Dios” de dónde parten.Las intrigas se esconden por las esquinas, en voz baja, con protagonistas de todo tipo. Por eso entiendo que el Cónclave que empezó ayer miércoles es un mero hecho litúrgico, heredado de siglos, por una Iglesia que debe situarse en el XXI. El Cónclave, insisto, creo que no es más que un trámite protocolario para elegir al líder mundial de millones de personas, el hombre que, con categoría de Jefe de Estado, es además Líder Espiritual. Un Cónclave que se rodea de boato y pompa, de esa liturgia medida tan romana (o tan vaticana), y que arrojará más pronto que tarde un resultado en forma de humo blanco o negro, con algo tan simple como una chimenea. En plena era de las telecomunicaciones es únicamente el humo quien toma un protagonismo tan universal como sencillo.
Dicen los que más saben de esto (o dicen los que creen que saben algo de esto) que no hay un claro favorito, que no hay un cardenal que sea un peso pesado para la elección. Y también dicen que hay dos facciones: los conservadores que quieren devolver la Iglesia a lo que fue antes de Francisco y los renovadores y aperturistas que apuestan por seguir la estela de este último. Y que el papado se vende caro en esta ocasión: de 77 votos necesarios en el último Cónclave se ha pasado a 89 votos. Lo que nos deparará la elección solo Dios lo sabe.
¿Sólo Dios lo sabe?