Todos lo hemos hecho alguna vez. Un examen importante, una reunión que se alarga, una espera interminable… y, sin darnos cuenta,
los dedos van a la boca. La uña, ya resentida por días de tensión, termina entre los dientes. Un gesto automático. Un alivio momentáneo. Una manía aparentemente inofensiva. Pero la realidad es que
morderse las uñas —lo que los médicos llaman onicofagia— puede convertirse en una amenaza para tu salud mucho más grave de lo que imaginas.
Aunque se trata de un hábito profundamente arraigado en miles de personas en todo el mundo, especialmente en contextos de
estrés, ansiedad o aburrimiento, la onicofagia va mucho más allá del simple mal hábito. No solo
daña la estética de las manos, también puede provocar heridas abiertas en los dedos, inflamación de las cutículas y
lesiones que actúan como vía libre para bacterias, virus y hongos. Y ahí comienza el verdadero peligro.
Las uñas, al estar en
constante contacto con superficies contaminadas, acumulan una gran cantidad de microorganismos. Al llevarse los dedos a la boca, esos gérmenes entran directamente en contacto con las mucosas, pudiendo desencadenar
infecciones que, en los peores casos, se vuelven sistémicas. Hay estudios que documentan situaciones extremas: infecciones que evolucionaron a
sepsis —una inflamación descontrolada del cuerpo ante la infección— que puede llevar a un fallo multiorgánico.
Y sí, incluso a la muerte.
El caso más conocido fue el de un joven británico que, tras años mordiéndose las uñas hasta el punto de causar sangrado constante, desarrolló una infección que se extendió al torrente sanguíneo. No acudió al médico a tiempo. Su cuerpo no resistió. Esta historia, aunque extrema, no es única.
Las pequeñas heridas invisibles pueden abrir la puerta a consecuencias irreversibles.
Pero los riesgos no son solo físicos. La onicofagia suele estar ligada a
trastornos de salud mental como el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), trastornos de ansiedad generalizada o episodios de estrés postraumático. Muchas personas no muerden sus uñas porque quieran, sino porque
no pueden evitarlo. Es su forma de liberar tensión, aunque les cueste heridas, dolor y vergüenza.
La buena noticia es que
este hábito se puede tratar y revertir. Desde técnicas de terapia cognitivo-conductual, que ayudan a gestionar el impulso, hasta tratamientos tópicos con sabor amargo para frenar el acto reflejo. También existen productos que fortalecen las uñas y evitan que se rompan con facilidad, reduciendo la tentación. Pero lo más importante es
reconocer que no es solo un tic, y que, en algunos casos,
es una señal de que algo más profundo necesita atención.
En una época en la que se nos exige estar siempre al máximo, controlar los nervios, rendir, llegar a todo… es lógico que el cuerpo encuentre salidas. Pero si tu forma de soltar tensión es
castigando tus manos, quizás ha llegado el momento de mirar hacia adentro. Escuchar a tu cuerpo. Y cuidarlo.
Porque aunque pueda parecer una tontería,
morderse las uñas puede convertirse en una decisión que te acerque o te aleje de la salud. Y como con tantas cosas en la vida, a veces lo más pequeño es lo que más importa.