Mientras el mundo sigue mirando al espacio con ambición y asombro,
China acaba de dar un golpe de autoridad en la carrera tecnológica del siglo XXI. No se trata esta vez de una misión tripulada, ni de una estación lunar, sino de algo más sutil, más silencioso, pero igual de revolucionario:
una red de satélites que funciona como un superordenador autónomo desde el espacio, una
infraestructura orbital diseñada para la inteligencia artificial que podría cambiar para siempre la forma en que se procesan los datos en el planeta Tierra.
Bajo el nombre de
"Three-Body", en clara referencia a la aclamada trilogía de ciencia ficción china de Liu Cixin, este proyecto no es literatura futurista, sino una realidad que ya ha comenzado. Los primeros
12 satélites han sido lanzados con éxito, formando el embrión de una red que llegará a contar con
2.800 unidades interconectadas. La empresa responsable es
ADA Space, una firma tecnológica emergente que, junto con el
laboratorio estatal Zhejiang Lab y el apoyo de la
Zona de Alta Tecnología de Neijiang, ha materializado uno de los pasos más ambiciosos que se han dado en
computación espacial.
Lo que diferencia esta constelación de otras misiones satelitales es su
capacidad de procesamiento en órbita. Cada satélite está equipado con un
modelo de inteligencia artificial capaz de manejar 8.000 millones de parámetros y
una potencia de cálculo de 744 TOPS (teraoperaciones por segundo). En conjunto, los 12 satélites ya en órbita alcanzan un rendimiento de
5 POPS (petaoperaciones por segundo), lo que los sitúa al nivel de algunos de los superordenadores más potentes del mundo... pero
sin estar atados a la Tierra.
Además, estos satélites comparten un sistema de almacenamiento conjunto de
30 terabytes y se comunican entre sí mediante
enlaces láser de hasta 100 gigabits por segundo, lo que garantiza una transferencia de datos rápida, segura y sin necesidad de estaciones de apoyo terrestres. Es decir,
el procesamiento se hace en el espacio, lo que
reduce los cuellos de botella en el ancho de banda, optimiza el uso de energía y libera a los datos de limitaciones físicas.
Pero esta red orbital no solo está pensada para cálculos matemáticos o análisis de big data. Cada satélite lleva también una carga útil científica, como un
detector de polarización de rayos X, diseñado para captar
eventos astronómicos extremos, como explosiones de rayos gamma. Este tipo de sensores permitirán estudiar fenómenos que aún hoy nos resultan enigmáticos, acercándonos un paso más a
comprender el universo en tiempo real y desde una perspectiva nunca antes alcanzada.
En paralelo, los satélites están diseñados para
generar gemelos digitales en 3D del planeta, una herramienta con aplicaciones prácticas inmediatas: desde la
gestión de catástrofes naturales y respuestas de emergencia hasta usos más lúdicos como
el desarrollo de entornos inmersivos en videojuegos o turismo virtual. Esta capacidad para recrear el mundo en alta definición y desde múltiples ángulos promete abrir una nueva etapa en la
interacción entre lo físico y lo digital.
El verdadero mensaje de fondo, sin embargo, es estratégico.
China no solo está invirtiendo en tecnología de vanguardia, está
diseñando su propia soberanía tecnológica en un terreno que, hasta ahora, había estado dominado por las potencias occidentales. Mientras empresas como SpaceX lideran el despliegue de internet satelital,
China responde con una infraestructura orbital dedicada a la inteligencia artificial, con una visión mucho más amplia:
procesar datos, estudiar el cosmos y construir herramientas digitales desde el espacio sin depender de ningún actor externo.
Además, al ubicar estos centros de procesamiento fuera del planeta,
la eficiencia energética se dispara. Los satélites funcionan con
energía solar y no necesitan sistemas de refrigeración activos, como sí ocurre con los centros de datos terrestres. El espacio, con su vacío y sus temperaturas extremas, se convierte así en
el mejor aliado para los procesos que demandan altísima potencia informática.
En definitiva, lo que ADA Space y sus socios están construyendo es
una supercomputadora distribuida y orbital, una arquitectura pensada no solo para la actualidad, sino para el mundo que viene:
hiperconectado, automatizado, gobernado por la inteligencia artificial y dependiente de una capacidad de cómputo que crece exponencialmente.